LA PESTE…¡EL CORONAVIRUS?...
Este texto de PEPA bien podría titularse "EL DIARIO DE MI LUCHA CONTRA EL COVID-19" Me ha recordado al "Diario del año de la peste " de Daniel Defoe. Os animo a todos los que creáis que podéis tratar cualquiera de los muchos aspectos que tiene la situación que vivimos, a que os asoméis a esta ventana que es nuestro BLOG y os expreséis como queráis o podáis.
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La
peste, de Albert Camus la leímos en el Club en enero de 2019…y recuerdo que
tanto su lectura como los comentarios dejaron en mi mente un silencioso poso de
intemporalidad, de advenimiento…el final de la novela, que yo suelo olvidar con
facilidad, se quedó prendido con firmeza en la carpeta de los recuerdos no
olvidables…
Cuando
llegó mi crisis, el final de la novela volvía irremisiblemente conforme iban
subiendo los grados de la fiebre, y en los tiempos confusos del delirio,
golpeaba mis recuerdos sin poder aclararlos…Una y otra vez, todos los días a la
caída de la tarde…¿La peste?...¿El coronavirus?...Cuando mi cuerpo regresaba a
un estado de realidad, me faltaban las
fuerzas…y así, durante varios días “la peste” me envolvía…
Busqué,
casi a tientas, el final de la novela y lo copié despacio varias veces, rememorando
aquellos castigos escolares en los que la maestra nos hacía copiar cientos de
veces una falta ortográfica o una frase hecha para que ya no la olvidásemos en
toda nuestra vida…porque lo que necesitaba en esa lucha entre el recuerdo y la
realidad era precisamente que ambos – realidad y recuerdos - se quedasen
grabados en mi mente para siempre, para no olvidarlo…
“Concluye el Doctor Rieux, afirmando: hay
en los hombres más cosas dignas de admiración que de desprecio.
Pero sabía que sin embargo, esta crónica no
puede ser el relato de la victoria definitiva. No puede ser más que el
testimonio de lo que fue necesario hacer y sin duda debería seguirse haciendo
contra el terror y su arma infatigable, a pesar de sus desgarramientos
personales, todos los hombres, que no pudiendo ser santos, se niegan a admitir
las plagas, y se esfuerzan, no obstante, en ser médicos.
Oyendo los gritos de alegría que subían de
la ciudad, Rieux tenía presente que esa alegría está siempre amenazada. Pues él
sabía que esa muchedumbre dichosa ignoraba lo que se puede leer en los libros,
que el bacilo de la peste no muere ni desaparece jamás, que puede permanecer
durante decenios dormido en los muebles, en la ropa, que espera pacientemente
en las alcobas, en las bodegas, en las
maletas, los pañuelos y los papeles, y que puede llegar un día en que la peste,
para desgracia y enseñanza de los hombres, despierte a sus ratas y las mande a
morir en una ciudad dichosa.”
Estoy
segura, yo le temía a ese resto olvidado de la peste que dormiría decenios en
el ángulo de nuestras construcciones de vida a donde resultara impúdica la
entrada de ningún sistema de
exterminio…Y mi aliento se sobrecogía ante cualquier predicción que nos
ilustrara sobre venideras catástrofes, ya fueran la guerra biológica, la
destrucción por efectos radioactivos, la devastación incontrolada del Planeta,
o la silenciosa y agresiva invasión de
un virus…
Entretanto,
nos íbamos construyendo un mundo cada día con mayor cantidad de necesidades
innecesarias, en el que nos alejábamos pasivamente del desorden en el que se
movía la obtención de todo lo que pudiese ser imperiosamente necesario para
subsistir, desordenando con nuestros actos inconscientes el orden natural de
todas la fuerzas indomables que sólo se rigen por la lógica y la precisión; dejándonos
seducir por políticos y políticas vacías de contenido y servidos en envoltorios
de promesas incumplibles de las que ellos se repartirían el mejor trozo del
pastel envenenado…el abanico de colores
y siglas era tan variopinto como
extenso, pero todos recorrían el mismo camino y siempre que podían,
arrojando toda su falsedad sobre el contrario, el enemigo, sin darse por
enterados que entre todos estaban
repartiéndose y repartiendo su podredumbre, eso sí, revestida de utópicas
promesas...me surgen del fondo de la memoria la incomprensible convicción con
la que un amigo – en una tarde de vino y rosas - cuando ya se habían agotado algunos argumentarios carentes
de base realista y faltos de toda convicción, dejó caer, como descubriéndonos
el rostro de Dios, que él seguía luchando por alcanzar un “socialismo utópico”;
es decir, si la fiebre no me ha trastocado el pensamiento, por “algo
inexistente”, ¿ o qué es si no la utopia?...y así, punto y seguido.
