MITOLOGIA



Nos decidimos a abrir una nueva sección en este Blog con el nombre de MITOLOGIA. Podríamos dar muchas razones para justificar la presencia de este tema en un blog dedicado a la literatura. La  encontramos de la mano de nuestro compañero JUAN CUERDA. Hace unos meses publicó el libro “Venturas y desventuras de un manchego universal vistas por un albaceteño” Con ocasión de la presentación de esta obra comentamos que quienes conocemos a Juan sabemos de su entrega fervorosa y casi obsesiva a la lectura de EL Quijote. En sus páginas además de encontrar una enorme riqueza humana, cultural, social y literaria  descubrió el mundo mágico de la MITOLOGÍA. Cervantes, se deduce de “El Ingeniosos hidalgo don Quijote de la Mancha”, es un gran clásico gracias a la familiaridad y conocimiento de los clásicos de Grecia y Roma. Conoce los mitos clásicos, recogiéndolos y utilizándolos en distinta medida y con intención diversa, no pocas veces con indudable ironía.


 MITOLOGÍA A LA CARTA


Qué suerte tenemos de contar con el compañero de club que pone sus conocimientos de Mitología al servicio nuestro y además lo hace " a la carta" es decir se adapta a lo que cada uno desea saber. iGRANDE JUAN!Esperamos que tu esfuerzo se vea compensado con el enriquecimiento en un tema del que sabemos poco.

Juan Cuerda es un pozo sin fondo como mitólogo. Nosotros nos aprovechamos de su generosidad y seguimos solicitándole "historias". Asi, pues, comenzamos el curso 2021/2022 con una bonita historia de amor . 

EDIPO: UNA HISTORIA TRUCULENTA

Edipo, hijo de Layo y de Yocasta reyes de Tebas, es el protagonista de uno de los mitos más conocidos de la mitología griega.

Cuando nació – al menos así lo cuenta Sófocles que de mitología sabía un montón – un oráculo profetizó que mataría a su padre y – para más inri – se casaría con su madre.

Ante semejante porvenir Layo abandonó al bebé en un monte con la sana intención que lo devoraran las alimañas.

No fue ningún animal salvaje sino unos cazadores los que lo encontraron y lo llevaron con ellos a Corinto y allí se lo regalaron al rey Póbilo que no tenía hijos.

Edipo creció creyendo que el rey Póbilo era su padre y, cuando fue mayor – como buen griego – consultó un oráculo para conocer su futuro.

Cuando Edipo que, ni en broma, estaba dispuesto a matar al buenazo de Póbilo, supo lo que el Destino le tenía preparado, ni corto ni perezoso y sin despedirse de nadie se largó de Corinto.

En su vagar se topó, en un estrecho camino, con un individuo y de muy malos modos, le pedía paso. Ante las exigencias de aquel individuo – que resultó ser Layo, rey de Tebas – Edipo se negó a cedérselo. Layo le atacó con su espada y Edipo, en legítima defensa lo mató.

Sin saber quien era el difunto, Edipo continuó su camino y, en las proximidades de la ciudad de Tebas se encontró con La Esfinge, un monstruo con cuerpo de león, cabeza de mujer y alas de águila, que proponía a los caminantes dos enigmas – en realidad uno sólo pues nadie había sido capaz de acertar el primero por lo que eran devorados por el monstruo.

El primer enigma era el siguiente: “¿Cual es el animal que primero anda con cuatro patas, luego con dos y, por último con tres y es más débil cuando anda con más patas?”

Tras pensarlo un momento, Edipo exclamo: ¡El hombre! Cuando es un bebé gatea, de adulto camina con dos piernas y de viejo se apoya en un bastón.

Sorprendida, La Esfinge, le presentó el segundo enigma: “Son dos hermanas; cuando una muere nace la otra y cuando la otra muere nace la primera, y así sucesivamente”.

Ya estaba relamiéndose La Esfinge cuando Edipo exclamó:“¡Lo sé! ¡Son el día y la noche!”.

Bramando de rabia La Esfinge se suicidó lanzándose por un precipicio ya que el Destino había predicho su muerte si alguien le acertaba los dos enigmas.

La noticia de la muerte de La Esfinge llegó a Tebas y los tebanos, agradecidos, tras casarlo con Yocasta, la viuda del rey Layo, recientemente asesinado por un desconocido, lo nombraron rey de la ciudad.

Con esto y como no podía ser de otro modo, se cumplió, “de pe a pa” lo vaticinado por el oráculo.

El final de esta tremenda historia lo dejaremos para otro día.


   HERMAFRODITO Y SALMACIS


 Tal y como su nombre indica, Hermafrodito era hijo de Hermes y

 de Afrodita.

Fue criado por las ninfas del monte Ida de Creta hasta que, convertido en un jovenzuelo de extraordinaria belleza, abandonó la isla decidido a conocer el mundo.

En su deambular, Hermafrodito, llegó a un lago y se disponía a darse un baño cuando la ninfa del lago, llamada Salmacis, lo vio y quedó completamente enamorada de él y, ni corta ni perezosa, le declaró su amor al joven.

Pero Hermafrodito la rechazó y ella, fingiendo retirarse se escondió entre unas cañas hasta que Hermafrodito se metió en el lago.

Entonces Salmacis se lanzó al agua y nadó hasta el joven abrazándose a él con fuerza.

Hermafrodito intentó desasirse del abrazo pero Salmacis, al tiempo que se apretaba su cuerpo contra el de él, suplicó a los dioses para que nada ni nadie pudiera separarlos.

Los dioses la complacieron haciendo que ambos cuerpos se fundieran en uno solo formando un único ser con ambos sexos.

 

ADONIS:

EL GUAPERAS AL QUE SE DISPUTARON DOS DIOSAS


 
Existen varias versiones sobre el nacimiento, la vida y muerte de Adonis. La más conocida es ésta que nos cuenta el bueno de Hesíodo:

Tías, rey de Siria, tenía una hija llamada Mirra. Todo lo que tenía de guapa Mirra lo tenía de presumida hasta el punto de que llegó a decir que a su lado, la mismísima Afrodita, era fea a rabiar.

Cuando Afrodita se enteró de lo que Mirra iba pregonando le faltó tiempo para vengarse de ella de una manera tremenda: Hizo que se enamorara locamente de su padre.

Convenientemente disfrazada, Mirra consiguió acostarse con su padre durante doce noches hasta que, a la que hizo trece, Tías descubrió la identidad de su amante y, cogiendo un cuchillo jamonero, la persiguió con intenciones asesinas.

Al verse perdida Mirra pidió ayuda a los dioses y éstos la convirtieron en un árbol: el árbol de la mirra.

Pasó el tiempo reglamentario y la corteza del árbol se abrió y de ella salió un precioso bebé. Afrodita, comprendiendo que con la madre se había pasado “tres pueblos” en su venganza decidió adoptar al recién nacido al que bautizó con el nombre de Adonis y lo confió a Perséfone –la diosa de los Infiernos– para que lo criara.

Cuando Adonis, convertido en un mancebo guapo como pocos, fue reclamado por Afrodita, pero Perséfone, que se había enamorado de él, se negó en redondo a entregárselo.

  Ante la falta de acuerdo las diosas recurrieron  a Zeus y éste, tomando una solución salomónica, dictaminó que Adonis pasara un tercio del año con cada una de ellas y el otro tercio donde él quisiera y, como, amén de guapo no tenía un pelo de tonto, Adonis eligió pasarlo con Afrodita.

Adonis tuvo un final desastroso:

La diosa Ártemis, enfadada con él –Hesíodo no nos cuenta los motivos–, hizo que un tremendo jabalí lo destrozara.

EL NACIMIENTO DE ATENEA


 

 Entre los nacimientos mitológicos más raros y estrambóticos no cabe duda de que el de la diosa Atenea ocupa un lugar de honor.

 La cosa, al menos así no lo cuenta el buenazo de Hesíodo, ocurrió así:

Metis, la primera esposa de Zeus, se hallaba embarazada y Gea advirtió a su nieto, Zeus, que si ella daba a luz tendría un hijo más poderoso que su padre que, además, le arrebataría el poder.

 Como Zeus, al igual que muchos políticos, no estaba dispuesto a abandonar la poltrona actuó de una forma tan eficaz como bárbara:

¡Tragándose a Metis!

 Con esto creyó haber resuelto el problema, pero, un tiempo después, comenzó a sufrir unos tremendos dolores de cabeza y, como no se había inventado todavía las aspirinas ni existía la Seguridad Social, Zeus recurrió a uno de los Cíclopes (otros dicen que a Hefesto) para que se los calmara.

 El Cíclope (o Hefesto) no se anduvo con chiquitas y de un tremendo hachazo le abrió la cabeza a su paciente y entonces ¡oh prodigio!, de ella surgió una moza, armada de pies a cabeza que soltó un grito que removió cielo y tierra:

 La diosa Atenea.

  QUIRÓN:

UN CENTAURO BUENO Y SABIO


Los centauros, descendientes de Ixión y de Néfele, eran unos tipos mitad hombres mitad caballo que vivían en los bosques alimentándose de carne cruda sin hacer muchos distingos sobre el origen de ésta, ya que les daba igual comerse una vaca que al vaquero que la guardaba.

Si en su estado natural ya eran bastante salvajes cuando probaban el vino se convertían en auténticos gamberros.

Peleones por naturaleza tuvieron impresionantes batallas con héroes como Ceneo, Heracles o Teseo.

Pero como no hay regla sin excepción dos centauros escapaban a tan negativa descripción:

Folo (del que hablaremos en otra ocasión) y el protagonista de este modesto artículo: Quirón.

Quirón, hijo de Crono y de la oceánide Filira, era, amén de un buen tipo, un eminente pedagogo que dedicó su vida a la enseñanza de las más variadas materias: música, oratoria, medicina, equitación…

Por sus aulas pasaron la flor y nata de la juventud mitológica como Aquiles, Jasón, Asclepio e incluso el mismísimo Apolo recibió de Quirón lecciones de medicina.

En cierta ocasión en la que Heracles tuvo una gran trifulca con un grupo de centauros una flecha perdida lanzada por el héroe hirió a Quirón que casualmente pasaba por allí.

Las flechas de Heracles, impregnadas con la sangre de la Hidra, eran mortales de necesidad, pero Quirón, por sus orígenes divinos, era inmortal por lo que comenzó a sufrir unos tremendos dolores que se hubieran eternizados a no ser porque Zeus se apiadó de él buscando un remedio que sólo él podía encontrar:

Pasó la inmortalidad de Quirón a Prometeo y así el buen centauro pudo morir en paz.

Para redondear su ayuda, Zeus colocó a Quirón en el firmamento formando la constelación Sagitario.  



                                ACTEON


Acteón, sorprende a Artemis bañandose. 

Acteón era un joven, hijo de Aristeo y de Autónoe y nieto de Apolo

El ser de tan egregia familia le permitió pertenecer al selecto grupo de

alumnos –Aquiles, Heracles, Teseo, etc...del eminente pedagogo el Centauro Quirón, el cual consiguió hacer de él, si no un eminente erudito, si, al menos, un excelente cazador.

Joven, guapo, con dinero y una gran afición cinegética, el porvenir de Acteón era de lo más risueño a no ser porque un aciago día, sin comerlo ni beberlo, se encontró en el lugar equivocado y en el momento más inoportuno.

He aquí, poco más o menos, el triste final del mozo:

Cierto día en que Acteón, acompañado por su jauría compuesta por cincuenta canes a cual más fiero –el buenazo y concienzudo Ovidio nos da los nombres de todos– se acercó a una escondida fuente con la sana intención de calmar su sed.

Pero, para su desgracia, se encontró en ella a la diosa Afrodita que, con un grupo de ninfas de su cortejo, se bañaban en traje de Eva.

Acteón, primer voyeaur de la historia quedó hipnotizado ante semejante visión que no supo reaccionar y poner pies en polvorosa por lo que la pudorosa diosa, irritadísima, en palabras de Ovidio, le dijo:

“Vete ahora a contar que me has visto sin ropa,si es que puedes contarlo, permiso tienes”.

Y, al momento, convirtió a Acteón en un ciervo que, perseguido por sus propios perros, huyó a toda velocidad. Pero su desesperada huida estaba condenada al fracaso pues los perros, adiestrados por él miSmo, lo alcanzaron y despedazaron.

“ Y hasta que no se extingue aquella vida por las múltiples heridas

no se sació, cuentan, la cólera de Diana”.

Así termina Ovidio esta trágica historia en su obra Las Metamorfosis como aviso a posibles “mirones” ya voluntarios, ya involuntarios como en este triste caso.

SIRINGE Y PAN


Siringe era una hamadriade –ninfa de los bosques– de la que el dios Pan andaba enamorado aunque ella pasaba olímpicamente de las atenciones y requiebros que el caprino dios le prodigaba.

Viendo que con galanterías y endechas no conseguía más que desplantes, Pan decidió dar un giro copernicano a sus métodos y optar por un plan B.

Plan que consistía sencillamente en conseguir por las bravas lo que no había conseguido por las buenas.

Y con estas malas ideas fue en busca de su amada.

Cuando Siringe lo vio venir al momento comprendió que algo había cambiado en las intenciones de su, hasta entonces, pacífico admirador y sin pensárselo dos veces salió huyendo a toda velocidad.

Pan la persiguió a toda pezuña y cuando estaba a punto de alcanzarla Siringe pidió ayuda a los dioses  que, apiadados de ella, la convirtieron en una caña más del cañaveral por el que corrían, dejando a Pan con un palmo de narices.

Pero Pan no era de los que se rinden a la primera y, tras observar detenidamente las cañas cercanas, comprobó que, una de ellas, emitía un sonido parecido a un gemido.

Comprendiendo que aquella caña sollozante era su amada la cortó en trozos desiguales y, según nos cuenta Ovidio:

 Y así unidas las cañas dispares con una ensambladura de cera, conservó en ellas el nombre de la doncella”.

 Así nació la siringa también llamada flauta de Pan y, desde entonces, se cuenta que Pan y Siringe fueron inseparables, pues al tiempo que interpretaba con ella bellas melodías se hacía la ilusión de estar besando a su amada.

CALISTO:

UNA TRISTE HISTORIA CON FINAL FELIZ.

 

Calisto era una bella ninfa del séquito de la diosa Ártemis que, como todo el cortejo de la diosa, había jurado pertenecer siempre virgen.

Cierto día, Zeus se enamoró de ella y conociendo la castidad de la ninfa decidió acercarse a Calisto recurriendo a sus acostumbradas metamorfosis.

Esta vez, el mandamás olímpico, rizó el rizo al transformarse, nada más y nada menos, que en la mismísima Ártemis.

La falsa Ártemis llevó a Calisto a un lugar apartado y allí tomó de nuevo su forma habitual.

Tiempo después la ninfa observó, horrorizada, que estaba embarazada y, como pudo, trató de ocultarlo hasta que, cierto día, que habían estado cazando, Ártemis propuso a su seguidoras darse un baño, idea que todas acogieron con alegría y, tras despojarse de sus ropas se lanzaron al agua.

Todas menos Calisto que, al final y siguiendo la orden de su jefa, no tuvo más remedio que desnudarse descubriendo, así, su embarazo.

La indignada Ártemis la arrojó de su séquito y, pareciéndole poco este castigo, cuando Calisto dio a luz la convirtió en una osa y lo mismo hubiera hecho con el bebé a no ser por que Zeus lo evitó entregándoselo a Maya –la madre de Hermes– para que lo educara.

Pasaron los años y el niño, al que bautizaron con el nombre de Árcade, se convirtió en un gran cazador y en una de sus monterías se encontró con una osa.

La osa, ya por instinto ya por inspiración divina, reconoció a su hijo y fue corriendo a abrazarlo y éste, al creer que lo atacaba, la mató de un certero flechazo.

Tras tantas penalidades Zeus –¡a buenas horas mangas verdes!– se apiadó de ella y la convirtió en una constelación:

La Osa Mayor.


PIGMALIÓN:

UNA HISTORIA DE AMOR

Pigmalión, su estatua, Afrodita y Eros 

 Pigmalión era un rey de Chipre que tenía una estatua de marfil –algunos dicen que la había modelado él mismo– que representaba a una bellísima mujer de la que el rey estaba profundamente enamorado.

Tal era la belleza de la estatua que, a Pigmalión, en comparación con ella, todas las mujeres de su reino le parecían feas. Por ello no cesaba de pedir a Afrodita, diosa del amor, que le concediese por esposa una mujer tan hermosa como su estatua.

