jueves, 27 de mayo de 2021

 

EL OLVIDO QUE SEREMOS

Héctor Abad Faciolince – Medellín-Colombia 1958


Prácticamente su biografía está narrada en la novela que dedica a restablecer y ensalzar la memoria de su padre, el doctor Héctor Abad Gámez, pasados casi veinte años de su muerte…

Nacido en Medellín, provincia de Antioquia (Colombia) en 1958, su infancia transcurrió felizmente protegida por el especial afecto de su padre y la protección de su madre y sus cinco hermanas. A sí mismo se define como un mal estudiante, pero es cierto que aunque se inició en varias disciplinas, no terminó ningún ciclo superior; si bien, toda su vida ha ejercido como periodista y escritor, faceta que ya le atraía desde la infancia cuando aporreaba la máquina de escribir de su padre y le mostraba orgulloso una serie de letras inconexas…Ha vivido grandes temporadas en Europa, principalmente en Italia, y en la actualidad reside en su país donde trabaja como periodista.

En 2005 se publica “El olvido que seremos”, que muy pronto alcanzó un éxito inusitado y por la que obtuvo el premio Booket en 2010.

«El libro es desgarrador pero no truculento, porque está escrito con una prosa que nunca se excede en la efusión del sentimiento, precisa, clara, inteligente, culta, que manipula con destreza, sin fallas, el ánimo del lector, ocultándole ciertos datos, distrayéndolo, a fin de excitar su curiosidad y expectativa, obligándolo de este modo a participar en la tarea creativa, mano a mano con el autor.

El título del libro está tomado del primer verso de un soneto atribuido a Jorge Luis Borges: "Aquí, hoy". El poema, apócrifo o auténtico de Borges, fue encontrado en el bolsillo de Héctor Abad Gómez, el padre del autor, el día de su asesinato.” (Mario Vargas Llosa)

El olvido que seremos” es más que bueno, es un compromiso con la literatura y con el padre. La memoria es aquí maravillosa, brutal, acogedora y brillante. Dan ganas de querer abrazar al autor y de aplaudir la figura de su padre. “La idea más insoportable de mi infancia era imaginar que mi papá se pudiera morir”. Lo tengo subrayado y releído.” (Màxim Huerta)

“En la casa vivan diez mujeres, un niño y un señor. Las mujeres eran Tatá, que había sido la niñera de mi abuela, tenía casi cien años, y estaba medio sorda y medio ciega; dos muchachas de servicio – Enma y Teresa -; mis cinco hermanas – Mari luz, Clara, Eva, Marta y Sol -; mi mamá y una monja. El niño, yo, amaba al señor, su padre, sobre todas las cosas”

La historia, esta historia, es una historia real; la historia de un hombre que ama a su padre y al resto de la familia, y la escribe cuando el dolor de la pérdida ya no es una herida abierta, con el único fin de que el olvido no caiga sobre ellos; también, para mostrar a las generaciones sucesivas la desigual batalla en la que casi siempre salen perdiendo todos los que luchan por la verdad, por la justicia, por el progreso de los que siempre están en la cola, por la cultura y el bienestar de los que no tienen acceso a ellos, por poner voz a todos aquellos que nunca tienen las oportunidades de expresarse…

La historia, minuciosamente detallada, abarca veintiocho años…cuarenta y dos capítulos y casi trescientas páginas…difícil, muy difícil de resumir…

Comienza en la infancia de Héctor hijo, su padre, el protagonista, también se llama Héctor, y es médico, pero como no le atrae la acción directa de tratar con el enfermo, ejerce como profesor en la Universidad de Medellín…porque lo que de verdad desea es hacer que sus alumnos y la sociedad, las autoridades, comprendan la importancia de la salud pública…