Hasta
que llegó el día en que sin que ya fuese posible callar, no la pasividad de los
silencios, si no la vergonzosa ocultación de los hechos palpables, se dieron
duras ordenes de aislamiento, de severo e indefinido encierro en nosotros
mismos - cual gusano en su capullo – como exclusiva formula capaz de detener la
extensión veloz e imparable del contagio…Y ahí seguimos, encerrados…
Afirma
el Dtor. Rieux casi al final de su crónica, que “Hay en los hombres más cosas dignas de admiración que de desprecio”. Sí.
Rotundamente. Y la realidad con la que los hombres, el pueblo, los pueblos, han
dado respuesta, lo confirma: aislamiento, autocontrol, obediencia, respeto,
comprensión, interés, compromiso, solidaridad, generosidad, conformidad,
adaptación, celo, diligencia, prestancia, asepsia, precaución, ingenio, humor, estimulación, adaptación, sonrisas, emoción…
también dolor, soledad, dudas, desconocimiento,
ausencias, extrañamiento, vacío inseguridad, desconcierto, y lágrimas…todas las
que lloraremos por los que se han ido en soledad y por los que se han quedado
solos, pero también las incontenibles por cada vida recuperada, por la fuerza y
la firmeza con la que tantos miles de mujeres y hombres se afanan incansables
en retenerlas, exponiendo sus propias vidas y alejándose de los suyos para no
exponerlos, transmitiendo serenidad y apoyo, pidiendo comprensión con una
sonrisa, transmitiendo paciencia mientras se mueven a contrarreloj, ignorando
las carencias que les proporcionan seguridad, vigilantes sin descanso, seguros
de su compromiso…hermosas lágrimas de emoción confundidas cada tarde con los aplausos,
que también por miles desde ventanas y balcones, les lleva el viento…
Y
todo ello, “No puede ser más que el
testimonio de lo que fue necesario hacer y sin duda debería seguirse haciendo
contra el terror y su arma infatigable, a pesar de sus desgarramientos
personales, todos los hombres, que no pudiendo ser santos, se niegan a admitir
las plagas, y se esfuerzan, no obstante, en ser médicos.”
La
peste, o el coronavirus…
¿Qué
más da?...
¿Nos
enseñarán algo?...
¿Aprenderemos
algo?...
PEPA SIRVENT
“Érase una vez… una pandemia”: pestes, plagas y otras calamidades en la literatura.
“TODO ESTÁ EN LOS LIBROS”. También lo que nos está pasando; esta terrible pandemia que desorientados y agobiados nos hace no ver el final a corto plazo. En la angustia que, como todos, soporto, recordé un libro que leí hace tanto tiempo como para constatar que ahora soy incapaz de leerlo en el formato bolsillo en el que está editado Me refiero a EL DECAMERÓN DE BOCCACCIO. Me asombró el paralelismo con nuestro momento lo que expresa así en la introducción: “En 1348, la peste invadió a Florencia, la más hermosa de las ciudades de Italia. Algunos años antes se había dejado sentir esa plaga en diversas comarcas de oriente, causando numerosísimas víctimas. Sus estragos se extendieron hasta una parte de occidente, de donde, sin duda en castigo de nuestras iniquidades, cayó sobre mi ciudad querida…
Os traigo este breve estudio sobre calamidades, similares a la actual, a lo largo de la Historia de la Humanidad y que se reflejan en la Literatura. (Está tomado de www.infobae.com-america-mundo)
“ENLIL, dios acadio de los cielos y la tierra, se cansó de soportar el ruido que ocasionaban los seres humanos recién creados, intentó exterminarlos mediante una peste. Lo narra el Poema de Atrahasis, que fue escrito hace más de 3.700 años y que inaugura así una relación entre literatura y pandemia que se ha mantenido estrecha, ininterrumpida y fértil hasta nuestros días.
Casi ninguna época de la historia se ha librado de su plaga y cada civilización la ha reflejado en sus obras literarias a través del filtro de sus propias creencias, sus miedos y sus obsesiones
LA IRA DE LOS DIOSES
Para las culturas primitivas, toda peste era el castigo de la divinidad a los pecados individuales o colectivos. En los libros más tempranos del Antiguo Testamento –hacia el siglo VIII a.C. – un cruel Yahvé no vacila en lanzar sus plagas contra egipcios e israelitas.
El Apolo de la Ilíada –puesta por escrito por esa misma época, aunque de tradición oral anterior– venga el rapto de Criseida extendiendo la peste con sus flechas en el campamento de los griegos: “(…) y sin pausa ardían densas las piras de cadáveres”
Todavía SÓFOCLES nos presenta una Tebas asolada por la epidemia que había motivado su rey Edipo, sin saberlo él, con un viejo crimen: “Un dios portador de fuego se ha lanzado sobre nosotros y atormenta la ciudad la peste, el peor de los enemigos”.
EL ENFOQUE CIENTÍFICO
Pero bajo esa Tebas mítica Sófocles estaba aludiendo en realidad a la Atenas de su propio tiempo, que desde el 430 a.C. estaba siendo diezmada por una terrible epidemia. Se ha discutido ampliamente sobre su posible etiología, pero ahora parece identificarse con la fiebre tifoidea, la Salmonella Typhi.