 Una y otra vez el incansable Pigmalión acudía al templo de la diosa con esta única petición hasta que un día Afrodita –unos dicen que apiadada de él y otros para que la dejase tranquila– se la concedió y cuando Pigmalión volvió a su palacio…

 ¡Oh, sorpresa!

La estatua había cobrado vida y lo esperaba con los brazos abiertos.

El resto de esta historia es cosa de las revistas del corazón de la época:

Pigmalión y la ex-estatua, que según algunos fue bautizada con el nombre de Galatea, se casaron y tuvieron una hija a la que llamaron Pafo.

Este mito sirvió de inspiración, entre otros, al dramaturgo Bernad Shaw, para crear su Pigmalión y, que fue llevada al cine por el director George Cukor con el nombre de My Fair Lady. 


DELOS:

LA ISLEJA VALIENTE

 

A pesar de su reciente boda con Hera, Zeus –el ligón del Olimpo– tuvo un romance con su prima Leto –hija del Titán Ceo y de la Titánide Febe– a consecuencia del cual quedó embarazada.

 Cuando se enteró Hera, cuyo servicio de espionaje superaba en mucho a la C.I.A. y al K.G.B. juntos, lanzó este aviso a navegantes:

 

“Cualquiera, ya sea dios, humano, animal o lugar, que preste ayuda o cobijo a Leto se las verá conmigo”.

 

Como de sobra era conocido por todos el carácter colérico de la reina de las diosas nadie se atrevió a cobijar o ayudar a la pobre Leto que, sola y desamparada, iba como loca de un lugar a otro donde poder dar a luz.


Entonces una pequeña isla que, por no tener, no tenía ni nombre ni raíces ya que flotaba a la deriva por el ancho mar, se atrevió a desobedecer a Hera y acogió a la pobre Leto.


Y allí, en la isleja, protegida por una oportuna niebla que Zeus envió, Leto dio a luz, primero a una chica –Ártemis– que resultó tan despabilada y resuelta que ayudó a traer al mundo a Apolo, su hermano gemelo.

 

Zeus, en agradecimiento a la valiente ayuda prestada por la isla la bautizó con el nombre de Delos –La Brillante– y no contento con esto la fijó en el mar en un punto que, para los griegos, era el centro del mundo conocido.



CIPARISO.EL ORIGEN DEL CIPRÉS.

Cipariso, Apolo y el ciervo.

Cipariso, hijo de Télefo y nieto de Heracles, era un jovenzuelo

de extremada belleza y  amigo de Apolo.

Además de por el dios, Cipariso sentía un profundo amor por un ciervo domesticado que había criado desde que era un cervatillo y que lo acompañaba a todas partes.

Con estos dos compañeros Cipariso se consideraba el más feliz de los mortales hasta que un aciago día en el que, Apolo y él, practicaban lanzamiento de jabalina, la lanzada por el joven se desvió y alcanzó al ciervo, que dormitaba en un prado cercano, matándolo en el acto.

El dolor y la desesperación de Cipariso no tuvo límites al ver el cadáver de su queridísimo ciervo hasta el punto que intentó quitarse la vida, cosa que hubiese hecho de no estar al quite, Apolo que, para evitarlo, transformó a Cipariso en un ciprés.

Desde entonces este árbol, que puebla los cementerios, simboliza la tristeza.

 

Esta es la versión más conocida del origen del ciprés; no obstante como en la Mitología Griega las hay para todos los gustos, ahí va otra:

 

En la ciudad de Orcómeno se celebraban anualmente unas fiestas en honor a la diosa Deméter.

En una de estas festividades las hijas del rey Eteocles danzaban ante el altar de la diosa –que se hallaba cercano a un estanque– con tanto entusiasmo que cayeron al agua y se ahogaron.

Apiadada de ellas, o sintiéndose hasta cierto punto culpable, la diosa las convirtió en cipreses.

  

EL NACIMIENTO DE LA VÍA LÁCTEA

Nacimiento de la Vía Láctea

 

Zeus estaba tan orgulloso de Heracles –que por entonces todavía se llamaba Alcides como su abuelo materno–, el hijo que, a pesar de Hera, había tenido con Alcmena que decidió concederle la inmortalidad convirtiéndolo en un dios hecho y derecho.

Aparte de ser hijo de un dios y una diosa existían contados medios para convertirse en una divinidad y uno de ellos consistía en haber sido amamantado por una diosa.

Y éste fue precisamente el método que Zeus utilizó.

Sobre como lo logró existen dos versiones que tienen como protagonista a Hera, la enemiga número uno del hijo de Alcmena.

Según la primera fue el dios Hermes el que, por mandato de Zeus y aprovechando que Hera dormía a pierna suelta en el Olimpo, cogió a su hermanastro y se lo colocó en el pecho para que éste mamara de la diosa.

Heracles, que ya despuntaba maneras, succionó con tal fuerza que la diosa despertó dolorida y lo arrojó todo lo lejos que pudo mientras que de su pecho salió un gran chorro de leche que se extendió por todo el universo formando La Vía Láctea.

La segunda versión sólo varía en algunos de sus protagonistas:

Alcmena, por instigación de Zeus, abandonó a Heracles en el campo, momentos antes de que por allí pasaran Atenea (que estaba en el complot) y Hera.

Atenea recogió a Heracles y pidió a Hera que lo amamantara pues el niño mostraba síntomas de necesitar alimento con urgencia.

Hera, sin saber de quien se trataba, accedió a amamantarlo con los mismos resultados que en la versión anterior:

Hera dolorida, Heracles practicando el vuelo sin motor y el firmamento con una nueva Galaxia.

Después de una vida repleta de aventuras y vérselas con todo tipo de peligros Heracles a su muerte (en otra entrega la contaremos) fue a parar al Olimpo donde, tras hacer las paces con Hera, se casó con Hebe, diosa de la Juventud.


TEUCRO: FUNDADOR DE TROYA


Sobre la fundación de Troya existen, al menos, cuatro versiones: La ateniense, la etrusca, la de Samotracia y la cretense.

Aquí nos centraremos en esta última que asegura que fue fundada por Teucro, un cretense –ascendiente muy lejano de otro Teucro, primo de Aquiles– hijo del dios-río Escamandro y de la ninfa Idea.

Ya fuera por su carácter aventurero, ya porque no veía porvenir en Creta, Teucro, acompañado por un grupo de paisanos tan inquietos como él, decidió fundar una patria a su medida.

Para ello antes de partir, fue, como buen griego, a pedir consejo al Oráculo.

La respuesta que éste le dio resultó fue –como casi siempre– vaga y oscura:

 “ - Ya que quieres cambiar de aires te aconsejo que te instales donde tú y los tuyos seáis atacados por los hijos del suelo”

 Más desconcertado que un afinador de zambombas en una orquesta sinfónica, Teucro, al frente de una pequeña flota, comenzó su peregrinaje en busca de la tierra indicada por el Oráculo.

Después de recalar en numerosas costas de toda la Hélade sin encontrar rastro de esos misteriosos “hijos de la Tierra” llegaron a la lejana Tróade donde, exhaustos, desembarcaron en las proximidades del monte Ida y, allí, decidieron pernoctar.

Al amanecer comprobaron con asombro y temor, que todas sus pertenencias de cuero –correajes, sandalias, cinturones, etc– habían desaparecido como por arte de magia. Pero su perplejidad se convirtió en indignación al comprobar que la causante del estropicio había sido una plaga de ratones.

Enfadados, los cretenses se disponían a acabar con aquellos malditos roedores cuando a Teucro se le encendió la bombilla y detuvo a sus hombres, diciendo:

 “– ¡Alto! ¡Dejad en paz a los ratones!

¿No comprendéis que hemos llegado a la tierra prometida por el Oráculo?

¡Hemos sido atacados por los “hijos del suelo!”

 Dicho lo cual y como primera medida ordenó erigir un templo en honor a Apolo Esminteo –Apolo de los ratones– para, a continuación, comenzar a edificar la ciudad de Troya de la que Teucro sería el primer rey.

  

LA QUIMERA

La Quimera era la benjamina de la prole de Tifón y La Equidna.

En ella los mitólogos echaron el resto a la hora de imaginar un bicho raro ya que, en las versiones más conocidas tenía dos cabezas, una de león y otra de cabra, cuerpo mezcla de estos dos animales, alas de águila y, como cola, una tremenda serpiente venenosa.

Algunos autores a los que, por lo visto, su aspecto no les debía parecer demasiado terrible, mejoran el original añadiendo varias cabezas más, todas ellas con la facultad de arrojar fuego por la boca.

A todo esto hay que añadir que tenía el cuerpo cubierto de unas escamas tan duras que las lanzas, flechas o espadas, sólo conseguían hacerle unas ligeras cosquillas.

Se sabe que fue criada por el rey Amisodares de Caria aunque se ignora la razón que llevó a este monarca a encariñarse de semejante mascota.

Con el tiempo, ya por que se cansara de ella, ya porque, al crecer, La Quimera asustaba al más pintado, lo cierto es que la abandonó en las montañas de Pátara donde la criaturita no tuvo más remedio que subsistir devorando a todo bicho viviente que se cruzaba en su camino.

El rey Yóbates, que no sabía cómo deshacerse de Belerofonte le encargó matar a La Quimera con la seguridad de que éste palmaría en el intento.

El voluntarioso Belerofonte montado en el caballo alado Pegaso intentó cumplir la orden real y pudo comprobar como todas sus flechas rebotaban en la durísima piel del monstruo o se quemaban con el fuego que sus bocazas lanzaban.

Entonces Belerofonte, que debía ser un alumno aventajado en física y química, recurrió a la siguiente estratagema: colocó, en la punta de su lanza un gran trozo de plomo y la arrojó directamente a una de las bocas de La Quimera.

El resultado fue el previsto por el avispado mozo: el plomo derretido le entró por la garganta y La Quimera murió, en parte abrasada por el candente metal, en parte envenenada por la ingestión del plomo.

 

                                         PENTEO:

LA VENGANZA DE DIONISO.


Penteo hijo de Equión, era uno de los Spartoi –hombres nacidos de los dientes del dragón sembrados por Cadmo– y de Ágave, hija de Cadmo y hermana de Sémele la madre de Donisio.

En la mayoría de las versiones  Penteo, heredó –en vida de Cadmo– el trono de Tebas donde reinaba sin demasiadas complicaciones hasta que llegó a sus dominios el dios Dioniso que venía de su gira triunfal por Asia seguido de su corte formada por mujeres –las Bacantes– centauros y sátiros.

El dios del vino y la alegría quería vengar la muerte de su madre de la que acusaba a su tía Ágave y, para ello, pidió permiso a Penteo para organizar, en el monte Citerón a las afueras de la ciudad, una fiestas  populares.

Penteo se lo concedió pero enterado de que dichos festejos los participantes, en su mayoría mujeres y en las que participaba su propia madre, corrían desnudos y con unas cogorzas fenomenales, mandó que detuvieran a Dioniso y lo llevaran encadenado a su presencia.

Ya en palacio, Dioniso, tras sacudirse fácilmente sus cadenas, se defendió de todas las acusaciones invitando a Penteo que acudiera al monte y, escondido, se convenciera in situ de la inocencia de sus fiestas.

Penteo así lo hizo pero fue descubierto por las Bacantes que, en su locura y borrachas como cubas, lo confundieron con un león y, lanzándose todas contra él, lo despedazaron en menos que se tarda en contarlo.

Y fue su madre la que, clavando su cabeza en un tirso, encabezó una macabra procesión hasta llegar a Palacio.

Una vez allí, Cadmo hizo comprender a su hija que aquella cabeza que tan orgullosamente mostraba no era de ninguna fiera sino la de su querido hijo Penteo.

Esta revelación hizo desaparecer la tajada que llevaba Ágave y comprender que todo aquello había sido tramado por Dioniso lo que no fue óbice para que Cadmo, con gran dolor de su corazón, enviara a su hija al destierro.

Y Eurípides, que de esto sabía lo suyo, termina su tragedia “Las Bacantes”con este aviso a navegantes:

 CORO:

 Múltiples son las formas de lo divino, y muchas cosas inesperadamente cumplen los dioses: lo que se esperaba no sucede y un dios encuentra remedio a lo desesperado.                Así ha terminado esta tragedia.

GALINTIAS:

LA CHICA QUE ENGAÑÓ A UNA DIOSA.

El  nacimiento de Heracles  

Zeus estaba tan orgulloso del hijo que iba a tener con Alcmena que no cesaba de contar a todo el mundo que éste iba a ser un tipo excepcional, un fuera de serie que llevaría a cabo grandes hazañas.

Tanto se fue de la lengua el jefe del Olimpo que la noticia llegó a oídos de su esposa Hera y ésta decidió impedir a todo trance que aquel niño, al que ya odiaba, llegase a nacer.

Para llevar a cabo sus planes, Hera recurrió a su hija Ilitia, diosa de los alumbramientos, pidiéndole que utilizara todas sus artes y poderes para evitar el parto de Alcmena.

Para complacer a su madre, Ilitia, se sentó cerca de la casa de Alcmena y cruzó las piernas y los brazos, maniobra ésta que impedía que, en los alrededores, ninguna parturienta pudiera dar a luz.

Durante días y días la diosa permaneció en esta postura con la consiguiente desesperación de la pobre Alcmena, que sufría unos terribles dolores que estaban a punto de hacerla enloquecer.

Pero si Hera contaba con su hija Ilitia, Alcmena tenía una amiga llamada Galintias que destacaba por su ingenio y viveza y que viendo el sufrimiento de su amiga recurrió a una estratagema para engañar a Ilitia.

Para ello comenzó a dar grandes gritos de alegría al tiempo que decía que Alcmena había dado a luz un niño hermosísimo.

Al oír esto, Ilitia, se levantó indignada dispuesta a presentar una denuncia ante Zeus por lo que consideraba un atropello a sus competencias profesionales.

Y justo en el momento que descruzó las piernas al ponerse en pie nació un niño que, como su padre había pronosticado, sería famoso por sus hazañas: Heracles.

Con lo que no contaba Galintias fue con lo peligroso que podía resultar burlarse de una diosa ya que Hera se vengó de ella convirtiéndola en una comadreja, animalejo que derrocha viveza por todos sus poros.

GANIMEDES:

AL OLIMPO POR LA CARA.

 

El rapto de Ganimedes

 Si de algo puede presumir la Mitología Griega –amén de una desbordante imaginación– es de tipos guapos, tanto entre las mozas: Helena, Penélope, Europa Dánae…,  como entre los mozos: Narciso, Jacinto, Paris o el protagonista de esta historia: Ganimedes.

Ganimedes es –en la versión más conocida– hijo de Laomedonte, rey de Troya y uno de los tipos más embusteros y perjuros de toda la Mitología Griega.

Su belleza era tal que, siendo todavía un adolescente, Zeus se prendó de él y lo secuestró cuando el chaval cuidaba los rebaños de su padre.

Sobre el rapto de Ganimedes existen, dos versiones:

Según la primera Zeus envió un águila enorme que se llevó a Ganimedes al Olimpo.

Posteriormente, y como pago a sus servicios, Zeus convirtió al águila en la constelación que lleva su nombre.

La segunda versión afirma que fue el propio Zeus –cuya facilidad para transformarse era similar a la de Mortadelo– el que, metamorfoseado en ave rapaz, arrambló con Ganimedes.

Una vez en el Olimpo, Zeus, para evitar habladurías, le dio a Ganimedes el cargo de escanciador en los banquetes celestiales, empleo que hasta entonces desempeñaba Hebe, hija de Zeus y de Hera, y como no era cosa de dejar a su chica en el paro y de paso evitar una bronca de Hera, la ascendió dándole el título de Diosa de la Juventud.

Por último añadir que Zeus compensó a Laomedonte de la pérdida de su hijo regalándole unos caballos divinos y una copa de oro “made in Hefesto”.

Ni que decir tiene que el impresentable monarca se consideró muy bien pagado.

 

NAUPLIO:

LA VENGANZA DE UN PADRE.


 venganza de Nauplio

Nauplio, hijo de Posidón y de Amimone, está considerado como uno de los más grandes marinos mitológicos.

Participó, entre otras muchas, en la expedición de Jasón y los Argonautas en la que llegó a ser, a la muerte de Tifis, piloto de la nave Argos.

Casado con Clímene, hija de Catreo, fue padre de Palamedes y cuando éste, bajo la falsa acusación de alta traición, fue lapidado en Troya por sus propios compañeros, Nauplio juró vengarse de todos los gerifaltes del ejército griego.

Para ello consagró su vida a la vendetta recorriendo en su nave todos los reinos aqueos diciendo a las esposas de los principales combatientes que sus respectivos maridos se lo estaban pasando “pipa” en Troya, que se habían olvidado de ellas, que tenían numerosas concubinas y que, ni en sueños, pensaban regresar.