En la primera parte de la narración, el autor nos descubre la vida en el hogar, la relación entre los padres, con sus diferencias y contrapesos; la educación en general y la suya en particular; el origen de su familia y las estrechas relaciones entre sus miembros; la vida social del país, sus rituales ideológicos y religiosos…pero es la forma de narrarlo lo que interesa al lector, a través de pequeñas anécdotas que atrapan por su simplicidad y por su trascendencia. Una vida casi perfecta…

“Y después de ese paréntesis de felicidad casi perfecta, se acordó de nuestra familia, y ese Dios furibundo en el que creían mis ancestros descargó el rayo de su ira sobre nosotros que, tal vez sin darnos cuenta, éramos una familia feliz, e incluso muy feliz” (Cap. 26 – Pag. 145)

Primero fue la enfermedad y después la muerte de Marta un día radiante de sol de un mes de diciembre…

El presente y el pasado de mi familia se partieron ahí, con la devastadora muerte de Marta, y el futuro ya no volvería a ser el mismo para ninguno de nosotros” (Cap.30 – Pag. 178)

“Quince años más tarde, en la misma iglesia de Santa Teresita, nos tocó asistir a otro entierro tumultuoso. Era el 26 de agosto de 1986, y la tarde anterior habían matado a mi papá” (Cap. 31 – Pag. 175)

Sobre la mesa del escritorio de Héctor Abad Gámez, en un sobre cerrado estaba el último artículo dirigido al periódico: “En Medellín hay tanta pobreza que se puede contratar por dos mil pesos a un sicario para matar a cualquiera” (Cap. 40 – Pag. 253) A él lo habían matado dos sicarios la tarde del 25 de agosto de varios tiros casi a quemarropa e incluso cuando ya había caído abatido junto a su más fiel alumno, Leonardo Bentancur. En el bolsillo de la chaqueta y copiado a mano un soneto de Borges: “Epitafio”.

Ya somos el olvido que seremos.

El polvo elemental que nos ignora

y que fue el rojo Adán, y que es ahora

todos los hombres, y que nos vemos.

Ya somos en la tumba las dos fechas

del principio y el término. La caja,

la oscura corrupción y la mortaja,

los triunfos de la muerte y los endechos.

No soy el insensato que se aferra

al mágico sonido de su nombre.

Pienso con esperanza en aquel hombre

que no sabrá que fui sobre la tierra.

Bajo el indiferente azul del cielo

esta meditación es un consuelo.

“Escribo esto en La Inés, la finca que nos dejó mi papá, que le dejó mi abuelo, que le dejó mi
bisabuelo, que abrió mi tatarabuelo tumbando monte abajo con sus manos. Me saco de adentro estos recuerdos como se tiene un parto, como se saca un tumor…Lo que yo buscaba era eso: que mis memorias más hondas despertaran. Y si mis recuerdos entran en armonía con alguno de ustedes…entonces este olvido que seremos puede postergarse por un instante más.”  (Pags. 253 y 274)

 PEPA SIRVENT

 

lunes, 10 de mayo de 2021

 REBELIÓN EN LA GRANJA (1945)

GEORGE ORWELL (1903-1950)


1. ANTECEDENTES.

LOS PROCESOS DE MOSCU. Fueron tres procesos públicos, celebrados entre 1936 y 1938, en los que el Tribunal Supremo de la URSS juzgó y condenó a más de 50 personas, dirigentes todos ellos del antiguo Partido Comunista de la Unión Soviética, surgido de la Revolución Rusa y orientado a la instauración paulatina de la Dictadura del Proletariado. Acusados de desviacionismo trotskista, derechización, alta traición, espionaje a favor de potencias extranjeras y organización de grupos terroristas fueron condenados a muerte y ejecutados en su mayoría. Estos sucesos fueron conocidos por Orwell durante su estancia en España, durante la Guerra Civil, en la que participo en defensa de la Republica Española.

