FRANCISCO BRINES, PREMIO CERVANTES 2020
Un año más el Cervantes apuesta por la poesía; ya lo hizo en 2019 con Joan Margarit y el 2018 con Ida Vitale
FRANCISCO
BRINES BAÑÓ Premio Cervantes 2020 nació
el 22 de enero de 1932 en Oliva (Valencia), estudió en las universidades de
Deusto, Valencia y Salamanca, y, tras licenciarse en Derecho, continuó en la Universidad
Complutense de Madrid con los estudios de Filosofía y Letras. En cuanto a su
vida profesional, ha compaginado su producción poética con su actividad como
profesor universitario. Fue lector de español en la Universidad de Oxford
(1963-1965). Es doctor honoris causa por la Universidad Politécnica de
Valencia. Asimismo, es miembro de la Real Academia Española de la Lengua, donde
ocupa el sillón X.
Su
trayectoria como escritor está jalonada de reconocimientos.
Su primer libro, «Las brasas», apareció en 1959 y con él ganó el premio Adonais. Seguidamente publicó “Palabras en la oscuridad” (1966), con el que logró el Nacional de la Crítica. En 1987, fue reconocido con el premio Nacional de Literatura por “El Otoño de las Rosas” (1986), uno de sus libros más conocidos y populares, integrado por sesenta poemas escritos a lo largo de diez años.
En 1998 recibió el premio Fastenrath, que otorga la Real Academia Española (RAE), por “La última costa” (1995), una obra melancólica en la que el poeta recuerda su infancia, desde una orilla apartada, ante la inminencia de un último viaje. En 1999 ganó el premio Nacional de las Letras Españolas por el conjunto de su obra poética. En abril de 2000 fue elegido miembro de la RAE y, a partir del 19 de abril de 2001, ocupa el sillón “x” en sustitución del fallecido dramaturgo Antonio Buero Vallejo.
Brines
fue investido Doctor “Honoris Causa” en el
acto académico de apertura del nuevo curso 2001-2002 de la Universidad
Politécnica de Valencia. En abril del 2010, recibió el Reina Sofía de Poesía
Iberoamericana, que reconoce la aportación literaria relevante al patrimonio
cultural común de Iberoamérica y España, realizada por un autor vivo.
Brines
pertenece a la “generación de los
cincuenta”, también llamada “generación de los niños de la
guerra”, en la que figuran los poetas Jaime Gil de Biedma, José
Ángel Valente, Carlos Barral, Claudio Rodríguez, José Agustín Goytisolo y los
novelistas Rafael Sánchez Ferlosio, Ana María Matute, Carmen Martín Gaite, Luis
Martín Santos, García Hortelano y Luis Goytisolo.
"Es
el poeta intimista de la generación del 50 que más ha ahondado en la
experiencia del ser humano individual frente a la memoria, el paso del tiempo y
la exaltación vital"
En la
celebración del DIA DEL LIBRO se
presenta el título Como si nada hubiera sucedido. En esta obra se recogen los dos
últimos libros de Francisco Brines, El otoño de las rosas (1986) y La última costa (1995),
junto a seis poemas inéditos.
El tema clave de su obra es el paso del tiempo,
la decadencia de todo lo vivo y la degradada condición del ser humano sometido
a sus limitaciones. Su obra “El otoño de
las rosas” se considera una de las cimas de la poesía española de la
segunda mitad del siglo XX.
Como dicen los entendidos la poesía de Brines es magnífica pero me ha sido difícil encontrar, el menos en los poemas que
yo he leído, alguno que no muestre el vacío, la oscuridad, la desesperanza. Aquí
dejo tres:
CUANDO YO AÚN SOY LA VIDA
La vida me rodea, como en aquellos años
ya perdidos, con el mismo esplendor
de un mundo eterno. La rosa cuchillada
de la mar, las derribadas luces
de los huertos, fragor de las palomas
en el aire, la vida en torno a mí,
cuando yo aún soy la vida.
Con el mismo esplendor, y envejecidos ojos,
y un amor fatigado.
¿Cuál será la esperanza? Vivir aún;
y amar, mientras se agota el corazón,
un mundo fiel, aunque perecedero.
Amar el sueño roto de la vida
y, aunque no pudo ser, no maldecir
aquel antiguo engaño de lo eterno.
Y el pecho se consuela, porque sabe
que el mundo pudo ser una bella verdad.
EL
PORQUÉ DE LAS PALABRAS
No
tuve amor a las palabras;
si las usé con desnudez, si sufrí en esa busca,
fue por necesidad de no perder la vida,
y envejecer con algo de memoria
y alguna claridad.
Así uní las palabras para quemar la noche,
hacer un falso día hermoso,
y pude conocer que era la soledad el centro de este mundo.
Y sólo atesoré miseria,
suspendido el placer para experimentar una desdicha nueva,
besé en todos los labios posada la ceniza,
y fui capaz de amar la cobardía porque era fiel y era digna
del hombre.
Hay en mi tosca taza un divino licor
que apuro y que renuevo;
desasosiega, y es remordimiento;
tengo por concubina a la virtud.
No tuve amor a las palabras,
¿cómo tener amor a vagos signos
cuyo desvelamiento era tan sólo
despertar la piedad del hombre para consigo mismo?
En el aprendizaje del oficio se logran resultados:
llegué a saber que era idéntico el peso del acto que resulta de
lenta reflexión y el gratuito,
y es fácil desprenderse de la vida, o no estimarla,
pues es en la desdicha tan valiosa como en la misma dicha.
Debí amar las palabras;
por ellas comparé, con cualquier dimensión del mundo externo:
el mar, el firmamento,
un goce o un dolor que al instante morían;
y en ellas alcancé la raíz tenebrosa de la vida.
Cree el hombre que nada es superior al hombre mismo:
ni la mayor miseria, ni la mayor grandeza de los mundos,
pues todo lo contiene su deseo.
Las palabras separan de las cosas
la luz que cae en ellas y la cáscara extinta,
y recogen los velos de la sombra
en la noche y los huecos;
mas no supieron separar la lágrima y la risa,
pues eran una sola verdad,
y valieron igual sonrisa, indiferencia.
Todo son gestos, muertes, son residuos.
Mirad al sigiloso ladrón de las palabras,
repta en la noche fosca,
abre su boca seca, y está mudo.
Uno de los poemas inéditos de Brines:
Donde
muere la muerte,
porque
en la vida tiene tan sólo su existencia.
En ese punto
oscuro de la nada
que
nace en el cerebro,
cuando se acaba el aire que acariciaba el labio,
ahora
que la ceniza, como un cielo llagado,
penetra
en las costillas con silencio y dolor,
y un
pañuelo mojado por las lágrimas se agita
hacia
lo negro.
Beso tu
carne aún tibia.
Fuera
del hospital, como si fuera yo, recogido
en tus
brazos,
un niño
de pañales mira caer la luz,
sonríe,
grita, y ya le hechiza el mundo,
que
habrá de abandonarle.
Madre,
devuélveme mi beso.