Por último les aconsejaba que les pagaran con la misma moneda y se buscaran amantes, pues lo que es a sus maridos no volverían a verles el pelo.

Nauplio consiguió su propósito con muchas de las consortes de grandes prebostes como Clitemestra, Meda e Egiaela, esposas respectivas de Agamenón, Idomeneo y Diomedes pero, ironías de la vida, no pudo convencer a Penélope, esposa de Odiseo, el verdadero culpable de la muerte de su hijo.

No pareciéndole suficiente castigo a los asesinos de su hijo Nauplio quiso redondear su venganza con un plan B. Plan que ejecutó cuando el grueso de la flota griega regresaba triunfante de Troya y que consistió en lo siguiente:

Durante la noche, encendió una gran hoguera en una isla rodeada de arrecifes y al verla, los griegos, creyendo que se trataba de un puerto, se dirigieron hacia allí.

El resultado fue el previsto por Nauplio:

Numerosas naves se hundieron y un gran número de guerreros fueron a parar al reino de Hades, entre ellos Áyax el pequeño, un singular personaje del que hablaremos otro día.

Según Apolodoro, Nauplio murió ahogado por un acto de traición muy parecido al que el cometió con los aqueos; aunque como en la Mitología Griega siempre hay al menos dos versiones, según otros, fue engañado por Anticlea, la madre de Odiseo, cuando Nauplio trataba de convencer a Penélope.

Anticlea le comunicó la falsa muerte de otro de sus hijos y Nauplio, lleno de dolor, se suicidó.

 

 PALAMEDES:

UNA VÍCTIMA DE ODISEO

Palamedes ante Agamenón

 Palamedes, hijo de Nauplio y de Clímene, fue, como Aquiles, Heracles, Áyax y algunos más, discípulo del centauro Quirón, el más afamado pedagogo mitológico.

Palamedes acompañó a Menelao a reclutar a Odiseo para que –como antiguo pretendiente de Helena– participara en el rescate de ésta, raptada por Paris, hijo de Príamo, rey de Troya.

Odiseo, que maldita la gana que tenia de cumplir su promesa, decidió engañar a los emisarios fingiéndose loco de atar.

Para ello, tras uncir a una yunta a un asno raquítico y a un robusto buey, comenzó a arar un campo sembrándolo de sal.

Ante tal visión el ingenuo Menelao, apenado de la locura de su amigo, quiso dejarlo tranquilo y regresar a Esparta, pero Palamedes, no fiándose de Odiseo, quiso comprobar la locura de éste, poniendo ante la yunta al pequeño Telémaco, a la sazón un bebé, de modo que Odiseo no tuvo más remedio que parar para no atropellar a su hijo al tiempo, que entre carcajadas, decir que todo había sido una broma y que, en pocos días, estaría dispuesto a zarpar con su flota rumbo a Troya.

Desde ese instante Odiseo sintió un odio africano contra Palamedes, odio que se iría incrementando a lo largo de la guerra porque éste llegó a ser más popular que él ya que supo ganarse el aprecio y la simpatía de todos gracias a inventos como los juegos de damas y los dados que hicieron más llevadera la contienda a los soldados.

Tras mucho cavilar Odiseo ideó un plan para deshacerse del odiado Palamedes:

Bajo amenazas de muerte obligó a un prisionero troyano a que escribiera una carta supuestamente enviada por Príamo a Palamedes en la que éste le ofrecía una gran cantidad de oro por traicionar a los griegos.

A continuación sobornó a un esclavo de Palamedes para que enterrara el oro en la tienda de su amo.

Por último, y tras eliminar al prisionero y al esclavo, hizo llegar anónimamente la carta a manos de Agamenón, que mandó llamar a Palamedes ante el Consejo de Notables.

Viendo que nadie quería creer la culpabilidad de Palamedes, Odiseo sugirió registrar su tienda y, hecho lo cual, se descubrió el tesoro enterrado.

Ante tal evidencia el buenazo de Palamedes fue lapidado por sus compañeros de armas.

TALOS:

UN ROBOT MITOLÓGICO.

Los antiguos griegos, que sabían más que Lepe y el Tostado juntos, tenían un dicho o refrán que venía a decir, poco más o menos:

“No hay nada nuevo bajo el sol”

 Dicho que se cumplía hasta en algo, al parecer tan a la última, como es la robótica pues esta tecnología ya era conocida, hace miles de años, en Grecia –al menos en la Grecia Mitológica– dado que, en tan remotas fechas, ya andaba por el mundo Talos: el primero y más grande de los robots que jamás haya existido.

La versión más extendida sobre Talos asegura que fue un regalo que el dios Hefesto hizo a Minos, rey de Creta, aunque existe otra que asegura que fue construido por Dédalo, el número uno de los ingenieros mitológicos y creador del Laberinto.

De talla gigantesca y construido en bronce funcionaba gracias a un líquido mágico que le corría por todo su cuerpo y que su creador le había introducido por un talón, que posteriormente había tapado con un tapón de cuero.

La misión de semejante criaturita era proteger la isla de Creta a la que daba tres vueltas todos los días para evitar, por una parte, que nadie saliera sin el permiso de Minos, y por otra, que ningún barco se acercara a la isla sin identificarse previamente.

Para persuadir a los que intentaban desembarcar sin antes recibir el visto bueno disponía de un sistema persuasivo tan expeditivo como eficaz:

Lanzaba grandes pedruscos a aquellos navíos que se saltaran las reglas.

Cuando la nave Argos, al mando de Jasón, se acercó a la costa con ánimo de repostar, Talos comenzó a lanzarle piedras del tamaño de un microbús, pero Medea, a base de pases mágicos, lo enloqueció haciéndole dar grandes saltos.

En uno de éstos se rompió el tapón al chocar contra una roca y, al perder su líquido vital, Talos quedó convertido en un informe montón de chatarra.

 

ICARIO Y ERÍGONE:

UNA TREMENDA TRAGEDIA ORIGEN DE UNAS FIESTAS POPULARES.

 Dioniso regalando el vino a Icario

Existen dos personajes en la mitología griega con el nombre de Icario, uno es el padre de Penélope y el otro –el que aquí nos interesa– es un ateniense padre de una joven llamada Erígone que, en cierta ocasión, acogió en su casa a Dioniso, dios del vino y la alegría, con tales muestras de hospitalidad que el dios, agradecido, les dejó un regalo a cada uno

Al padre, un odre lleno de vino para que diera a conocer entre los atenienses la exquisita bebida que patrocinaba.

A la hija, un rollizo bebé al que bautizaron con el bonito nombre de Estáfilo (El Racimo).

Icario, siguiendo las instrucciones de Dioniso, invitó a sus vecinos a degustar la nueva bebida pero éstos, al notarse achispados, creyeron que Icario los había envenenado y lo mataron a palos dejando el cadáver escondido en el monte y allí se hubiera quedado por los siglos de los siglos si Erígone, guiada por su fiel perra, Mera, no lo hubiese descubierto.

Ante la macabra visión Erígone, loca de dolor se ahorcó de la rama de un árbol.

Poco tiempo después, y entre las jóvenes atenienses, se extendió una extraña locura que las llevaba a ahorcarse una tras otra por lo que las autoridades corrieron a Delfos a consultar el motivo de tan peregrina epidemia y, sobre todo, a saber como detenerla.

En contra de su costumbre el Oráculo fue meridianamente claro y dijo:

 “Dioniso está enfadadísimo con vosotros por el asesinato de Icario que fue causa del suicidio de su querida Erígone.

Así que si queréis que vuestras mozas no se cuelguen como chorizos, castigar a los culpables de la muerte del padre y hacer una fiesta conmemorativa en recuerdo de la hija.”


Los atenienses así lo hicieron y tras linchar a los asesinos de Icario, instituyeron unas fiestas en las que, en recuerdo del suicidio de Erígone, colgaban unas cuantas doncellas de la ciudad.

Estos festejos se mantuvieron en Atenas en época histórica aunque, menos brutos que sus antepasados mitológicos, sustituyeron a las chicas por discos decorados con rostros femeninos y llegaron a ser tan populares que los romanos, amantes de todo lo que oliera a griego, las copiaron para honrar a su dios Líber Pater, el Dioniso itálico.


FRASIO: EL CID CAMPEADOR DE LOS ADIVINOS.

 Frasio era un adivino “de medio pelo” natural de Chipre y con un porcentaje de aciertos en sus predicciones bastante menos que modesto, hasta tal punto que sus paisanos, hartos de sus fallos, lo pusieron amablemente en la siguiente disyuntiva:

O hacía el petate y abandonaba la isla por las buenas o, en caso contrario, lo haría 
 por las malas y tras recibir una buena somanta de palos.

Frasio –que por algo era adivino– supo captar la indirecta de sus compatriotas y, despidiéndose a la francesa, embarcó en la primera nave que quiso admitirlo como pasajero.

El bajel en cuestión era de bandera egipcia y, tras una larga travesía, Frasio se encontró deambulando por las calles de Tebas sin un óbolo en el bolsillo.

Pero la otrora riquísima ciudad se veía entonces inmersa –como todo Egipto– en una hambruna de lo más espantosa debido a una tremenda  y pertinaz sequía.

Ante semejante panorama, Frasio, ni corto ni perezoso y con más moral que el Alcoyano, se presentó ante el rey asegurando ser un prestigioso adivino capaz de, no sólo encontrar la causa de la sequía, sino también de dar con la solución a la misma.

Aunque Bursiris –así se llamaba el rey de Egipto– estaba más que harto de escuchar a charlatanes y aprovechados que se hacían pasar por adivinos, decidió dar una oportunidad a aquel tipejo petulante y engreído.

Y así, Frasio, tras una serie de pases mágicos y observar el vuelo de una bandada de grullas, comunicó al rey sus conclusiones:

“ – ¡Oh gran rey de los egipcios! La sequía que atenaza el país sólo se acabará si sacrificas en honor a los dioses a un extranjero.

Ante la rotundidad con que el adivino había expresado su vaticinio, Bursiris quiso comprobar al momento la fiabilidad del mismo y, al no tener a mano otro extranjero, ordenó que Frasio fuera sacrificado inmediatamente.

Y así como dicen que Don Rodrigo Díaz de Vivar ganó una batalla después de muerto, no había llegado al reino de Hades el ánima del pobre Frasio cuando el cielo se cubrió de negros nubarrones y al momento comenzó a diluviar.

Parece ser que, ante semejante prodigio Bursiris susurró:

“ – ¡Caramba que buen adivino era el chipriota!

 De haberlo sabido antes lo hubiera incluido en nómina.

CERBERO 

El can Cerbero provenía de una ilustre familia de monstruos ya que sus papás eran nada menos que Tifón, el tipo más grande de toda la mitología griega, y la Equidna, un engendro con cabeza y cuerpo de señora hasta las caderas complementado con una larguísima cola de serpiente.

Tenía tres hermanos: El perro Ortro, chucho gigantesco con dos cabezas que cuidaba los rebaños de Geriones, la Hidra de Lerna, dragón de siete cabezas que arrojaba fuego por las narices y la Quimera, un verdadero puzzle de bichos.

Por su parte Cerbero disponía de tres cabezas con sus correspondientes tres bocazas armadas de agudísimos dientes amén de una larga cola erizada de aguijones venenosos.

Trabajaba, al servicio de Hades, como portero de Los Infiernos y su tarea era doble:

Por una parte impedir que ningún muerto saliera de las zahúrdas infernales.

Por otra, evitar que ningún vivo entrara en ellas.

Estas labores las realizaba Cerbero con un celo que hubiese sido la envidia del portero de discoteca más severo hasta el extremo que, durante sus muchos siglos de servicio en la puerta principal del Infierno, ningún muerto pudo presumir de haber burlado al celoso guardián y si alguno salió –Sísifo y Protesilao– fue con un permiso temporal firmado por el mismísimo Hades.

En cuanto a la entrada de vivos, en honor a la verdad, no se puede decir que no se colara ninguno ya que hubo tres excepciones. (Las de Odiseo, Piritoo y Teseo no se cuentan porque éstos entraron por puertas falsas y no por la principal.

El primer gol se lo marcó a Cerbero el mejor cantautor de toda la mitología – Orfeo– cuando bajó al Infierno con la pretensión de sacar de aquel apestoso lugar a su querida Eurídice que acababa de morir y, cuando Cerbero se disponía a destrozar al intruso, éste, a golpe de lira, lo dejó más manso que un perrillo faldero.

El segundo fracaso de Cerbero fue todavía peor pues Heracles, no se conformó con entrar sino que, además y con permiso de Hades, se lo llevó con él cumpliendo así uno de los trabajos que su primo Euristeo le había encomendado.

El último que logró entrar estando vivito y coleando fue Eneas gracias a que la Sibila que le servía de guía durmió a Cerbero arrojándole un chuletón de Ávila relleno de un potentísimo somnífero.


Equidna

El nombre de Equidna significa “la Víbora" y a él respondía un maléfico ser con rostro y cuerpo de mujer complementado por una larguísima cola de serpiente.

De las múltiples versiones sobre su orígenes nos quedamos con la de Hesíodo, que de Mitología sabía como el que más.


Según él, La Equidna era hija de Forcis y de su hermana Ceto –un monstruo marino de cuyo nombre proviene el de cetáceo– hijos ambos del Ponto (la Ola) y de Gea (la Tierra)


Casada con Tifón trajo al mundo a una serie de criaturas a cual más angelical y adorable, a saber:

Los monstruosos perros Ortro y Cerbero, la abominable Hidra de Lerna y la terrible Quimera.


Algunos autores aseguran que, además, tuvo amores con el mismísimo Heracles y que, con él, tuvo tres hijos que respondían a estos bonitos nombres:Agatirso, Gelono –epónimo de la ciudad de este nombre– y Escites, que daría nombre al pueblo Escita.


Instalada en el Peloponeso disfrutaba a lo grande devorando a todo incauto que pasaba por las inmediaciones de la cueva que le servía de vivienda.


Y así hubiese seguido por los siglos de los siglos si los “peloponesianos”, hartos de ver menguar su censo de población,  no hubieran decidido poner coto a sus estragos y desmanes.


Para ello contrataron los servicios de Argos –aquel tipo que dicen que tenía cien ojos– y éste acabó con la glotona monstrua de una estocada en todo lo alto que hizo innecesaria la actuación del puntillero.

  

TIFÓN:

UN “OKUPA” CELESTIAL.



Según la versión más conocida –otra dice que era hijo de Hera– Tifón o Tifaón era hijo de Gea –La Tierra– y del Tártaro– la sección más tenebrosa de Los Infiernos.

Mayor que la montaña más alta, Tifón era el ser más gigantesco de toda la Mitología Griega ya que, puesto de puntillas, rozaba el cielo con la cabeza y con los brazos extendidos llegaba de Oriente a Occidente.

Era capaz de arrojar fuego por los ojos y, en lugar de dedos, tenía cientos de cabezas de dragón. Miles de serpientes venenosas enmendaban su carencia de piernas y unas inmensas alas acordes con su tamaño completaban su imponente y terrorífica figura.

Un carácter bronco y pendenciero concordaba a la perfección con su físico, carácter que lo llevó, apenas completado su desarrollo, a querer apoderarse del Cielo por las bravas desalojando antes a todos sus inquilinos.

Y pensado y hecho: de un salto se encaramó en el Cielo y, a grito pelado, comenzó a amenazar e insultar a todos los dioses. Éstos, a la vista de semejante energúmeno, salieron corriendo y no pararon hasta llegar a Egipto, donde cada uno, para despistarlo, se metamorfoseó en un animal:

Apolo en milano, Hermes en Ibis, Dioniso, en macho cabrío, Hefesto en buey… incluso Ares –dios de la guerra– se convirtió en un inocente pececillo del Nilo.

El único que se quedó a defender su reino fue Zeus que comenzó a lanzarle sus mortíferos rayos capaces de achicharrar a cualquiera. A cualquiera que no fuera Tifón pues sólo consiguieron chamuscarlo un poco.

Tifón, pasando a la ofensiva, se lanzó sobre Zeus y, en un momento, le quitó los tendones de brazos y piernas dejándolo convertido en una masa informe de carne que depositó en un ánfora, haciendo lo propio con los tendones.

A continuación, y tras confiar ambas vasijas al dragón Delfine para que las custodiara, se instaló en el cielo dispuesto a reinar sobre mortales e inmortales.

Pero Hermes, avergonzado de su cobardía, decidió ayudar a su papá y robó –por algo era el dios de los ladrones– las ánforas a Delfine para, a continuación y ayudado por el dios Pan, reconstruir al maltrecho Zeus.