ORWELL EN ESPAÑA. Orwell participó en la guerra civil formando parte en las milicias del POUM ( Partido Obrero de Unificación Marxista), partidario de la instauración de la Revolución del Proletariado y de la unificación de todas las fuerzas revolucionarias. Su estancia en España la recuerda en su libro HOMENAJE A CATALUÑA, en donde describe el enfrentamiento entre el POUM y PSUC (Partido Socialista Unificado de Cataluña), de orientación comunista, cuyo objetivo es ganar la guerra con la ayuda de la URSS, y que consiguió condenar y perseguir al POUM, hasta su desaparición.

En 1937, durante su estancia en España y con su bagaje sobre la guerra, comenzó a trabajar en su libro REBELION EN LA GRANJA, que terminaría en 1943 y que no pudo publicar hasta 1945, al ser rechazada su publicación por parte de cuatro editores. Todas estas dificultades aparecen en el Prólogo del libro, incorporado a él varios años después.

PRÓLOGO.  LA LIBERTAD DE PRENSA.  Las razones que, según el autor, se oponían a la publicación del libro, al ser considerado este “una fábula contra la dictadura soviética”,eran :

    * Inoportunidad de publicarlo en plena Guerra Mundial, siendo Rusia uno de los países contendientes.

    * Actitud del Ministerio Inglés de Información, no aceptando que el libro señalase a una sola dictadura en lugar de hacerlo sobre cualquier tipo de ellas. También consideraba ofensiva para el pueblo ruso, que la casta dominante en la fábula fueran cerdos.

    * Temor de los editores a la “opinión pública” y a su repercusión económica. En este punto Orwell añade: “En este país, la cobardía intelectual es el peor enemigo al que han de hacer frente periodistas y escritores en general. Se trata de un hecho grave.

    * La prensa británica, actualmente, está muy centralizada y es propiedad, en su mayor parte, de unos pocos hombres adinerados y muy interesados en no mostrarse demasiado honestos al tratar de ciertos temas importantes. Sin prohibir radicalmente determinadas publicaciones establecen una velada censura, aconsejando “lo que debe” y “lo que no debe” publicarse. Y sin llegar a despedir a nadie tienen suficiente capacidad y eficacia para “silenciar” a  periodistas y escritores  independientes y críticos con la ortodoxia establecida.

    * La ortodoxia inglesa dominante en ese momento exige una admiración hacia Rusia sin asomo de crítica.  Prohíbe publicar denuncias de hechos que la propia Rusia desea ocultar.  Aceptar, con total servilismo, todo tipo de propaganda soviética, incluso sobre temas importantes tratados con absoluto desprecio  de la verdad histórica y a la honestidad intelectual. Sembrar dudas sobre la sabiduría de Stalin está considerado casi una  blasfemia.

Sobre la pregunta que Orwell se hace a si mismo acerca de LA LIBERTAD DE PRENSA - ¿MERECE SER ESCUCHADO TODO TIPO DE OPINION, POR IMPOPULAR QUE SEA? –se contesta con las palabras que sobre el tema citan Rosa Luxemburg -  “EXISTE LIBERTAD  SI HAY LIBERTAD PARA TODOS LOS DEMAS” – y VOLTAIRE, cuando afirma –“AUNQUE DESPRECIO TUS IDEAS, DARIA MI VIDA POR QUE PUDIERAS MANIFESTARLAS LIBREMENTE Y PUBLICARLAS”-.

Y concluye Orwell diciendo que para el general conocimiento de estas circunstancias es por lo que ha decidido escribir este prologo.

LA NOVELA: REBELIÓN EN LA GRANJA.

La granja de los Jones ha entrado en profunda decadencia, llegando la situación a niveles muy bajos. El señor Jones se ha convertido en un borracho y la granja está abandonada. Los animales son maltratados, están abandonados y pasan hambre. El desorden, la ruina, la miseria y el hambre han hecho su aparición.

Ante esta situación, todos los animales de la granja, de mutuo acuerdo, se rebelan contra los dueños humanos y logran vencerlos, castigarlos y expulsarlos de la granja.