TUCÍDIDES narró en su Historia de la Guerra del Peloponeso los estragos de esa enfermedad, que él mismo contrajo y que acabó con la vida del más ilustre de los atenienses, PERICLES. Sin embargo, el suyo es por primera vez una relato de base científica –pretende, siguiendo la doctrina de Hipócrates, describir detalladamente los síntomas de modo que “en el caso de que un día sobreviniera de nuevo, se estaría en las mejores condiciones para no errar en el diagnóstico”–, e incorpora elementos de interpretación psicológica y social.
“La epidemia acarreó en la ciudad una mayor inmoralidad (…) Ningún temor de los dioses ni ley humana los detenía; de una parte juzgaban que daba lo mismo honrar o no honrar a los dioses, dado que veían que todo el mundo moría igualmente, y, en cuanto a sus culpas, nadie esperaba vivir hasta el momento de celebrarse el juicio y recibir su merecido; pendía sobre sus cabezas una condena mucho más grave que ya había sido pronunciada, y antes de que les cayera encima era natural que disfrutaran un poco de la vida”.
De esa misma peste de Atenas hará un relato truculento el poeta romano TITO LUCRECIO CARO en el último libro de su poema –probablemente incompleto– Sobre la naturaleza de las cosas.
LA PESTE ANTONINA
Roma iba a padecer también sus propias pandemias, que recogieron puntualmente sus escritores. Si el gran VIRGILIO inventó en sus Geórgicas una epidemia del ganado, la “peste Antonina” –una viruela, a lo que parece– fue terriblemente real. A pesar de los desvelos del mismísimo Galeno, causó según el historiador CASIO DIÓN más de dos mil muertes diarias en la ciudad, entre las que se incluiría la del emperador Lucio Vero en el año 169.
LA PLAGA DE JUSTINIANO, AZOTE DE BIZANCIO
El imperio bizantino, por su parte, padeció durante dos siglos la letal “plaga de Justiniano”, de la que da cuenta PROCOPIO DE CESAREA en su Historia de las guerras persas:
“Incluso aquellos que con anterioridad disfrutaban entregándose a acciones viles y perversas, desterraron de su vida diaria todo delito para practicar escrupulosamente la piedad”.
EL DECAMERÓN Y LOS CUENTOS DE CANTERBURY
Se trataría en este caso de la peste bubónica. La misma que reaparecería en la Europa del siglo XIV y que serviría de telón de fondo a una de las grandes novelas de esta época. BOCCACCIO utiliza el aislamiento durante diez días –de donde el título Decamerón– de diez jóvenes en una villa a las afueras de Florencia como marco narrativo para hilvanar cien relatos breves que alternan temáticas diversas con un predominio de lo amoroso y del culto a la inteligencia.
Poco después, siguiendo su modelo y en un Londres recurrentemente afectado por la epidemia, GEOFFREY CHAUCER escribirá sus Cuentos de Canterbury.
En 1487, SANDRO BOTTICELLI ilustró el Decamerón con cuatro tablas dedicadas a la historia de Nastagio degli Onesti. Esta tabla, la primera, y otras dos se exponen en el Museo del Prado
DE LO APOCALÍPTICO A LO ALEGÓRICO
En la literatura moderna y contemporánea, la temática generará una multitud de obras que irán desde lo apocalíptico hasta lo alegórico, con particular énfasis en el tratamiento de la repercusión psicológica y social de las pandemias, ya sean reales, como la tuberculosis o el SIDA, ya imaginadas.
Si bien resulta imposible llevar a cabo aquí un catálogo exhaustivo de esos títulos –algunos de ellos, por cierto, francamente prescindibles desde el punto de vista de sus méritos literarios–, no podrían faltar en él ni el Diario del año de la peste de DANIEL DEFOE, ni la Historia de la columna infame de ALESSANDRO MANZONI, ni El último hombre en la tierra de Mary Godwin (MARY SHELLEY), ni La máscara de la muerte roja de EDGAR ALLAN POE, ni La muerte en Venecia de THOMAS MANN, ni Nemesis de PHILIP ROTH, NI El amor en los tiempos del cólera, de GARCÍA MÁRQUEZ.
LOS MEJORES VALORES DEL SER HUMANO
Pero si una obra merece destacarse entre todas, esa es, desde luego, La peste de ALBERT CAMUS, donde la epidemia en Orán es a la vez trasunto de la expansión del nazismo y ocasión para la reflexión existencialista.
Por encima del horror, de la angustia y de la tentación de salvación individual que cualquier peste provoca, Camus impone los mejores valores del ser humano, a saber, la capacidad de reconocimiento en el otro, la solidaridad y la dignidad. En palabras del doctor Rieux, el héroe común de la obra: “Es una idea que puede hacer reír, pero la única manera de luchar contra la peste es la honestidad”.
QUIZÁS LA LECCIÓN MÁS RECOMENDABLE PARA ESTOS DÍAS Y PARA LOS QUE HAN DE VENIR.
(Está tomado de www.infobae.com-america-mundo)