Una vez recuperado y armado con rayos de mayor voltaje, Zeus atacó al desprevenido Tifón que se vio obligado a huir perseguido por su enemigo que lo alcanzó en Sicilia lanzándole el monte Etna que lo dejó “planchado”.

Muchos años después los astutos siracusanos daban a los cándidos turistas dos versiones sobre la lava que salía del volcán:

Unos decían que era el fuego que el aplastado Tifón todavía echaba por los ojos mientras otros aseguraban que provenía de los numerosísimos rayos que Zeus le había arrojado.

Nota de sociedad: El difunto Tifón dejó una inconsolable viuda –La Equidna– y una caterva de desvalidos y adorables huerfanitos: Los chuchos Ortro y Cerbero, La Hidra de Lerna y La Quimera.

LAS SIRENAS:

UNAS “PRIMA DONNAS” CON MUY MALA UVA.

Ulises y las Sirenas

Como ocurre con otros muchos personajes mitológicos el origen de las Sirenas es confuso y embarullado ya que hay versiones para todos los gustos; pero si nos atenemos a la más conocida podemos asegurar que su padre fue el dios-río Aqueloo y en cuanto a su mamá hay discrepancia entre dos musas: Tersícore –musa de la danza– y Melpómene– musa de la tragedia.

Tampoco existe unanimidad en cuanto a su número y nombre pues mientras unos dicen que eran cuatro –Teles, Redne, Molpe y Telxiope–, otros aseguran que eran sólo tres –Pisinoe, Agloúpe y Telxipia–. Por último están los que, si bien coinciden en que eran un trío, juran saber de buena tinta que sus nombres eran: Parténope, Leucosia y Ligia.

El lo que si están de acuerdo todos los estudiosos del tema es en dos características que definían a la perfección a las Sirenas:

La primera, que cantaban como los propios ángeles.

La segunda, que eran malas como demonios.

Habitaban en una isla del Mediterráneo, en las costas italianas cerca de Sorrento y su ocupación y principal diversión consistía en atraer, con sus maravillosas voces, a los marinos de los barcos que navegaban por las cercanías haciéndoles naufragar en los numerosos escollos que rodeaban las costas de su isla.

El Destino –a cuyos designios se doblegaban hasta los mismísimos dioses– les había augurado que morirían si se les escapaban dos barcos de los que navegaban por los alrededores de su morada, vaticinio que ellas no tomaron muy en cuenta pues no había navío cuyos tripulantes hicieran oídos sordos a sus cánticos.

Todo iba sobre ruedas –para ellas, no para los marinos– hasta que apareció en el horizonte el Argos, capitaneado por Jasón y tripulado por los Argonautas en su búsqueda del Vellocino de Oro.

Al instante las Sirenas comenzaron a cantar pero, para su desgracia, en el Argos viajaba Orfeo, el mayor músico y cantor de toda la Hélade, por lo que sus compañeros, haciendo caso omiso al canto de las aladas divas, se concentraron en escuchar al insuperable Orfeo y pasaron de largo.

(En honor a la verdad sólo uno de los argonautas –Butes– consideró superior la voz de las Sirenas y se lanzó al agua y allí hubiera perecido a no ser por que Afrodita, enamorada de él, lo salvó en última instancia, pero… eso es otra historia)

El segundo y definitivo traspiés de las Sirenas ocurrió cuando la nave de Odiseo pasó cerca de sus costas y éste, tan curioso como astuto, escuchó sus cánticos atado al mástil de su barco mientras sus hombres con los oídos tapados con cera, remaban como posesos sin oír los ruegos y maldiciones de su jefe para que se dirigieran a la isla.

Tras este segundo fracaso las Sirenas, irritadas, se precipitaron al mar y se ahogaron cumpliendo así, como no podía ser de otra forma, la predicción del Destino.

    LAS MURALLAS DE TROYA

2ª PARTE: HERACLES Y HESÍONE.

 

  Heracles, Hesíone y el monstruo.

En el momento en que recuperaron sus poderes, Posidón y Apolo se apresuraron a vengarse del impresentable Laomedonte; cada uno de ellos a su estilo:

Apolo, enviando una epidemia de peste que hizo estragos en la ciudad y apenas sus efectos se disiparon, entró en juego Posidón enviando un terrorífico monstruo marino que devoraba a cualquiera que se acercaba por la playa lo que produjo una caída en picado del turismo en Troya.

Ante tal cúmulo de desgracias Laomedonte consultó un Oráculo.

En este caso la Sibila de guardia no se anduvo con rodeos y le contestó:

“Laomedonte, el monstruo marino es un regalito que Posidón os ha hecho por tu informalidad como empresario a la hora de cumplir los convenios laborales.

Sólo os dejará tranquilo si le ofreces a tu hija Hesíone como aperitivo” 

Y así, la pobre Hesíone, víctima inocente de su informal papá, fue atada a una roca en la playa a la espera de que el monstruo viniese a merendársela.

Pero dio la casualidad que Heracles, que venía de cumplir uno de sus doce trabajos, pasara por allí y al conocer el por qué aquella bella moza se encontraba en tal duro trance se entrevistó con Laomedonte y le propuso matar al monstruo y rescatar a su hija a cambio de unos caballos que Zeus le había entregado al rey como compensación de haberse llevado a su hijo Ganímedes para que, entre otras cosas, ejerciera como “sumelier” en el Olimpo.

Heracles, una vez llegados a un acuerdo, actuó al estilo de Julio Cesar en las Galias: “Llegó, vio... y se cargó al monstruo”.

Pero cuando se presentó ante Laomedonte con su hijita sana y salva, éste dijo no recordar nada de lo pactado, y puso fin a la discusión recurriendo a su estribillo favorito:

 “Y ahora ¡largo de aquí, o mandaré que te corten las orejas!”

 A punto estuvo Heracles de machacar a aquel tipejo pero los cientos de lanzas y flechas de los soldados que le apuntaban le hicieron desistir y marcharse de Troya no sin antes amenazar al rey con una palabra que, muchos siglos después le copiaría el general McCartur dirigiéndose a los japoneses:

                 ¡Volveré!

 Y en efecto, poco tiempo después y al mando de un pequeño pero aguerrido grupo de amiguetes Heracles asaltó Troya, se cargó a Laomedonte y regaló a su lugarteniente Telamón a la bella Hesíone.

Sería una generación más tarde cuando una confederación de reinos griegos al mando de Agamenón y con el pretexto de, según ellos, liberar a la bella Helena secuestrada por el troyano Paris, atacó la ciudad no dejando de sus murallas piedra sobre piedra.

LAS MURALLAS DE TROYA

1ª. PARTE: LOS CONSTRUCTORES.


   En cierta ocasión, hartos de lo que consideraban una tiranía, Posidón, Hera, Apolo y Atenea, decidieron dar un golpe de estado para desbancar del Olimpo a Zeus.

No debieron llevar su confabulación muy en secreto pues la noticia llegó a oídos de la nereida Tetis y ésta corrió a contárselo a Briareo (uno de los Hecatonquiros o Centimanos, hijos de Urano y de Gea)

Briareo que, al igual que sus hermanos, estaba muy agradecido a Zeus por sacarlos del Tártaro donde su padre, Urano, los había encerrado, se presentó ante los cuatro conjurados en el preciso momento en que éstos daban los últimos retoques a su rebelión.

Ni que decir tiene que, ante la visión cerca de sus divinas narices de aquellas cien manazas, los cuatro dioses se disolvieron pacíficamente jurando olvidar sus planes de insumisión.

Enterado del caso, Zeus, galante como él era, perdonó a su esposa y a su hija. No así a su hermano y a su hijo a los que condenó con la mayor pena a la que un dios olímpico podía ser condenado:

Perder sus poderes durante un año y, lo que era mucho peor para éstos: la obligación de estar al servicio de un mortal durante ese mismo periodo de tiempo.

Y así, Posidón y Apolo no tuvieron más remedio que bajar a la tierra en busca de un patrón al que servir con tan mala suerte que fueron a dar con Laomedonte, rey de Troya y el tipo más mentiroso y trapacero de toda la Mitología Griega.

Tras llegar a un acuerdo económico con el rey, los dos dioses se comprometieron a construir una muralla alrededor de la ciudad de Troya.

Pero apenas habían comenzado las obras cuando Gea advirtió a Zeus de que si la muralla la construían sólo dioses Troya sería inexpugnable incluso para las propias divinidades, problema que Zeus subsanó integrando a un mortal en la cuadrilla: Éaco, el más pío de los hombres y que con el tiempo sería abuelo de Aquiles.

Una vez terminada la obra, Zeus envió tres descomunales serpientes que comenzaron a  trepar por las murallas. Las que lo hicieron por la parte construida por los dioses, al momento, cayeron fulminadas, mientras que la que lo hizo por la parte edificada por Éaco entró en la ciudad sin ninguna dificultad, con lo que quedaba demostrada la profecía de Gea.

Por su parte los tres curritos (algunos autores aseguran que los que de verdad trabajaron fueron Posidón y Éaco pues Apolo se limitó a animarlos con los sones de su lira) se presentaron ante Laomedonte para cobrar lo estipulado pero éste, haciendo honor a su fama de informal y mentiroso y aprovechando que los dioses todavía no habían recobrado sus poderes, los despidió con cajas destempladas amenazándoles con cortarle las orejas si no desaparecían de su vista al momento.

Éaco se marchó sin rechistar, pero Posidón y Apolo, lo hicieron echando tremendas maldiciones contra el tramposo rey y jurando vengarse debidamente de tan impresentable sujeto.

Venganza que veremos en la siguiente entrega.

LA ESFINGE

 

EDIPO  Y LA ESFINGE 

 Cualquier mitología que se precie está plagada de monstruos más o menos tremendos terribles y la griega no iba ser menos ya que en ella pululan una gran variedad de engendros que a veces, como en el caso que nos ocupa, eran un verdadero puzzle de bestias y personas.

La Esfinge era un monstruo femenino que tenía cuerpo de leona, rostro de mujer y alas de águila y era hija de una pareja de energúmenos: La Equidna y el perro Ortro, aunque los hay que opinan que su padre fue Tifón, el gigante más grande de toda la Mitología.

Había sido enviada por la diosa Hera a las cercanías de Tebas para castigar a la ciudad por un delito que su rey, Layo, había cometido tiempo atrás.

Instalada en un monte cercano a Tebas, la Esfinge, se merendaba a todo viajero despistado que se acercaba a la ciudad por lo que el turismo de la zona había caído en picado.

En honor a la verdad la fiera daba una oportunidad a sus víctimas antes de acabar con ellas ya que les proponía dos enigmas –en realidad uno solo pues nadie había sido capaz de acertar el primero– y ante la incapacidad de dar con la solución, el monstruo se lanzaba sobre el confuso y asustado viajero y lo devoraba no dejando ni las sandalias.

Con este incordio ni los tebanos se atrevían a salir de la ciudad y sólo los forasteros que no conocían la existencia del monstruo se acercaban a ella.

Hasta que Edipo –huyendo de la que creía su patria por no cumplir el vaticinio de un oráculo que le aseguró que mataría a su padre–, apareció en escena.

Al momento la Esfinge se presentó ante él y, tras explicarle en qué consistía “el juego”, le propuso la primera adivinanza:

  “¿Cuál es el animal que por la mañana tiene cuatro patas, por la tarde dos y por la noche tres y es más débil cuando más patas tiene?”

Edipo reflexionó un momento y contestó:

–¡El hombre! Cuando es un bebé anda a cuatro patas, cuando es adulto con dos y, a la vejez, se apoya en un bastón.

La Esfinge, sorprendida, le formuló el segundo enigma, aquel que nunca había tenido que utilizar, al tiempo que se afilaba los dientes y las garras:

“Son dos hermanos. Cuando uno muere nace el otro y cuando muere el segundo nace el primero”

Tras una larga pausa Edipo exclamó:

–!El día y la noche¡ Cuando acaba el día comienza la noche y a la inversa.

La Esfinge –a la que el Destino, había advertido que moriría si alguien resolvía sus acertijos –, rugiendo furiosa, se lanzó desde un acantilado y se mató.

 

LAS MUSAS:  

UNAS HERMANAS MUY INSPIRADORAS.

 Musas danzando con Apolo.

Aunque en otras versiones aparecen como hijas de Urano y de Gea e incluso de Harmonía, en la más conocida las Musas son hijas de Zeus y de la titánide Mnemósine, personificación de la memoria.

El número de las Musas varió a lo largo de los tiempos, primero tres, después siete hasta que en la época clásica se impuso definitivamente la cifra de nueve.

Según Hesíodo, que se conocía la Mitología al dedillo, las Musas pertenecían al cortejo del dios Apolo y su principal misión era la de amenizar con cánticos y danzas, los banquetes de los dioses.

Otras tareas propias de las Musas eran la de acompañar a los reyes y dictarles las palabras adecuadas para aplacar riñas y restablecer la paz entre los mortales.

De igual modo, y siempre según Hesíodo, bastaba que un cantor  celebrase las proezas de hombres o héroes del pasado para que todo aquel oyente que tuviera preocupaciones las olvidase al instante.

Vivían en el monte Helicón de Beocia junto a la fuente Hipocrene (Fuente del Caballo) llamada así porque brotó de una coz que Pegaso, el caballo alado de Belerofonte, dio en una roca.

El más antiguo de los cánticos de las Musas fue el que entonaron con motivo de la victoria de los Dioses Olímpicos sobre los Titanes, para celebrar el nacimiento de un nuevo orden entre los inmortales.

Estos son sus nombres y especialidades:

 

Calíope: Musa de la Poesía épica y primera de todas en dignidad.

Clío: De la Historia. 

Polimnia: De la Retórica.

Euterpe: De la Música.

Tersícore: De la Danza.

Erato: De la Poesía amorosa.

Melpómene: De la Tragedia.

Talía: De la Comedia.

Urania: De la Astronomía. 

FRIXO Y HELE:

LOS ORÍGENES DEL VELLOCINO DE ORO.

        Atamante rey de Orcómeno y su esposa Néfele tenían dos hijos, un chico llamado Frixo  y una chica, Hele.

Tiempo después, Atamante, tras repudiar a su esposa (otros dicen que ésta murió), se casó con Ino, hija de Cadmo rey de Tebas, con la que tuvo otros dos hijos: Learco y Melicestes.

Ino (cualquier parecido con la madrastra de Blancanieves no es mera coincidencia) aborrecía a Frixo y a Hele y, como quería que el trono pasara a alguno de sus hijos, decidió acabar con ellos.

Para lograrlo recurrió a una estratagema algo enrevesada y rocambolesca:

Primero convenció a las mujeres del país para que, en secreto, tostasen el trigo reservado para la siembra de modo que ese año la cosecha no dio ni una mala espiga.

Ante la hambruna que se les venía encima, Atamante hizo lo que haría cualquier griego sensato: enviar emisarios a consultar el Oráculo de Delfos.

Entonces Ino, puso en marcha la segunda parte de su plan y, ya con dádivas ya con amenazas,  convenció a los emisarios para que dijeran al rey que el Oráculo había pronosticado lo siguiente:

 “La maldición que ha caído sobre vuestros campos no cesará hasta que sacrifiquéis a los   dioses a Frixo y a Hele.”

 Con gran dolor de su corazón Atamante ordenó que sus hijos fuesen sacrificados pero, cuando el sacerdote se preparaba para inmolar a los chicos, Zeus, apiadado de ellos, envió un carnero alado  cuyos vellones eran de oro.

Sin dudarlo un momento los chicos se montaron en el carnero que, al instante salió volando “a  toda pastilla” rumbo a La Cólquide, a orillas del mar Negro.

Ya cerca de su destino Hele se cayó y se ahogó. Desde entonces a ese mar –el actual mar de  Mármara– los griegos le llamaron mar de Hele.

Para aquellos que prefieren los finales felices, he aquí otra versión:

Posidón, enamorado de Hele, la salvó y tuvo con ella tres hijos: Peón, Edono y Álmope.

Por su parte, Frixo llegó a La Cólquide sin novedad donde fue recibido con todos los honores por el rey Eetes hasta el punto que, años después, lo casó con una de sus hijas.

En correspondencia, Frixo regaló a Eetes el carnero alado y éste lo sacrificó en honor a Zeus y  colgó la piel –el vellocino de oro– en un árbol de un bosque sagrado custodiado por un enorme             dragón.

Años después vendría Jasón y sus Argonautas a pedir a Eetes el Vellocino; pero eso es otra historia.

            UN TRÁGICO AMOR CON MUCHAS SECUELAS

 

Píramo y Tisbe son los protagonistas de una,   tan bella como trágica, historia de amor.