Reunidos en asamblea para celebrar el triunfo de la rebelión, establecen un plan de actuación. Definen el ANIMALISMO como un conjunto de ideas y contenidos a respetar. Señalan los nuevos PRINCIPIOS ( todos los animales son iguales . Todos los animales son hermanos. Ningún animal maltratará a otro animal. Los hombres son nuestros enemigos. Ningún animal tratara de parecerse a ningún hombre, ni adoptar ninguno de sus vicios). Le cambian el nombre a la granja, adoptando el de GRANJA ANIMAL, así como un himno para la nueva comunidad ( “BESTIAS DE INGLATERRA”). Deciden no utilizar la lujosa mansión de los Jones, destinándola a su uso como MUSEO. Establecen sus normas de convivencia, contenidas en LOS SIETE MANDAMIENTOS, y elaboran las NORMAS PARA LA ORGANIZACIÓN DEL TRABAJO, cuyo cometido recae en los cerdos y en los perros ( que han aprendido a leer y escribir ) y en sus líderes respectivos.

Transcurridos varios años, la Rebelión fracasa. La desconfianza empieza a nacer entre los grupos de animales y entre sus jefes. La rivalidad y la envidia se va tornando en odio y violencia. Surgen acusaciones de alta traición y de ejercer espionaje al servicio de los antiguos dueños. Así, el grupo de los cerdos, con su líder Napoleón a la cabeza, terminan asumiendo el mando único de toda la comunidad, juzgando y condenando a los animales disidentes, y ejecutando o expulsando de la granja a aquellos que piensan de forma diferente.

A partir de ahí, el grupo dirigente se instala en la mansión de los Jones. Empiezan a beber y a fumar, a dormir en cama, aprenden a andar como los hombres, apoyados en las patas traseras y empiezan a usar ropa de hombres. La relación entre el grupo dirigente y el resto de los animales se va distanciando, no se informa sobre la explotación de la granja, se manipulan las cifras. El aumento de gastos se traduce en un mayor número de horas de trabajo para los animales y en una reducción de comida.

El grupo dirigente han establecido relaciones con los de otras granjas vecinas. Empiezan a celebrar reuniones y fiestas. Beben y fuman, y han aprendido a jugar a las cartas. Y a hacer trampas. Y a gritar y a insultar. Y a agredirse entre ellos con tal violencia, que los demás animales de la granja terminan por no saber distinguir entre quienes son los cerdos y quienes los hombres.

Aunque la novela fue concebida como una dura crítica contra el estalinismo, en realidad su carácter abarca a cualquier tipo de totalitarismo, denunciando toda la corrupción que engendra el poder y toda la manipulación que puede hacerse de la verdad histórica.

   MANUEL JIMÉNEZ -    Albacete, mayo de 2021-

Discurso íntegro de Irene Vallejo en la Aljafería

Por la profundidad de su contenido y la belleza de su forma no me resisto a no ofreceros esto:

El discurso de Irene Vallejo tras recibir el premio Aragón 2021 fue uno de los grandes momentos del acto institucional del día de Aragón. Aquí lo reproducimos en su totalidad.

 Buenas tardes, autoridades, autores, público autorizado. 

A quienes nos escuchan desde sus casas y en sus cosas, mi abrazo prudente y cariñoso. 

Aunque en este día de San Jorge, como se decía en los cuentos y en los mapas antiguos, “aquí hay dragones”, seguimos celebrando el Día de Aragón y del Libro, que muy simbólicamente coinciden y confluyen en la misma fecha. Frente a la amenaza cierta de las fieras, volvemos a reunirnos en esta fiesta primaveral, nuestro día de acción de gracias a las palabras, a nuestras raíces y nuestras alas. 

Hoy, me gustaría encontrar en la biblioteca secreta de un antiguo palacio, un diccionario que albergara mil formas posibles de expresar gratitud:

Gracias al presidente Javier Lambán, por su confianza generosa.  Al jurado, personas que considero mis maestras y referentes, por haber contemplado mis posibilidades más que mis realidades, por premiar la esperanza más que la experiencia.  A quienes me abrieron las puertas del periodismo –Guillermo Fatás, Encarna Samitier–, y a las Artes y las Letras –Antón Castro, José Luis Melero–. Pienso que esta es una tierra de cierzo bondadoso y, a veces, también desmesurado. 

