jueves, 27 de mayo de 2021

 

EL OLVIDO QUE SEREMOS

Héctor Abad Faciolince – Medellín-Colombia 1958


Prácticamente su biografía está narrada en la novela que dedica a restablecer y ensalzar la memoria de su padre, el doctor Héctor Abad Gámez, pasados casi veinte años de su muerte…

Nacido en Medellín, provincia de Antioquia (Colombia) en 1958, su infancia transcurrió felizmente protegida por el especial afecto de su padre y la protección de su madre y sus cinco hermanas. A sí mismo se define como un mal estudiante, pero es cierto que aunque se inició en varias disciplinas, no terminó ningún ciclo superior; si bien, toda su vida ha ejercido como periodista y escritor, faceta que ya le atraía desde la infancia cuando aporreaba la máquina de escribir de su padre y le mostraba orgulloso una serie de letras inconexas…Ha vivido grandes temporadas en Europa, principalmente en Italia, y en la actualidad reside en su país donde trabaja como periodista.

En 2005 se publica “El olvido que seremos”, que muy pronto alcanzó un éxito inusitado y por la que obtuvo el premio Booket en 2010.

«El libro es desgarrador pero no truculento, porque está escrito con una prosa que nunca se excede en la efusión del sentimiento, precisa, clara, inteligente, culta, que manipula con destreza, sin fallas, el ánimo del lector, ocultándole ciertos datos, distrayéndolo, a fin de excitar su curiosidad y expectativa, obligándolo de este modo a participar en la tarea creativa, mano a mano con el autor.

El título del libro está tomado del primer verso de un soneto atribuido a Jorge Luis Borges: "Aquí, hoy". El poema, apócrifo o auténtico de Borges, fue encontrado en el bolsillo de Héctor Abad Gómez, el padre del autor, el día de su asesinato.” (Mario Vargas Llosa)

El olvido que seremos” es más que bueno, es un compromiso con la literatura y con el padre. La memoria es aquí maravillosa, brutal, acogedora y brillante. Dan ganas de querer abrazar al autor y de aplaudir la figura de su padre. “La idea más insoportable de mi infancia era imaginar que mi papá se pudiera morir”. Lo tengo subrayado y releído.” (Màxim Huerta)

“En la casa vivan diez mujeres, un niño y un señor. Las mujeres eran Tatá, que había sido la niñera de mi abuela, tenía casi cien años, y estaba medio sorda y medio ciega; dos muchachas de servicio – Enma y Teresa -; mis cinco hermanas – Mari luz, Clara, Eva, Marta y Sol -; mi mamá y una monja. El niño, yo, amaba al señor, su padre, sobre todas las cosas”

La historia, esta historia, es una historia real; la historia de un hombre que ama a su padre y al resto de la familia, y la escribe cuando el dolor de la pérdida ya no es una herida abierta, con el único fin de que el olvido no caiga sobre ellos; también, para mostrar a las generaciones sucesivas la desigual batalla en la que casi siempre salen perdiendo todos los que luchan por la verdad, por la justicia, por el progreso de los que siempre están en la cola, por la cultura y el bienestar de los que no tienen acceso a ellos, por poner voz a todos aquellos que nunca tienen las oportunidades de expresarse…

La historia, minuciosamente detallada, abarca veintiocho años…cuarenta y dos capítulos y casi trescientas páginas…difícil, muy difícil de resumir…

Comienza en la infancia de Héctor hijo, su padre, el protagonista, también se llama Héctor, y es médico, pero como no le atrae la acción directa de tratar con el enfermo, ejerce como profesor en la Universidad de Medellín…porque lo que de verdad desea es hacer que sus alumnos y la sociedad, las autoridades, comprendan la importancia de la salud pública…

En la primera parte de la narración, el autor nos descubre la vida en el hogar, la relación entre los padres, con sus diferencias y contrapesos; la educación en general y la suya en particular; el origen de su familia y las estrechas relaciones entre sus miembros; la vida social del país, sus rituales ideológicos y religiosos…pero es la forma de narrarlo lo que interesa al lector, a través de pequeñas anécdotas que atrapan por su simplicidad y por su trascendencia. Una vida casi perfecta…

“Y después de ese paréntesis de felicidad casi perfecta, se acordó de nuestra familia, y ese Dios furibundo en el que creían mis ancestros descargó el rayo de su ira sobre nosotros que, tal vez sin darnos cuenta, éramos una familia feliz, e incluso muy feliz” (Cap. 26 – Pag. 145)

Primero fue la enfermedad y después la muerte de Marta un día radiante de sol de un mes de diciembre…

El presente y el pasado de mi familia se partieron ahí, con la devastadora muerte de Marta, y el futuro ya no volvería a ser el mismo para ninguno de nosotros” (Cap.30 – Pag. 178)

“Quince años más tarde, en la misma iglesia de Santa Teresita, nos tocó asistir a otro entierro tumultuoso. Era el 26 de agosto de 1986, y la tarde anterior habían matado a mi papá” (Cap. 31 – Pag. 175)

Sobre la mesa del escritorio de Héctor Abad Gámez, en un sobre cerrado estaba el último artículo dirigido al periódico: “En Medellín hay tanta pobreza que se puede contratar por dos mil pesos a un sicario para matar a cualquiera” (Cap. 40 – Pag. 253) A él lo habían matado dos sicarios la tarde del 25 de agosto de varios tiros casi a quemarropa e incluso cuando ya había caído abatido junto a su más fiel alumno, Leonardo Bentancur. En el bolsillo de la chaqueta y copiado a mano un soneto de Borges: “Epitafio”.

Ya somos el olvido que seremos.

El polvo elemental que nos ignora

y que fue el rojo Adán, y que es ahora

todos los hombres, y que nos vemos.

Ya somos en la tumba las dos fechas

del principio y el término. La caja,

la oscura corrupción y la mortaja,

los triunfos de la muerte y los endechos.

No soy el insensato que se aferra

al mágico sonido de su nombre.

Pienso con esperanza en aquel hombre

que no sabrá que fui sobre la tierra.

Bajo el indiferente azul del cielo

esta meditación es un consuelo.

“Escribo esto en La Inés, la finca que nos dejó mi papá, que le dejó mi abuelo, que le dejó mi
bisabuelo, que abrió mi tatarabuelo tumbando monte abajo con sus manos. Me saco de adentro estos recuerdos como se tiene un parto, como se saca un tumor…Lo que yo buscaba era eso: que mis memorias más hondas despertaran. Y si mis recuerdos entran en armonía con alguno de ustedes…entonces este olvido que seremos puede postergarse por un instante más.”  (Pags. 253 y 274)

 PEPA SIRVENT

 

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