Una versión muy antigua cuenta que Píramo y Tisbe eran amantes y que ella, al saberse embarazada se suicidó. Píramo al conocer la muerte de su amada se quitó también la vida.                                                                                                          Los dioses apiadados de ellos los convirtieron, a él en el río de su mismo nombre y a ella en una fuente que vierte sus aguas en el río Píramo

Pero la versión más conocida es la que ha llegado a nosotros a través de la pluma del bueno de Ovidio que, aunque romano, de Mitología Griega sabía como el que más.

Dicha versión, en esencia, dice así:Píramo y Tisbe eran dos jóvenes babilonios que vivían en casas colindantes y que se amaban apasionadamente pero que no podían casarse debido a la radical oposición de sus respectivas familias.

Como tenían terminantemente prohibido el verse y hablarse sólo lo podían hacer en secreto y a través de una rendija que separaba sus respectivas viviendas hasta que, cierto día, decidieron citarse junto a una fuente que manaba al pie de una gran morera a las afueras de su ciudad.

Tisbe fue la primera en llegar a la cita y estaba esperando a su amado cuando vio, horrorizada, aparecer a una tremenda leona que acudía a beber a la fuente.

Aunque la joven escapó a todo correr no pudo impedir que, en su huida, se le cayera el velo que la cubría.

La leona se arrojó sobre el velo, rasgándolo y ensuciándolo pues llevaba la boca manchada con la sangre de una presa que poco antes había cazado. Poco después, tras hubo saciado su sed, la fiera se marchó.

A poco llegó Píramo a la fuente y al ver el ensangrentado velo imaginó que alguna fiera había devorado a su amada por lo que, desesperado, se suicidó traspasándose con su espada.

Recuperada del tremendo susto, Tisbe regresó y, al contemplar el cuerpo muerto de Píramo se suicidó también.

La sangre de ambos jóvenes llegó a las raíces de la morera que crecía junto a la fuente y al instantes sus moras que, hasta entonces eran blancas, se tornaron rojas.

Este mito inspiraría, durante muchos siglos, a numerosos autores. Sirvan como ejemplo, Shakespeare con su obra “Romeo y Julieta” que, a su vez, inspiró la película West Side Story.

 

CADMO:

FUNDADOR DE TEBAS


Cadmo y el dragón.

La mayoría de las Polis griegas presumían de tener origen mitológico, ya por haber sido fundadas por algún héroe de campanillas, ya por lo estrambótico de su fundación.

He aquí como, según los tebanos, fue el nacimiento de su ciudad:

Cuando Zeus, metamorfoseado en toro, raptó a Europa, Agenor, rey de Siria y padre de la chica, reunió a sus hijos varones –Cadmo, Fénix y Cilix– y los envió en busca de su hermana diciéndoles, a modo de indirecta, que, o volvían con ella o, de lo contrario, no se molestaran en regresar.

Los tres hermanos, acompañados cada uno por un grupo de amiguetes, salieron en direcciones diferentes pero Fénix y Cilix pronto se cansaron y, al no poder retornar a su patria, decidieron hacerse una a la medida fundando, respectivamente, los reinos de Fenicia y de Cilicia.

Por su parte Cadmo, tras patearse casi toda La Hélade decidió que lo más juicioso sería ir a Delfos y consultar al Oráculo el paradero de su hermana.

La Pitia de guardia le dijo que, en lugar de preocuparse por su hermana Europa pues ella se encontraba muy bien con Zeus que la trataba como a una reina, lo que debía hacer era seguir el ejemplo de sus hermanos y fundar una ciudad.

Cadmo, que no tenía ni repajolera idea de fundar ciudades, le pidió consejo a la Pitia sobre el emplazamiento más ventajoso de la futura urbe y ésta le contestó:

 – Debes seguir a una vaca lechera que no sea una vaca cualquiera, y donde ésta caiga desfallecida ése será un buen sitio para edificar tu ciudad.

 A partir de entonces Cadmo miraba fijamente a todas las vacas que se cruzaban en su camino sin encontrar ninguna especial hasta que se topó con una que le llamó la atención porque, en cada uno de sus lomos, ostentaba, sobre su negra piel, una mancha blanca que recordaba una luna llena.

Al momento la vaca comenzó a caminar y Cadmo, que no era tonto del todo, comprendió que aquella era la res que buscaba y, acompañado de sus hombres, la siguió.

Aquel rumiante demostró ser una excelente atleta pues, tras cruzar toda la Fócide se internó en Beocia hasta que, completamente agotada, cayó en un montículo cercano a un manantial conocido con el nombre de “Fuente de Ares” y Cadmo, seguro de que aquél era el lugar indicado por la Pitia para fundar su ciudad, envió a algunos de sus hombres a traer agua de la citada fuente.

Pero el manantial estaba guardado por un furibundo dragón que, en un periquete se zampó a los aguadores.

Cadmo, que por las buenas era un bendito, pero que por las malas tenía su genio, fue a la fuente armado de pies a cabeza y se cargó al dragón.

Entonces se le apareció Atenea y le aconsejó que arrancara los dientes al dragón y los sembrara.

A Cadmo aquello le pareció una auténtica guarrada pero, por no desairar a la diosa, así lo hizo y cual no sería su sorpresa al ver que de cada uno de los dientes surgía un guerrero completamente armado: “Los Spartoi” o sea los Hombres Sembrados.

Ya se disponía Cadmo a poner pies en polvorosa cuando la diosa le dijo que se escondiera detrás de un árbol y, desde allí, les lanzara piedras.

Cadmo, no sin cierto miedo, siguió las indicaciones de Atenea y los Spartoi, que resultaron ser unos brutos de campeonato, se acusaron mutuamente del apedreamiento.

De los insultos pasaron a las armas y se organizó una escabechina de la que sólo sobrevivieron cinco Spartoi que, al ver a Cadmo se pusieron incondicionalmente a su servicio y le ayudaron a fundar la ciudad a la que bautizaron con el nombre de Tebas.

Pero cuando todo parecía felizmente terminado Ares denunció a Cadmo reclamando una indemnización por la muerte de su dragón y tras muchos negociaciones los jueces acordaron que Cadmo debería quedar al servicio de Ares durante ocho años.

No debió quedar insatisfecho el dios de la guerra de los servicios de Cadmo pues al final de los mismos, lo hizo su yerno al casarlo con su hija Harmonía.

ACONTIO:

EN EL AMOR TODO VALE



Acontio era un joven cretense que, en cierta ocasión, acudió a las fiestas de Delos y, visitando el templo de Ártemis, vio a una joven ateniense de extraordinaria belleza llamada Cidipe de la que se enamoró al instante.

Iba a declararle su amor pero, debido a la gran cantidad de gente que había en el templo, decidió recurrir a la siguiente estratagema:

Cogió un membrillo (otros dicen que una manzana) y, con la punta de su cuchillo, grabó en él la siguiente frase:

“Juro por el templo de Ártemis que me casaré con Acontio”.

Acto seguido lanzó la fruta que fue rodando hasta los pies de Cidipe y ésta, al verla la cogió y, distraídamente y en voz alta, leyó la inscripción.

Cidipe, al comprender el sentido de aquellas palabras, arrojó el membrillo y salió rápidamente del templo sin que Acontio consiguiera alcanzarla.

El enamorado joven la buscó por todos los rincones de Delos hasta que comprendió que su amada debía de haber abandonado la isla, por lo que, desesperado y sin saber donde seguir buscándola, regresó a Creta.  

Tiempo después, ya en Atenas, el padre de Cidipe preparó un enlace de su conveniencia para su hija, pero apenas había empezado la ceremonia tuvo que ser suspendida porque la novia cayó gravemente enferma.

Cidipe se recuperó al poco tiempo pero, cuando de nuevo se concertó la boda, volvió a enfermar y, en adelante, cada vez que se hablaba del enlace, la novia sufría una repentina recaída.

La noticia de tan extraña enfermedad se extendió por toda Grecia llegando a oídos de Acontio y éste, convencido que la chica que vio en el templo de Ártemis y la de la rara enfermedad eran la misma persona, ni corto ni perezoso, se embarcó rumbo a Atenas.

Una vez en Atenas acudía diariamente a las puertas de la casa de Cidipe para interesarse por su salud por lo que llegó a ser conocido por todos los criados de la misma.

Por su parte el padre de Cidipe, alarmado por las sucesivas recaídas, viajó a Delfos para consultar al Oráculo las causas de la extraña enfermedad de su hija.

Esta vez, y en contra de su costumbre, el Oráculo fue clarísimo en su dictamen:

“Tu hija está ligada por juramento a un joven llamado Acontio por lo que Ártemis la castiga cada vez que se dispone a cometer perjurio casándose con otro.”

Al regresar a Atenas y rebelar el vaticinio del oráculo los criados dijeron al padre que conocían al tal Acontio pues todos los días preguntaba por la salud de Cidipe.

Y así fue como el astuto y enamorado Acontio se casó con la bella Cidipe.

 LOS DOCE TRABAJOS DE HERACLES

 (Dedicado a Elena Maroto que, con cinco años, sorprendió a su maestra con sus conocimientos de Mitología)

INTRODUCCIÓN


La diosa Hera sentía un odio tremendo hacía Heracles –Hércules para los romanos–, hijo de Zeus y de Alcmena, y, para humillarlo, le ordenó que se pusiera a las órdenes de su primo Euristeo, rey de Tirinto.

 

Heracles no estaba por la labor de servir a su pariente –un tipejo ruin, debilucho y cobardica– por lo que no hizo caso al mandato de la diosa y ésta, que no estaba acostumbrada a que nadie la desobedeciera, en venganza, lo enloqueció.

 

Cuando poco después recobró el juicio Heracles quedó pasmado y afligido al comprobar todos las barbaridades que había cometido durante su ataque de locura por lo que, cuando Hera volvió a repetirle la orden bajo la amenaza de enloquecerlo de nuevo y esta vez para siempre, no tuvo más remedio que obedecer y presentarse en Tirinto para que su primo le encomendase doce tareas, cumplidas las cuales, quedaría libre.

 

Euristeo, que temía a su forzudo primo tanto como lo odiaba, decidió encargarle una serie de empresas a cual más difícil y peligrosa con la esperanza de que Heracles muriera en el cumplimiento de alguna de ellas.

 

En entregas posteriores hablaremos de todos y cada uno de estos trabajos.

 JUAN CUERDA


LOS TRABAJOS DE HERACLES

1º. EL LEÓN DE NEMEA 


    La primera tarea que Euristeo le encargó a Heracles, con la seguridad de que sería también la última, pues a buen seguro moriría en el intento, fue la de cazar un tremendo león que hacía tiempo venía asolando la región de Nemea.

Sobre los orígenes de esta tremenda fiera, existen varias versiones:

Unos dicen que era hijo de Selene y que había caído en Nemea desde la Luna.

Otros aseguran que era hijo de dos fieras a cual más horripilantes: del perro Ortro, hermano de Cerbero, y de la Equidna.

Por último están los que afirman que lo había formado Selene con la espuma del mar y por encargo de Hera.

A Heracles le fue sumamente fácil encontrar al león siguiendo los restos de los numerosos guerreros que habían intentado cazarlo.

Cuando lo tuvo a tiro comenzó a lanzarle flechas y cual no sería su sorpresa al comprobar como los dardos rebotaban en su durísima piel por lo que, dejando el arco, desgarró una gruesa rama de un gigantesco olivo y le arreó un tremendo porrazo en la cabeza aunque sólo consiguió aturdirlo. Acto seguido se abalanzó sobre él y, abrazándolo con toda su fuerza por el cuello, consiguió estrangularlo.

Para demostrar que había cumplido este primer trabajo y a modo de recuerdo, Heracles decidió hacerse un casco con la cabeza de la fiera y un manto con la piel pero, cuando quiso desollarlo, comprobó como su espada y su puñal se rompían, debido a la gran dureza de la misma.

Aquello parecía una misión imposible pero Heracles, que además de fuertote no tenía un pelo de tonto, dio con la solución.

Lo desolló utilizando la única herramienta capaz de cortar la durísima piel: las propias garras  de la fiera.

Vestido de esta guisa se presentó en el palacio de Euristeo, el cual se llevó un susto tremendo pues confiaba que su odiado primo no habría salido vivo del primer trabajo.

LOS TRABAJOS DE HERACLES

2º. LA HIDRA DE LERNA

 

Sin acabar de comprender como su odiado y temido primo había podido salir con vida del primer trabajo, Euristeo le encargó otro todavía más difícil y peligroso: acabar con la Hidra de Lerna, monstruosa serpiente –otros hablan de un dragón– que tenía un indeterminado número de cabezas  –de de cinco a cien– aunque en la versión más conocida se asegura que éstas eran siete.

La Hidra, hija del gigantesco Tifón y de Equidna, aterrorizaba la región de Lerna    pues tenía, amén de siete bocazas armadas de afiladísimos dientes, un aliento mortal y, según algunos, arrojaba fuego por sus fauces.

Y hacia Lerna se encaminó Heracles acompañado por su sobrino Yolao.

Gracias a la protección de la piel del León de Nemea, Heracles pudo acercarse a la Hidra lo suficiente para, con su espada, cortarle una de las cabezas, pero cual no sería su sorpresa al ver que del sangrante cuello surgían, al momento, no una sino dos cabezas nuevas.

Sin arredrase, Heracles volvió a cortar otra cabeza y de nuevo volvieron a brotar otras dos, por lo que éste, viendo que así no acabaría nunca con el monstruo decidió cambiar de táctica y encendiendo una gran antorcha se la entregó a su sobrino.

Y así, cuando Heracles cortaba una, inmediatamente Yolao quemaba la herida impidiendo que brotaran nuevas cabezas.

Viendo lo mal que le iban las cosas a la Hidra, Hera envió en su ayuda a Cárcino, un gigantesco cangrejo marino que agarró a Heracles por un pie.

Fue lo ultimo que Cárcino hizo en su vida pues Heracles le atizó tan tremendo porrazo que lo convirtió, a pesar de su durísimo caparazón, en paté de crustáceo.

Al ver el comatoso estado en que había quedado su esbirro, Hera, que aunque tramposa sabía recompensar a sus fieles, traslado a Cárcino al cielo convirtiéndolo en la constelación de Cáncer.

Por su parte Heracles, cuando acabó de descabezar a la Hidra, emponzoñó sus flechas en la venenosa sangre del monstruo y acto seguido se encaminó a Tirinto para comunicar a Euristeo el cumplimiento de su segundo mandato.


LOS TRABAJOS DE HERACES

3º. EL JABALÍ DE ERIMANTO


El tercer mandato de Euristeo fue el siguiente: Cazar, sin ningún tipo de armas, y traerlo a su presencia un gigantesco jabalí del tamaño de un hipopótamo que asolaba la región de Erimanto, destruyendo y matando rebaños pastores incluidos.

Heracles emprendió el camino llegando a Fóloe, patria del centauro Folo, hijo de Sileno y de una ninfa.

Folo, junto con Quirón, eran los dos únicos que no estaban emparentados con el resto de centauros –hijos de Ixión y Néfele– y los únicos que eran tipos amables y amigos de los hombres pues los demás eran unos individuos atravesados y nada recomendables.

Folo recibió con grandes muestras de hospitalidad a Heracles preparándole una espléndida cena regada con un buen vino de su cosecha.

El vino tenía la virtud de despertar los instintos más bajos de los hijos de Ixión y cuando su aroma llegó al finísimo olfato de éstos que vivían en cuevas cercanas se presentaron en tropel con ánimo no sólo de quitarle el vino a Heracles sino también de que éste les sirviera de cena.

La trifulca que se organizó a continuación fue de las que hacen época:

Heracles, con sus flechas, fue acabando uno por uno con todos ellos con la mala suerte de que, una flecha perdida mató al centauro Quirón que se encontraba durmiendo como un bendito en su cueva.

Al terminar el combate, Folo, que no había intervenido en la pelea, sacó la flecha de uno de los centauros admirado de que, siendo tan pequeñas hubieran podido acabar con  aquellos tipos tan grandotes.

Para su desgracia pronto descubrió el misterio, pues al manipular el dardo, éste se le cayó hiriéndole ligeramente en una pata y como estaba envenenado con la sangre de la Hidra, Folo murió al instante.

Tras enterrar a los dos buenos centauros, Heracles continuó su camino y, como en el caso del León de Nemea, no tuvo dificultad alguna para encontrar el monstruoso cochino pues los destrozos que éste causaba eran perceptibles  desde muy lejos.

El jabalí, al ver a Heracles, se lanzó contra él pero éste de un puñetazo lo mandó rodando varios metros por el suelo.