Deseo estar a la altura de este espléndido regalo y –quizás– merecerlo en los años venideros.  En los caminos inciertos del porvenir, este regalo será siempre un respaldo, un impulso cuando tiemble el pulso sobre el papel, una mano tendida. Me emociona que esta dulce exageración suceda aquí, en mi tierra. Recuerdo un mito griego que retrata este misterioso cordón umbilical que nos une al lugar donde nacimos. Anteo era un gigante, hijo de la diosa Tierra, y con solo tocarla sacaba de ella una fuerza extraordinaria: se llenaba de vida. 

Su madre le transmitía una corriente invisible de vigor. Igual que el secreto poder de Sansón era su melena, el de Anteo era su arraigo. Cierta vez luchó cuerpo a cuerpo con Hércules. El gran forzudo griego solo pudo vencerle levantándolo en vilo y separando sus pies del suelo. Hasta el último aliento, cuenta la leyenda, Anteo buscó agónicamente la caricia de su tierra materna. Sí, en la antigua mitología aprendí que hasta los gigantes agradecen jugar en casa y que todo gran viaje necesita una Ítaca añorada.

En la última década, he recorrido los caminos y las comarcas de Aragón, trazando rutas zigzagueantes por una recóndita geografía de institutos y bibliotecas rurales, allí donde los clubes de lectura desembocan en el ritual de la tortilla de patata y las croquetas compartidas. Desde los Pirineos al Maestrazgo, entre maestros y bibliotecarias, he conocido a los herederos contemporáneos de los antiguos bardos al amor del fuego. La lectura puede parecer una actividad sedentaria, pero en realidad nos devuelve a la condición nómada y andariega de las buenas historias. 

Durante estas peregrinaciones he aprendido que se hace camino al leer, y, a veces, en las carreteras azuladas al atardecer, me he sentido hechizada por las brujas de Trasmoz, o descendiente de aquel viajero somarda, Pedro Saputo, oriundo de Almudévar. En nuestros pueblos, en nuestros barrios, he conocido la hospitalidad desbordante de quienes aman los libros: a cada empanada, mis bocados de gratitud. Por eso, me gustaría que este premio se lea como una reivindicación de la cultura aragonesa. 

Vivimos en una tierra de viento, huellas, desierto y cimas. Lugar de paso y de pasión artística. De gente que resiste, bromea, viaja y crea. Es imposible olvidarlo en esta Aljafería de yeserías trenzadas y cielos de oro, arquitectura bilingüe, vivienda de poderosos y hoy palacio de nuestras convicciones democráticas.  La primera idea, la semilla inicial para escribir El infinito en un junco brotó precisamente aquí, en este palacio, en esas conversaciones literarias que organiza nuestro querido Fernando Sanmartín.  El lugar justo: un edificio que, tras una larga historia conflictiva, acoge la esperanza de forjar acuerdos.

Nuestras palabras aprendieron a volar con el cierzo, son viajeras, buenas conversadoras. Nos lo recuerdan los artistas mudéjares, que inventaron una belleza mestiza en el umbral de dos civilizaciones. Goya, que pintó las sombras del siglo de las luces. Y la irreverencia de Buñuel, que revolucionó nuestros sueños a ambas orillas del océano. Por esas mágicas alineaciones que a veces suceden en una misma época en un territorio de pronto favorecido, hay una increíble foto del año 1917 que retrata a los alumnos del Instituto General y Técnico de Zaragoza –hoy Instituto Goya, donde yo estudiaría décadas más tarde–. 

En esa imagen posan Buñuel, Sender y María Moliner. De Buñuel y Sender se sabe que no se llevaban bien. Los dos eran rebeldes, pero cada uno a su manera. El de Calanda era peleón y pendenciero, mientras que Ramón escribía ya sus primeros pensamientos anarquistas. Todos se vieron obligados a viajar: unas veces, demasiado lejos; otras, en rincones de profundo silencio.

Nuestros vientos desenterraron incluso antiguas ciudades. Pompeya, Herculano y Estabia, vivían olvidadas en su burbuja de tiempo, ceniza y lava, hasta que un Zaragozano excavó ese mundo petrificado. El ingeniero Roque Joaquín de Alcubierre pidió permiso al rey para investigar unos eriales donde se habían hallado algunas esculturas. Tuvo que insistir fervientemente para emprender una excavación a gran escala, dada la escasez de herramientas y de personal disponible. Y, así, un fragmento de la antigua Roma emergió ante los ojos maravillados del mundo.  La terquedad aragonesa, motivo de infinitas bromas, también es madera de descubrimientos.

Precisamente, ya desde tiempos romanos fue Bílbilis capital de la poesíaMarcial, el poeta con más sorna e ingenio tuitero del antiguo imperio nació aquí. Y también fue bilbilitana la viuda Marcela, su mecenas. Cuando el maduro poeta regresó a su tierra natal después de décadas en Roma, ella le regaló una finca con prados, rosales, hortalizas, acequia, anguilas y un blanco palomar, para que viviera y escribiese. Y Marcial cuenta en su último libro, escrito en Hispania, que se dedicó a holgazanear, levantarse tarde, retozar con Marcela, comer a dos carrillos y hacer rabiar a los envidiosos. Un hechizo de palabras debió quedar flotando en el aire, pues a poca distancia de allí, en Belmonte de Calatayud, nacería otro mago del ingenio, Baltasar Gracián.

Aragón fue pronto paisaje de imprentas y librerías. Zaragoza se cuenta entre las primeras capitales europeas en albergar el invento que cambiaría el mundo.  Desembarcaron en la ciudad artesanos flamencos y alemanes, como Mateo Flandro y Jorge Cocci, que editó aquí algunos de los libros más bellos del siglo XVI. Más de ciento cincuenta incunables nacieron de las manos de aquellos maestros, que hicieron arte con láminas iluminadas y el delicado encaje de los tipos, igual que antes los constructores mudéjares escribieron renglones de ladrillo y cerámica en sus muros. 

Además, las imprentas aragonesas publicaban obras prohibidas en el Reino de Castilla, donde regían normas de censura que no se aplicaron hasta mucho después en la Corona de Aragón. Los libros eran más libres entre nosotros. A estos pagos hospitalarios con las páginas, han acudido innumerables personajes literarios. Y nosotros, acogedores, les hemos dado incluso lo que no tenemos: siendo tierra interior, regalamos a Sancho Panza una ínsula Barataria en Alcalá de Ebro. 

En nuestras calles empieza El manuscrito encontrado en Zaragoza, una de las novelas europeas más fascinantes, poblada por bandidos, enamorados endemoniados, almas en pena, conspiradores, impíos y peregrinos.
Librerías, escritores y tejedoras de relatos nunca han faltado en esta tierra. Crecen tenaces, como esas flores que brotan cada primavera en las grietas de los peñascos, destellos en rebelión contra la piedra y contra el invierno. 

Así revivimos en sus libros los monstruos amables de Javier Tomeo, el duelo amarillo del añorado Félix Romeo, los versos de los hermanos Labordeta y del exiliado Ildefonso Manuel Gil que, en un hermoso poema, pidió a quien lo leyese: “cobíjame en tus sueños/ donde yo velaré mientras tú duermes”. 
Si cerramos los ojos, escucharemos esas voces que acunan nuestros sueños, esas palabras que no se lleva el viento.