Comprendiendo que se las tenía que ver con un tipo nada corriente, el jabalí emprendió una veloz huida seguido de cerca por Heracles y éste, viendo que la carrera podía eternizarse fue empujando a la bestia hacia una alta montaña nevada donde la fiera debido a su tonelaje se hundió en la nieve.

Después, cargado con el gigantesco verraco, se encaminó tranquilamente a Micenas.

LOS TRABAJOS DE HERACLES.

4º. LA CIERVA DE CERINIA.

  Cuando Euristeo vio llegar a Heracles portando el gigantesco jabalí, lleno de pánico, se escondió en un gran jarrón para desde allí, en lo sucesivo y por medio de su criado Copreo, encargar a su primo los siguientes trabajos.

El cuarto de ellos fue que le trajera, también vivita y coleando, la cierva de Cerinia.

Se trataba de una gigantesca cierva de áurea cornamenta (lo que nos hace sospechar de que se trataba de un ciervo) y pezuñas del mismo metal y que era una de las cinco ciervas que Ártemis encontró paciendo en el monte Liceo.

Cuatro de ellas las unció la diosa a su carro y la quinta la dejó libre con un collar –como advertencia a posibles cazadores– con esta inscripción: “Táigete me ha dedicado a Ártemis”.

La Táigete en cuestión era una de las Pléyades, hijas de Atlante y Pléyone, a la que Ártemis había convertido en cierva para librarla del acoso de Zeus.

Una vez pasado el peligro Táigete recobró su primitiva forma y, agradecida dedicó esta cierva a la diosa.

Si bien este cuarto trabajo no representaba el peligro que los anteriores en cambio requería piernas fuertes y unos pulmones a toda prueba pues la cierva en cuestión era tan veloz que nunca nadie –persona o animal– había podido darle caza.

La persecución duró, nada más y nada menos, un año; durante el cual la cierva y Heracles recorrieron varias veces el mundo entonces conocido hasta que el animal cayó exhausto.

Heracles cargó con ella y se dirigía a Micenas cuando le salieron al paso Apolo y Ártemis que le preguntaron por qué se llevaba aquella cierva.

Como no era cosa de enredarse a mamporros con los dos dioses, Heracles, que entre otras cosas había aprendido elocuencia del centauro Quirón, les explicó que no se la llevaba por capricho sino por orden de la diosa Hera que lo había puesto al servicio de Euristeo.

Ya fuera por su labia, ya porque Apolo y Ártemis eran sus hermanastros, el caso es que le dejaron continuar su camino llevándose la cierva.

 Tras esto Heracles continúo su camino cargado con su trofeo y, al llegar a Micenas ya estaba Euristeo esperándolo para, desde su jarrón y por medio de Copreo, encargarle el siguiente trabajo.  

LOS TRABAJOS DE HERACLES.

5º. LAS AVES DEL LAGO ESTINFALO.


 Escondido en su jarrón y por medio de su criado, Euristeo encargó a Heracles el quinto  trabajo:

Eliminar a las aves del lago Estinfalo.

Se trataba de un gran número de aves rapaces de gran tamaño que vivían en una espesa selva a orillas del citado lago, en Arcadia.

El deporte favorito de dichos pajarracos consistía, amén de en devorar todo tipo de ganado, en atacar a los pastores y a cuantos caminantes se atrevían a pasar por allí, lanzándoles plumas de bronce a modo de flechas.

Tras estudiar el terreno, Heracles comprendió que la principal dificultad para acabar con aquella plaga era conseguir que abandonaran el bosque ya que, camufladas en la espesura sería imposible acabar con ellas.

Para conseguirlo Heracles penetró en la arboleda haciendo sonar unas ruidosas castañuelas de bronce que según unos había fabricado él mismo y según otros le había proporcionado Hefesto por mediación de Atenea.

Ante semejante estruendo las aves, abandonando sus nidos, le atacaron arrojándole una lluvia de broncíneas plumas que Heracles pudo evitar gracias a la dureza de la piel del León de Nemea con que se cubría.

Acto seguido y a flechazo limpio y una tras otra, fue abatiendo a todas las aves pues no en vano era el mejor arquero de toda la Mitología. 


LOS TRABAJOS DE HERACLES

6º. LOS ESTABLOS DEL REY AUGÍAS

Volver Heracles a Micenas, dar la novedad del trabajo realizado y recibir el nuevo encargo fue todo uno.

Esta vez, Euristeo, contrariado con la facilidad con que su temido primo venía realizando sus encargos, decidió humillarlo encomendándole una empresa indigna de un héroe y que, por añadidura, era –al menos eso creía él– imposible de cumplir.

El trabajito en cuestión consistía en limpiar los establos del rey Augías.

Antes de que Heracles se enfrasque en tan asquerosa misión he aquí una breve nota biográfica de semejante personaje.

Augías, hijo de Helio –el Sol–, era rey de Élide y había recibido de su papá un inmenso rebaño de vacas que mantenía en unos gigantescos establos de los que no se ocupaba ni poco ni mucho, o sea nada.

Tres años llevaba el marrano monarca sin ordenar a sus siervos que limpiara dichos establos por lo que se habían formado montañas de estiércol sobre el que deambulaban las vacas.

El resultado de tanta desidia era un insoportable hedor que se extendía por casi todo el Peloponeso.

Al escuchar semejante orden a punto estuvo Heracles de mandar a freír espárragos a su aborrecido primo pero el recuerdo de la amenaza de Hera de enloquecerlo de manera definitiva, le hizo recapacitar y encaminarse a Élide, entrevistarse con Augías y pedir su visto bueno para llevar a cabo la asquerosa misión, más propia para un batallón de basureros y barrenderos que para un héroe de primera división como era él.

Augías estuvo de acuerdo con la petición de aquel forzudo forastero aunque añadió al contrato una pequeña clausula:

El trabajo debería estar concluido en el plazo máximo de un día.

Por su parte el rey, convencido de que se trataba de una misión irrealizable, se comprometió a pagar a Heracles un terció de su reino –según unos– o un décimo del ganado según otros.

Llegados a este acuerdo, Heracles puso manos a la obra y, tras sacar las reses del establo, abrió, a golpes de cachiporra, dos grandes boquetes en las paredes opuestas de los establos.

A continuación, y siempre a porrazo limpio, desvió los cauces de los ríos Peneo y Alfeo, haciendo pasar las aguas de ambos por una de las brechas abiertas y salir por la contraria.

El resto fue un experimento de física aplicada:

Las corrientes unidas de los dos ríos arrastraron, en menos de lo que se tarda en contarlo, toda la basura acumulada dejando los establos como diría un jovenzuelo actual: niquelados.

Como además de guarro, Augías era un mal pagador parece ser que Heracles tuvo que ponerse serio para cobrar su tarea, pero eso ya es otra historia.


LOS TRABAJOS DE HERACLES.

7º. EL TORO DE CRETA.


        El séptimo trabajo que Euristeo encargo a Heracles fue la de traerle un tremendo toro que campaba por sus respetos en la isla de Creta, que atacaba a todo bicho viviente que se le pusiera a su alcance y que echaba fuego por los ollares

De las varias versiones que se conocen del origen de dicho morlaco ésta es la más conocida:

Los tres hijos de Zeus y de Europa –Minos, Sarpedón y Rodamantis– pretendían el trono de Creta y un tribunal sentenció que sería nombrado rey aquel de los tres que demostrara contar con el beneplácito de los dioses.

Minos, desde la playa, invocó a Posidón pidiendo una señal de su favor  con la promesa de sacrificar en su honor aquello que le enviara.

Al instante surgió de las aguas un inmenso toro blanco por lo que los jueces, convencidos de que gozaba de la ayuda del marino dios,  proclamaron a Minos rey de la isla.

Aquel toro era tan extraordinario que a Minos le pareció una pena sacrificarlo y, convencido de que a su tío Posidón pensaría lo mismo que él, le ofrendó un toro corriente y moliente.

El cambiazo de víctima sentó como un tiro al iracundo dios del mar al que, para demostrar su cólera, no se le ocurrió otra idea mejor que la de enloquecer al animal que, a partir de entonces, se dedicó con entusiasmo a causar todo tipo de estragos en los campos cretenses.

Conocidos los antecedentes del toro, sigamos con la la historia:

Una vez en presencia de Minos, Heracles solicitó permiso para llevarse al enloquecido cornúpeta, permiso que le fue otorgado con la condición de que lo hiciera el solo y sin ayuda de ningún tipo de armas.

Puesto manos a la obra y tras sudar lo suyo, Heracles consiguió dominar al bicho para después, agarrándolo con una mano por un cuerno y nadando con la otra, cruzar el mar hasta llegar a Micenas.

Allí entregó el toro a Euristeo que quiso dedicarlo a Hera pera la diosa se negó a aceptar nada que viniera de Heracles.

No sabiendo que hacer con toro Euristeo lo dejo libre y el toro, tras cometer todo tipo de tropelías y destrozos en la Argólide cruzó el istmo de Corinto llegando al Ática donde, tiempo después se las vería con otro héroe de primera división: Teseo.

LOS TRABAJOS DE HERACLES.

8º. LAS YEGUAS DE DIOMEDES.

 


Tras la realización del séptimo trabajo el estado de ánimo de Euristeo era ambivalente.

Por un lado veía con rabia como su odiado primo iba cumpliendo, uno tras otro, sus encargos lo que hacía que sus ansias por humillarlo fueran cada vez mayores.

Por otro, no quería ni pensar lo que aquel energúmeno pudiera hacer con él una vez dejara de estar a su servicio.

Por eso, una vez más, le encargó un trabajo que juzgó de lo más peligroso.

El trabajo en cuestión era que le trajera las famosas yeguas de Diomedes, hijo de Ares y de Pirene y rey de Tracia.

En principio no parecía una tarea excesivamente complicada a no ser por un pequeño detalle: Las susodichas yeguas se alimentaban exclusivamente a base de carne humana.

De que estuviesen siempre lustrosas y bien nutridas se encargaba personalmente Diomedes con la inestimable colaboración de aquellos forasteros que tenían la desgracia de asomar sus narices por Tracia.

A estos, el rey, los invitaba a una suculenta comida en palacio mientras les hablaba de sus preciosas yeguas.

Tras los postres los llevaba a la orilla de un foso para que las vieran y cuando los incautos invitados se acercaban, el rey, de un empujón, los arrojaba al foso donde los animales daban cuenta de ellos en un periquete.

Cuando Heracles se presentó ante él, Diomedes no pudo menos que alegrarse pensando el monumental banquete que sus queridas bestias se iban a dar a costa de aquel tipo tan corpulento, pero en lo que le fallaron los cálculos fue en pensar que podría tratarlo como si de un vulgar turista se tratara.

Y así, cuando Diomedes, tras tomar carrerilla, intentó empujarle, Heracles se apartó con rapidez y el rey cayó al foso donde las hambrientas yeguas lo devoraron al instante sin ningún tipo de consideración para aquel que, durante tanto tiempo, había velado por su bienestar.

(Aunque no está documentado parece ser que las últimas palabras de Diomedes fueron: Cría yeguas y te ...).

 El resto fue coser y cantar: a porrazo limpio acabó con la guardia real para después, sin ningún problema, enganchar a un carro a los saciados animales y partir rumbo a Micenas.

Allí volvió a repetirse la historia del toro de Creta:

Euristeo, temiendo que las voraces yeguas decidieran, el día menos pensado, merendárselo a él, las dejó libres en el monte donde, después de merendarse a un número indeterminado de campesinos, ellas mismas fueron devoradas por las fieras que campaban por allí.

LOS TRABAJOS DE HERACLES.

9º. EL CINTURÓN DE HIPÓLITA.


Euristeo, siempre pensando en la forma de humillar a su eventual siervo, amplió los servicios de Heracles a otros miembros de su familia, y así fue, esta vez, su hija Admete la que tuvo el capricho de poseer el cinturón de la reina de las Amazonas que, a la sazón, era Hipólita, hija de Ares y de Otrete.

El cinturón en cuestión era un regalo que el dios de la guerra había hecho a su hija como símbolo de poder sobre su pueblo.

Existen dos versiones sobre como nuestro héroe se hizo con el susodicho cinturón: una guerrera y otra romántica.

Según la primera, Heracles, al frente de un pequeño pero escogido grupo de amiguetes marchó hacia Temiscira, patria, de las belicosas mujeres. Una vez allí, y tras un largo combate, los atacantes consiguieron apresar a Melanipa, hermana de Hipólita, exigiendo la entrega del cinturón como rescate, cosa que la reina hizo al momento.

Según la romántica, Heracles llegó a Temiscira solo y, tras pedir audiencia, expuso sus pretensiones a la reina y ésta, enamorada de él como una colegiala, le entregó la preciosa prenda de mil amores.

De vuelta a Micenas, Heracles hizo escala en Troya justo a tiempo de salvar a Hesione, hija del rey Laomedonte, de ser devorada por un monstruo.

Laomedonte, uno de los tipos más informales y mentirosos de toda la Mitología, se negó a entregar a Heracles unos caballos que le había prometido si salvaba a su hija, y éste se marchó de Troya jurando en arameo y tras anunciar lo que miles de años después le diría el general Macarthur a los japoneses: ¡Volveré!

¡Y vaya si volvió!

Pero... eso es otra historia.


LOS TRABAJOS DE HERACLES.

10º. LOS BUEYES DE GERIONES.


 

Todavía estaba la coqueta Admete probándose el cinturón de Hipólita cuando ya tenía Heracles adjudicada la siguiente faena.

Esta vez Euristeo quería que su involuntario servidor robara para él los bueyes de Geriones.

Este trabajito presentaba una gran dificultad inicial:

Geriones vivía en la isla Eritia, en Hesperia, en los confines del mundo conocido o sea, en el quinto pino.

Para realizar tan larguísimo viaje Heracles pidió ayuda a Helio –el Sol– y éste le prestó una copa en la que el dios regresaba de Occidente a Oriente, según unos por debajo de la Tierra y según otros sobrevolando el Océano que circunvalaba el planeta.

A su paso por Tartesos, Heracles hizo un alto en el camino para dejar constancia de su paso y para ello, en lugar de grabar su nombre en cualquier monumento como hacen los turistas incívicos, erigió dos grandes columnas en Gibraltar y Ceuta que, desde entonces, se conocen como Las Columnas de Hércules.

Una vez el Eritia, Heracles se las tuvo que ver con Euritión, un pastor gigantesco y malencarado y con su perro Ortro, un perrazo de dos cabezas hermano del Can Cerbero, portero de Los Infiernos.

Apenas Heracles había acabado, con la inestimable ayuda de su porra, con sus dos contrincantes cuando apareció Geriones, hijo de Criasor y de Calirroe, que, según una versión tenía tres cabezas y según otra de su cintura nacían tres torsos con sus correspondientes brazos y cabezas.

La pelea fue homérica aunque, al final y tras un montón de asaltos, se impuso el hijo de Alcmena por un rotundo K.O.

Una vez dueño del ganado en litigio Heracles emprendió el regreso a Grecia cruzando Hispania, la Galia e Italia, donde decidió descansar y donde, según una versión romana, tuvo que vérselas con Caco el ladrón más famoso de toda la Mitología hasta el punto que todavía, varios milenios después, se sigue llamando cacos a todos los amigos de lo ajeno.

Caco, aprovechando que Heracles dormía, se llevó las reses haciéndolas andar hacía atrás para despistar y las ocultó en una cueva cuya entrada disimuló con piedras y ramas.

Como en el caso del Cinturón de Hipólita existen dos versiones de cómo nuestro héroe recuperó la manada: Una “peleona” y otra romántica.

Según la primera Heracles no se dejó engañar por el ardid de Caco y llegó hasta la cueva y tras abrir la entrada a golpe de cachiporra y posteriormente “cargarse” a Caco con la misma, se llevó los toros sin más problemas.

Según la romántica, Caco tenía una hermana llamada Caca.

Caca se enamoró de Heracles y, aprovechando la ausencia de su hermano, le reveló el escondite donde éste había encerrado el ganado.

Se elija la versión que se quiera lo cierto es que llegó a Micenas y entregó, siempre con Copreo como intermediario, las reses a Euristeo y éste las sacrificó en honor de Hera, la diosa enemiga de Heracles.

 LOS TRABAJOS DE HERACLES.

11º. EL CAN CERBERO.


Euristeo veía con desesperación como finalizaba el plazo en el que podía disponer a su antojo de Heracles y no sólo no había conseguido su propósito de acabar con él sino que involuntariamente había incrementado la fama de su tan odiado como temido primo.

Consciente de ello decidió ordenarle un trabajo que, a su lado, los anteriores podrían pasar por juegos de niños.

Dicha tarea era la siguiente:

Traerle a Cerbero, el terrorífico perrazo portero de los Infiernos.

La primera complicación de tan difícil empresa consistía en encontrar el camino para llegar a la morada de Hades, tarea que le facilitó su hermanastro Hermes guiándolo hasta el río Aqueronte, lugar donde el malencarado barquero Caronte llevaba las almas de los muertos hasta la entrada de los Infiernos.

La segunda dificultad fue que Caronte, de malos modos, se negó en redondo a llevarlo alegando que en su barca sólo podían montar las almas de los muertos y que si, en cierta ocasión, había hecho una excepción con Orfeo cuando éste iba en busca de su amada Eurídice, fue porque lo encantó con sus melodías y cánticos.

Desde luego Heracles no gozaba de la virtuosidad musical de Orfeo pero, en cambio, contaba con otra cualidad también muy convincente y persuasiva y así, cuando Caronte quiso despedirlo con cajas destempladas, le propinó tal paliza que el viejo barquero prometió llevarlo a donde quisiera y sin cobrarle el pasaje.

Al desembarcar Heracles en la puerta de los Infiernos se encontró con Cerbero, un tremendo perrazo, de tres cabezas y cola llena de aguijones venenosos, hijo de Tifón y de Equidna y hermano de Ortro –el perro de Geriones– que comenzó a ladrar como un poseso.

A los ladridos de Cerbero apareció el mismísimo Hades al que Heracles, con su proverbial elocuencia, le explicó el motivo de su visita siguió convencerlo para que le prestara su perro.

Tras escuchar pacientemente a su sobrino, Hades le permitió llevárselo con la condición de que, para ello, no utilizase ningún tipo de armas, cosa que hizo Heracles echándose a Cerbero a su espalda y, gracias a la piel del León de Nemea, sin preocuparse de los aguijones venenosos de la cola del terrorífico can.

Una vez en Micenas, Heracles, ante el terror de los cortesanos de Euristeo, dejó libre a Cerbero y éste, echando espuma por la boca, salió corriendo de palacio y no paró hasta llegar de nuevo a los Infiernos.

 

LOS TRABAJOS DE HERACLES

12º. LAS MANZANAS DEL JARDÍN DE LAS HESPÉRIDES


El contrato de servidumbre tocaba a su fin y Euristeo no conseguía acabar con Heracles por lo que, haciendo un último y desesperado intento por conseguirlo, le encargó un trabajo imposible para cualquier mortal por fuerte que éste fuera:

Traerle algunas manzanas de oro del ignoto y lejanísimo Jardín de las Hespérides y cuya entrada estaba vedada terminantemente a todo ser mortal.

Para conocer el origen de dicho jardín hay que remontarse a los esponsales de Zeus y Hera.

Como regalo de boda, Gea, abuela de la novia (también del novio, pues ambos contrayentes eran hermanos) regaló a ésta unas manzanas de oro.

A Hera le gustó tanto el regalo de su abuelita que decidió plantar una de las manzanas en las inmediaciones del monte Atlas.

Esta manzana dio origen a un manzano, que sería el primero de un bellísimo jardín. (Al menos así lo cuenta la versión más conocida del mito).

Para cuidar el Jardín, Hera colocó en él a las Hespérides, tres ninfas que atendían a los bonitos nombres de Egle, Eritia y Hesperetusa.

Harta de que las hijas de su vecino Atlante –o Atlas– entraran en su jardín como Pedro por su casa, Hera colocó como guardián un dragón inmortal de cien cabezas, hijo de Tifón y de Equidna, llamado Ladón que, además de no dormir nunca, era inmortal.

Existen numerosas versiones sobre como Heracles supo la ubicación del áureo jardín. He aquí la más conocida:

Siguiendo el consejo de unas Ninfas, Heracles fue en busca del único que conocía la ubicación del Jardín, el dios marino Nereo, hijo del Ponto y de Gea, pero le advirtieron de que éste era muy remiso a dar información a nadie y menos a los mortales.

Heracles encontró a Nereo durmiendo plácidamente por lo que, siguiendo el consejo de las ninfas, lo agarró fuertemente, jurando por todos los dioses no soltarlo hasta que le dijera como llegar al Jardín de las Hespérides.

Nereo hizo todo lo posible para librarse del abrazo de aquel energúmeno pero, al final, no tuvo más remedio que darle la dirección requerida.

Tras mucho andar, ya en las proximidades del Jardín, Heracles se encontró al Titan Atlante al que, tras la guerra entre dioses y titanes, Zeus había condenado a mantener sobre sus espaldas la bóveda celeste.

Mientras Heracles preguntaba educadamente al Titán por el emplazamiento del Jardín pues necesitaba cogen algunas manzanas, éste, que estaba más que harto de aguantar semejante peso sobre sus hombros, consideró la posibilidad de cargarle el muerto a aquel tipo pues parecía lo bastante fuerte para soportarlo.

Y así, con amables palabras, le informó de que ningún mortal podía entrar en el Jardín de las Hespérides pero que si quería sostenerle un momento la bóveda celeste él mismo le traería las manzanas en un periquete.

Heracles aceptó el trato y cargó con aquel inmenso peso mientras Atlante iba a por las manzanas, pero enseguida se dio cuenta de que aquel gigantón lo había engañado como a un chino.

Por ello cuando Atlante regresó con las manzanas con la intención de reírse de él y dejarlo para siempre con su carga, Heracles –aunque no hay testigos que lo corroboren– inició el siguiente diálogo con el Titán:

– Muchas gracias, pero ya no quiero las manzanas, lo que sí te agradecería muchos es que me dejaras sostener la Bóveda Celeste para siempre.

Atlante, sorprendido, ante tan rara petición le contestó:

– No sé, no sé...–contestó Atlante, sorprendido por tan rara petición– es un trabajo de mucha responsabilidad… Pero...¡en fin, me has caído bien y te lo dejo para siempre!

Ya se iba a alejar pensando aquello de que “hay gente pa tó” cuando Heracles le dijo:

–Antes de que te marches te voy a pedir un último favor: Sujeta la bóveda un momento mientras me pongo un almohadón en el cuello para estar más cómodo.

Atlante pensó que no podía negarle un último favor a aquel pardillo que le había quitado tan gran peso de encima y volvió a cargar con el Cielo, momento que aprovechó Heracles para coger las manzanas y salir por pies dejando al Titán jurando en arameo y gritándole que volviera.

Tras un larguísimo viaje de regreso entregó las manzanas a Euristeo pero este no quiso quedárselas por miedo a los dioses y Heracles se las ofreció a Atenea que las restituyó al Jardín.

Y con este duodécimo y último trabajo Heracles quedó libre para seguir realizando, de ahora en adelante, todo tipo de hazañas, pero ahora por cuenta propia.

 MELEAGRO

¿TRAGEDIA GRIEGA O CULEBRÓN VENEZOLANO?


La Cacería del Jabalí de Calidón.

Eneo, rey de Calidón y su esposa Altea, tuvieron un hijo al que bautizaron con el bonito nombre de Meleagro.

Cierto día en que Altea se hallaba a solas con su bebé se presentaron ante ella Las Moiras –Las Parcas para los romanos– con la pretensión de llevarse con ellas al niño al Inframundo.

Altea rogó, imploró, suplicó a las mensajeras de la muerte que lo dejaran vivir pero lo más que consiguió fue una moratoria si bien muy pequeña: Las Moiras, para  burlarse de ella, le dijeron que, lo más que podían esperar era hasta que un leño que ardía en la chimenea se consumiera. Al oír esto, Altea, actuando con rapidez, echó un cubo de agua sobre el madero y ya, apagado, lo guardó en un arca bajo siete llaves.

Las burladas Moiras no tuvieron más remedio que irse de vacío echando pestes de su fracaso y de esta forma Meleagro pasó a ser prácticamente inmortal pues, mientras su madre evitara que el leño terminara de quemarse nada ni nadie podría acabar con su vida.

En cierta ocasión, siendo ya adulto Meleagro, la diosa Ártemis, considerando que Eneo no la respetaba como a otros dioses, envió a Calidón un monstruoso jabalí que, asoló los campos, destruyendo cosechas y matando a todo el que se le ponía por delante. Ante semejante catástrofe Meleagro reunió un selecto grupo de cazadores entre los que figuraban, entre otros, héroes de la talla de Teseo, Jasón, Cástor y Pólux, Piritoo, Peleo, papá de Aquiles, los tíos de Meleagro, Ificlo, Plexipo y Evipo y una mujer: Atalanta.

Los problemas surgieron antes de empezar la cacería, pues los tíos de Meleagro, machistas ellos, protestaron por la incorporación de Atalanta acusando a su sobrino de haberla incluido porque era su amante, problemas que se agravaron durante la misma en la que murieron varios cazadores, unos destrozados por los enormes colmillos de la bestia y otros por las flechas y lanzas de los propios compañeros. Por fin Atalanta consiguió herir al jabalí clavándole una flecha en un ojo y, a renglón seguido, Meleagro se lanzó sobre él rematándolo con su cuchillo.

Entonces vino lo peor: Eneo había prometido entregar la piel y la cabeza del monstruo a quien acabara con él y Meleagro se las ofreció a Atalanta alegando que había sido la primera en  herirlo, en contra de la opinión de sus tíos que opinaban que el verdadero matador era él.
La discusión entre tíos y sobrino desencadenó una serie de tragedias, a saber:

a) De los insultos pasaron a las armas y Meleagro se cargó a sus tíos.

b) Cuando Altea se enteró de la muerte de sus hermanos  a manos de su hijo sacó el tronco semiconsumido y lo arrojó al fuego causando, como habían predicho las Moiras, la muerte instantánea de Meleagro.

d) Altea, comprendiendo la barbaridad que había cometido y llena de remordimientos, se ahorcó.

Para más información sobre el tema consultar con un chaval llamado Homero.

AMALTEA


 La cabra Amaltea, Zeus y un fauno (Bernini)


Rea, harta de que Crono se zampara a todos los hijos que tenían, le dio a su esposo, en lugar de a su sexto hijo –Zeus– un gran pedrusco envuelto en los pañales y mantillas del bebé.
Después, y para evitar que Crono descubriera al recién nacido, lo llevó al monte Ida de Creta donde lo confió a Amaltea.
Una versión de este mito asegura que Amaltea era una ninfa que, para evitar que Crono encontrara a su hijo ni en el cielo, ni en la tierra, ni en el mar, colgó la cuna de Zeusito de un árbol.
Según dicha versión la ninfa alimentó al bebé con leche de cabra y con miel.
No obstante existe otra más conocida que afirma que, en realidad, Amaltea era la cabra que se ocupó no sólo de alimentarlo si no también de la crianza del mini-dios.
Aunque Amaltea fue para Zeus una verdadera madraza para los demás era una auténtica bestia parda, basta decir que los mismísimos Titanes, unos tiarrones capaces de vérselas con los mismos dioses, temblaban de pánico sólo con verla por lo que suplicaron a Gea que la ocultara en una cueva del monte Ida.
En cierta ocasión en que Amaltea jugaba con Zeus, éste que cada día estaba más fuerte, sin querer le arrancó un cuerno. Zeus, compungido, quiso homenajear a su maltrecha nodriza haciendo que de este cuerno que pasó a llamarse El Cuerno de la Abundancia, salieran toda clase de bienes y  mercancías de todo tipo capaces de hacer feliz al consumista más empedernido.
Cuando muchos años después Amaltea murió de vieja, Zeus se hizo un escudo con su piel: La Égida.
La dureza de la piel de su antigua nodriza la pondría Zeus a prueba, poco después y con óptimos resultados, en la lucha de los Dioses contra los Titanes, precisamente aquellos gigantones que tanto miedo le tenían a Amaltea cuando vivía.

JUAN CUERDA


CASANDRA:
UNA ADIVINA INFALIBLE PERO CON NINGUNA CREDIBILIDAD.
  
 

 Entre la gran multitud de adivinos que pululan por la Mitología Griega el caso de Casandra es de los más singulares e insólitos.
Casandra, hija del prolífico rey Príamo de Troya y de la reina Hécuba, era tan hermosa que se enamoró de ella el mismísimo Apolo, el guaperas del Olimpo.
A las pretensiones amorosas de Apolo, Casandra puso una condición: que, antes de entregarse a él, la convirtiera en una adivina infalible.
El enamorado dios así lo hizo y cuando exigió a Casandra que cumpliera lo prometido, ella le pidió un tiempo para comprobar si el don solicitado le había sido concedido pues no era la primera vez que un dios se burlaba de una pobre mortal y luego si te he visto no me acuerdo.
Aunque la desconfianza de la moza disgustó a Apolo, éste, no obstante le dio unos días de plazo para que Casandra pudiera verificar sus poderes proféticos.
Agotado el plazo Apolo volvió reclamándole que cumpliera su parte del trato a lo que Casandra, haciéndose la tonta, le dio las gracias por el don concedido pero que no recordaba haber hecho ningún trato con él.
El dios, ante tal derroche de amnesia mezclada con grandes dosis de cara dura, le dijo:

 – Cuando un dios concede algún don a un mortal no puede volverse atrás pero yo te voy a dar otro más de propina:
Aunque seas una adivina infalible nadie creerá tus profecías ya que se las tomarán a broma y a ti por loca.

Y así, cada vez que Casandra hacía algún vaticinio los troyanos se mondaban de risa como cuando predijo que su hermano Paris sería la perdición de la ciudad, o cuando juró y perjuró que dentro del caballo de madera que los griegos habían dejado a las puertas de Troya se escondía Odiseo y un puñado de guerreros dispuestos destruir Troya no dejando títere con cabeza.
Su última predicción acabaría costándole la vida cuando Agamenón la llevó a Micenas dispuesto a casarse con ella tras divorciarse de su esposa Clitemestra.
Casandra le rogó que no entraran en palacio pues sería fatal para ambos pero Agamenón no le hizo caso y una vez más acertó la infalible Casandra:

A Agamenón se lo cargó Egisto, el amante de Clitemestra, y ésta hizo lo propio con  Casandra.

JUAN CUERDA

PTERELAO Y COMETO.
LA VERSIÓN GRIEGA DE SANSÓN Y DALILA.

Pterelao, el Sansón griego 

En algunos mitos griegos podemos encontrar cierto paralelismo con pasajes bíblicos. Sirvan de ejemplo el de Orfeo cuando, saliendo del Infierno, al mirar hacía atrás para comprobar si Eurídice lo siguía la perdió para siempre y el de la mujer de Lot cuando, huyendo de Sodoma, hizo lo propio y quedó convertida en estatua de sal.
Otro sería el del diluvio de Noé y el de Deucalión, si bien éste último fue de proporciones más modestas ya que sólo duró nueve días y no cuarenta como aquel.
Veamos ahora un tercer caso: El de Pterelao y su hija Cometo y sus semejanzas con la historia bíblica de Sansón y Dalila.
Pterelao, rey de los telebeos, era descendiente de Perseo y, según la versión más extendida, hijo de Posidón y de Hipótoe.
Desde su nacimiento y como regalo de su divino papá, Pterelao lucía en su melena un cabello de oro que tenía la virtud de convertirlo en inmortal.
Como buen griego, Pterelao estaba siempre a tortas con sus vecinos y, por motivos que no vienen al caso, mantenía una larga guerra con Anfitrión, el padrastro de Heracles.
La contienda entre ambos bandos amenazaba con eternizarse pues, si bien el ejército de Anfitrión era más poderoso, a Pterelao no había quien pudiera vencerle.
Y aún estarían dándose mamporros a no ser porque Cometo, la hija de Pterelao, al ver a Anfitrión desde las murallas, se enamoró de él.
Conocedora de la virtud del áureo cabello de su progenitor y dispuesta a todo con tal de marcharse con su amado, Cometo, envió un mensaje a Anfitrión en el que le decía que si la llevaba con él, ella le diría como vencer a su padre.
Anfitrión se lo prometió y Cometo cortó el cabello de oro a Pterelao mientras éste dormía.
A la mañana siguiente Pterelao salió de la ciudad a pelear, confiado como siempre en su inmortalidad, pero a las primeras de cambio un lanzazo de su enemigo acabó con su vida.
 Tras tomar la ciudad y cuando la pérfida Cometo iba a abrazar a su amado, éste –  adelantándose en varios siglos a lo que dicen que después dijeron los romanos a los que se cargaron a Viriato– dijo: “Anfitrión no paga traidores” y mandó ejecutarla.

JUAN CUERDA


UNA EPIDEMIA EN LA GUERRA DE TROYA.