En este Día del Libro y de la gente de palabra, quisiera evocar nuestro idilio con los jardineros de la lengua –Moliner, Blecua, Alvar, Lázaro Carreter, Egido, Mainer, Sánchez Vidal–. Del apasionado deseo de hablarnos unos a otras nace, por ejemplo, ese sonoro verbo “charrar”, que ruge en la boca, o esos irresistibles capazos que cogemos en la calle, sin quererlo ni planearlo, de pie, estoicamente bajo un sol justiciero o los mordiscos del frío, por puro amor a la conversación. 

Sí, las palabras son aire movido por los labios, y aquí somos expertos en besar el cierzo. Me atrevo a soñar un capazo imaginario con el fantasma de María Moliner. María, sigilosa hilandera de palabras, bibliotecaria, amazona de los libros en las Misiones Pedagógicas, siempre admiraré el telar de tu mente que tejió un diccionario entero, el mejor. 

Estudié en tu mismo instituto, en tu misma universidad. Tu casa estuvo en la calle Central, hoy Zumalacárregui, muy cerca del piso de mi infancia. Pensar en tu labor original, renovadora y tenaz frente a los obstáculos y las represalias siempre me ha insuflado fuerzas e ilusión: así es como el pasado nos impulsa hacia el futuro. María, gracias.

Sé que te preocupan esos discursos agoreros que susurran a los jóvenes humanistas que es inútil este oficio tejido de arte, palabras y memoria. Con esa terca y suave convicción que siembre te caracterizó, tú, que tanto sabes de derrotas transformadas en logros, les dirías que persigan sus sueños. El futuro les necesita. Os necesita.

En esta época de temibles dragones, no quiero dejar de mencionar a nuestros mayores, que hoy recibís un merecido reconocimiento. 

Los libros son cofres de palabras que salvaguardan la memoria de quienes nos preceden, invitaciones a escuchar las palabras de quienes albergáis el tesoro de la experiencia. Ojalá aprendamos algo de estos tiempos ásperos: cuidar a nuestros padres y abuelos, significa también cuidar sus palabras y su recuerdo.

Y para cuidarnos, unas a otros, protejamos la conversación común y el lenguaje, esta fabulosa herramienta con que edificamos hallazgos tan felices como los derechos, la justicia y la democracia, que son palabras mayores. 
Durante la terrible peste de Atenas, Pericles edificó sus mejores discursos ensalzando la ayuda mutua. 
No es extraño que de la palabra lector derive el término elector: nuestras decisiones se sostienen en las letras, los discursos, el diálogo compartido. 

Tal vez por eso, llamamos parlamento al espacio parlanchín de la palabra, el lugar donde se celebra esa sorprendente ceremonia que engendra los debates y las leyes, los textos que hilan el tapiz de lo que somos.
No me extiendo más. Don Quijote nos enseñó que la justicia, la aventura, la bondad y la utopía hay que inventarlas primero para vivir en ellas, como se vive en las páginas de un libro. 

Por eso, quiero terminar con unas palabras de gratitud a los oficios que, cada día, nos acercan a la utopía: la educación y la sanidad.:

Gracias infinitas al Servicio de Neonatología del Hospital Miguel Servet, al doctor Segundo Rite y su equipo, que salvaron la vida a mi hijo. 

Y a las maestras del Colegio Tomás Alvira, que hoy le acompañan en su pequeña aventura. 
Mi homenaje a los hospitales, a los colegios y a la sociedad que los soñó para todos.

Junto a la tierra materna de Anteo, el humor somarda de Marcial, la generosidad de Marcela, las brujas de Trasmoz, la magia de la imprenta, el desencanto lúcido de Goya, los exilios de Sender y Buñuel, la silenciosa rebeldía de María Moliner, la cárcel de Félix Romeo y los dragones contra los que hoy luchamos, el futuro está todavía por escribir. 

En los libros, donde vive y sueña nuestra familia de papel, nos aguardan las ideas y las palabras que tejerán el relato que seremos. 

Contra cierzo y marea. 

Con cuidados, con consensos, con capazos, con cuentos.