   La humanidad ha sufrido, a lo largo de la historia, infinidad de epidemias como la que ahora, sin comerlo ni beberlo, nos ha tocado a nosotros cuando creíamos que eso era cosa del pasado.
Centrándonos en la Mitología Griega, estas epidemias solían caer sobre los mortales cuando algún dios se enfadaba con ellos aunque, en realidad cada divinidad tenía su propia especialidad a la hora de fastidiar a los humanos.
Así, Zeus solía achicharrarlos con sus rayos, Posidón gustaba mandar monstruos marinos, siendo Apolo el verdadero especialista en epidemias de peste.
A poco que busquemos en la Ilíada, –pues el Canto I se titula La Peste– nos toparemos con la que envió el dios de los arqueros a los aqueos que sitiaban Troya.
Llevaban ya nueve larguísimos años de guerra cuando, entre los griegos se desencadenó una terrible epidemia de peste que amenazaba acabar la contienda por extinción de los sitiadores y ante tal calamidad éstos decidieron recurrir a la más alta tecnología del momento: ¿Una vacuna?, ¿comparar mascarillas a los chinos? ...
¡No! Algo mucho mejor, más seguro y más rápido: ¡Consultar a un adivino!
Interrogado Calcante, adivino oficial de la expedición griega, éste dio, en un periquete, con el origen, el virus y el culpable de la peste:
Origen: La cólera de Apolo.
Virus: Las flechas del mismo.
Culpable: Agamenón, generalísimo del ejercito griego.
Dicho lo cual Calcante hizo un resumen de los hechos:
En una de las expediciones de castigo que los aqueos realizaron contra los posibles aliados de los troyanos se apoderaron, entre otras muchas cosas, de la bella Criseida, hija de Crises sacerdote de Apolo. Al hacer el reparto del botín, Criseida correspondió a Agamenón que desoyendo las súplicas del papá de la moza y aún a sabiendas del cargo que éste ostentaba, se negó en redondo a devolvérsela.
Ante la cerrazón de Agamenón –perdón por el pareado– Crises invocó a su patrón y éste desencadenó la epidemia.
Reunidos los gerifaltes aqueos con Aquiles a la cabeza obligaron a Agamenón devolver a la chica, entonces, y como por ensalmo, la epidemia  –que sólo duró nueve días– cesó al instante.
Luego vendría el lío con Briseida, Aquiles y Agamenón pero eso lo dejaremos para otro día.

Hasta aquí el resumen de las primeras páginas de la Ilíada, animo a quienes no la hayan leído que, ya puestos, se lean las mil y algunas restantes.

JUAN CUERDA

ATENEA, ATENAS Y EL OLIVO.




Así como en la actualidad Madrid tiene por santo patrón a San Isidro y Albacete a la Virgen de los Llanos por patrona, en los tiempos de la Grecia Mitológica ya existía tan pía costumbre; es más los más encopetados dioses Olímpicos competían entre ellos –y no siempre con limpieza– por conseguir el honroso título de patrono y protector sobre todo de ciudades de cierta  importancia.
Este es el caso que enfrentó a Posidón y a Atenea por conseguir el patrocinio de Cecropia.
Posidón, que ya había sido derrotado por otras divinidades en su intento de presidir ciudades como Naxos, Delfos, Trecén y Egina, decidió conseguir el título de patrono de Cecropia, al precio que fuese y, para ello optó por el soborno puro y duro:
Hizo brotar una monumental fuente de agua salada en lo alto de la Acrópolis, como muestra de los muchos beneficios que la ciudad obtendría si aprobaba su candidatura.
Pero Atenea, demostrando que el cargo de diosa de la sabiduría no lo había ganado en ninguna tómbola, respondió a su tramposo tío con sus mismas armas, regalando a la ciudad un majestuoso olivo, árbol por entonces desconocido en Grecia.
El jurado, encabezado por el rey Cécrope, sopesó los dos regalos y tras probar el aceite y adivinando el gran futuro que este líquido tendría en lo que muchos siglos después se llamaría cocina mediterránea, declaró vencedora a la diosa.
Tan agradecidos quedaron los habitantes de Cecropia al regalo de la Atenea que decidieron, por unanimidad, cambiar el nombre a la ciudad que, desde entonces y en honor a su flamante patrona, pasó a llamarse Atenas.

Los atenienses, que eran, y son, maestros a la hora de dárselas con queso a los turistas, mostraban orgullosos, todavía en el siglo II d. J.C., aquel olivo original.


LA TUMBA DE ORFEO, EL ORÁCULO Y UN CERDO.



Muerte de Orfeo. (Emile Jean Baptiste)

Tras su fracasado intento de liberar de los Infiernos a su esposa el carácter de Orfeo, antes alegre y dicharachero, se tornó sombrío y solitario y aunque muchas mujeres de Tracia, al saberlo viudo, comenzaron, con más o menos descaro, a tirarle los tejos, Orfeo, que vivía sólo del recuerdo de su amadísima Eurídice, no hizo el menor caso a ninguna.
Al sentirse despreciadas y bajo la instigación de Afrodita, diosa del Amor, un grupo de las más fogosas lo asesinaron  y echaron su cadáver al mar.
Existen varias versiones de donde fue a parar el cuerpo del infortunado músico y una de las más curiosas dice lo siguiente:
El cadáver de Orfeo, junto con su inseparable lira, llegó a una ciudad llamada Leibetra y allí, sus habitantes, tras incinerar sus restos, le erigieron un magnifico monumento funerario a pesar de que un Oráculo de Dioniso había vaticinado que si las cenizas de Orfeo veían de nuevo la luz un cerdo devastaría la ciudad.
Ni que decir tiene que los ciudadanos se tomaron a broma el vaticinio pues...
¿Cuántas arrobas debería pesar un cochino capaz de destruir tan populosa urbe?
Pasó el tiempo y cierto día un pastorcillo se quedó dormido junto a la tumba y, en su sueño, comenzó a escuchar la lira de Orfeo al tiempo que, penetrado por el espíritu del divino cantautor, empezó a entonar melodías con una voz de lo más melodiosa.
Ante tal prodigiosa voz todos los campesinos de los alrededores acudieron en tropel a la tumba pensando que aquel pastorcillo debía ser una reencarnación de Orfeo y fue tal el tumulto que se armó que derribaron una columna que fue a caer sobre el féretro, rompiendo la lápida y dispersando las cenizas del difunto.
Esa misma noche se desencadenó una tormenta de unas proporciones tales que ni los más viejos de la localidad recordaban haber visto nada parecido y que hizo que se desbordara el río Sys que cruzaba la ciudad destruyéndola por completo cumpliéndose, así, lo predicho por el Oráculo.
Nota: Para quienes no tenemos ni idea de griego clásico se debe aclarar que Sys en dicha lengua significa: CERDO.


JUAN CUERDA



ORFEO Y EURÍDICE.
UN AMOR DE ULTRATUMBA

(Dedicado a todos los componentes del Club agradeciéndoles su interés por mis “vacaciones” en el gran Hotel Quirón - Recoletas)


Orfeo era hijo del dios-río Eagro y de Calíope, Musa de la poesía lírica.

Algo debió heredar de su mamá y de sus ocho tías pues fue un músico tan grande que a su lado el famoso flautista de Hamelín, amén de ser un plagiario, pasaría por un vulgar soplagaitas.

Al son de su lira era capaz de hacer bailar a todo bicho viviente (algunos dicen que también a las piedras) y en cuanto al canto, su otra gran afición, basta decir que fue capaz de dejar a las mismísimas Sirenas a la altura del betún cuando, viajando en la expedición de los Argonautas, se toparon con ellas.

Como, además de estas cualidades artísticas, Orfeo era un tipo bastante apuesto no es raro que se enamorara de él la náyade Eurídice y, como el amor fue recíproco e instantáneo, días después de conocerse se casaron.

Poco duró la felicidad a la pareja pues a Eurídice le mordió una víbora cuando paseaba descalza por el campo y, como ocurría a la inmensa mayoría de los griegos salvo contadas excepciones, fue a parar a Los Infiernos.

Pero Orfeo no estaba por la labor de perder a su amada y, tras aclararse la voz y armarse con su lira, decidió rescatarla del reino de Hades.

A golpe de corchea convirtió, primero, al tétrico y malhumorado barquero Caronte en un alegre gondolero veneciano y, después, al terrorífico Cerbero en un perrete juguetón. Por último, y tras pedir a Hades la devolución de su esposa, dio tal concierto que hizo que los Infiernos, Tártaro incluido, se parecieran más a una discoteca ibicenca que a un inmundo lugar de suplicios.

Agradecido por el buen rato que había pasado Hades accedió a su petición con una sola condición: Orfeo saldría de su reino seguido de Eurídice pero, en ningún momento, antes de llegar a la superficie, podría volver la cabeza para mirarla, pues en ese caso ella se quedaría en Los Infiernos para siempre jamás
.
Orfeo aceptó el trato y ambos, una detrás del otro, emprendieron el camino pero, ya cercano a la salida, a Orfeo le corroyeron un montón de dudas: ¿No le habría tomado el pelo el infernal dios? ¿Estarían riéndose de él todos los habitantes del inframundo? ¿De verdad le seguiría Eurídice?

Sin poder resistirse Orfeo volvió la cabeza justo para ver horrorizado como la figura de su amada se desvanecía al instante. 

JUAN CUERDA




PROTESILAO Y LAODAMÍA:
UN AMOR A TODA PRUEBA.




Cuando la flota griega llegó a Troya –según unos a rescatar a la bella Helena y según otros a llevarse hasta los clavos–, los troyanos, armados hasta los dientes esperaban para darle la bienvenida a los recién llegados pero éstos, debido a que, Calcante, el adivino oficial griego, había vaticinado que el primer guerrero en desembarcar sería, indefectiblemente, el primer muerto, ninguno se atrevía a iniciar el ataque, ni siquiera el valerosísimo Aquiles que había acudido a adquirir fama y gloria en cantidades industriales.
Entonces Protesilao, jefe del destacamento tesalio, no pudiendo soportar ni el pitorreo ni los insultos de los troyanos y echándole vergüenza torera a la cosa, se lanzó al frente de sus tropas y, como no podía ser de otra forma, tras cargarse a unos cuantos enemigos cayó atravesado por la lanza de Héctor.
Su muerte no fue en vano pues, al unísono todo el ejército griego se lanzó a la playa comenzando la primera batalla de esta larguísima guerra.
Pero dejemos a griegos y troyanos que se sacudan a placer y veamos lo que sucedió con el finado Protesilao:
Cuando nuestro héroe se encontró en los Infiernos en presencia de Hades le pidió  a éste permiso para ir a despedirse de su mujer, Laodamía, con la que se había casado poco antes de embarcar hacia Troya.
Hades, en principio y recordando la jugarreta que, tiempo antes, le había gastado Sísifo, se negó en redondo a la inusual petición, pero gracias a la intervención de Perséfone, su esposa que abogó en favor del demandante, al final se lo permitió bajo su palabra de honor de regresar antes de una hora.
Laodamía al ver a su marido, se alegró lo indecible pensando que había regresado de la guerra vivito y coleando, pero cuando éste le expuso la dura realidad, ella se aferró a él diciendo que no consentiría que la dejara de nuevo.
Protesilao le hizo comprender que no tenía más remedio que volver a los Infiernos pues había empeñado su palabra. Entonces ella, jurando que nada ni nadie los volvería a separar, se suicidó clavándose un cuchillo en el corazón.
Y así, cogiditos del bracete, Protesilao y Laodamía, se presentaron ante los infernales dioses, consiguiendo, con tal prueba de amor, que por las mejillas de Perséfone, que en el fondo era una romántica de campeonato, rodara una furtiva lácrima.


JUAN CUERDA 


LAS DANAIDES:
UNAS HIJAS LA MAR DE OBEDIENTES.





Dedicado a Antonia Iniesta)

La relación de Dánao y su hermano gemelo Egipto, hijos de Belo y de Antíoque, era tal que, a su lado, lo que sentía Caín por Abel podría tomarse como ejemplo de amorosa fraternidad.

Sus continuas disputas venían de lejos pues comenzaron ya en el seno materno con los consiguientes molestias de la pobre Antíoque que no ganó para bicarbonato durante su embarazo.
Las peleas fueron increscendo a medida que cumplían años y, más de una vez, Belo tuvo que ponerse serio para evitar que aquellos dos cafres no se eliminaran mutuamente.
A su muerte Belo dejó el reino de los Melámpodes (pies negros) a Egipto el cual, en un arranque de modestia le cambió el nombre por el suyo: Egipto.
Dánao, por su parte, heredó el trono de Libia pero temiendo las cercanía de su hermano puso tierra por en medio y no paró hasta llegar a Argos donde con el tiempo llegó a ser rey.
Pararon los años y el odio y el temor que sentía Dánao hacia su hermano, lejos de aminorarse era cada vez mayor por lo que decidió ajustar las antiguas cuentas de una vez y para siempre.
Para ello ideó el siguiente plan:
Escribió una carta de reconciliación a su hermano argumentando que para sellar su fraternal amor nada mejor que casar a los cincuenta hijos que tenía Egipto con (casualidad de las casualidades) con sus cincuenta hijas casaderas que él tenía y que, aunque cada una de ellas tenía su propio nombre, eran más conocidas por el genérico de las Danaides.
Egipto, viendo con buenos ojos la propuesta de su hermano, envió en una nave a sus cincuenta hijos que llegaron el día de la boda sin sospechar que, mientras los novios desembarcaban, Dánao estaba reunido con sus cincuenta hijas a las que, amén de entregarles un afilado estilete a cada una les dio la orden de descabellar a su galán esa misma noche.
Todas las chicas –excepto la mayor Hipermestra– obedecieron a papá y cuando el multitudinario crimen se conoció hasta los mismísimos dioses, acostumbrados a mil barbaridades, se asustaron ya que el delito reunía todos los agravantes habidos y por haber: premeditación, nocturnidad, parentesco, alevosía, etc, etc.
Por ello el castigo impuesto a aquellas mantis religiosas fue ejemplar:
Las cuarenta y nueve acusadas fueron de cabeza al Tártaro donde, utilizando cántaros agujereados tenían que llenar de agua un tonel sin fondo durante toda la eternidad.
Nota: Cervantes que de Mitología sabía lo suyo las cita, junto a otros reos del Tártaro en el poema que Grisóstomo dedica a la bella Marcela aunque no por su nombre sino aludiendo a su interminable tarea ya que las llama “las hermanas que trabajan tanto”.


PANDORA: LA EVA GRIEGA



Tras castigar a Prometeo por robar el fuego del carro del Sol y dárselo a los mortales, Zeus decidió hacer lo propio con éstos.

Para llevar a cabo su venganza Zeus pidió a Hefesto que fabricará una mujer a la que llamó Pandora y a la que todos los dioses y diosas fueron adornando con valores tales como la belleza, la persuasión, la habilidad, la inteligencia… todos menos Hermes que puso en su corazón la falsedad y la mentira.

Cuando Epimeteo vio a Pandora ni por un instante se acordó de los sabios consejos de su hermano y, enamorado como un colegial, se casó con ella.

En aquellos tiempos en la Tierra existía una jarra cerrada –otros dicen que una caja– que nadie había abierto nunca por temor a su contenido y aunque Epimeteo le había dicho que nunca la tocara, un día, Pandora sintió tanta curiosidad que y, ni corta ni perezosa, la abrió y, al hacerlo el contenido de la jarra compuesto por todo tipo de males y desgracias – la enfermedad, el odio, la envidia, la guerra, la muerte…– se extendieron por toda la faz de la tierra.

Existe otra versión totalmente opuesta a la anterior en la que se  asegura que dicha caja lo que contenía era sólo bienes y éstos, al verse libres, volaron rápidamente hacia las mansiones de los dioses y aunque Pandora trató de impedirlo, cerrando la caja, sólo pudo retener uno de estos bienes: la Esperanza.

De ahí el dicho “la Esperanza es lo último que se pierde” aforismo éste que si es oportuno en cualquier época, lo es mucho más en estos calamitosos y virulentos tiempos que nos ha tocado vivir.


PROMETEO: EL BUEN SAMARITANO.





(Dedicado a todos los prometeos y prometeas que, con distintas profesiones, se afanan y sacrifican por hacernos más llevadera esta terrible pandemia)


Prometeo era hijo del Titán Jápeto y de la oceánide Clímene y, por tanto, primo de Zeus.
Si bien en algunas versiones se le considera el creador, a base de habilidad y de arcilla, de los primeros hombres, en otras aparece solamente como un gran benefactor de la humanidad, actitud, ésta, tan encomiable como mal recompensada por su todopoderoso pariente.
Sus relaciones con Zeus comenzaron a torcerse cuando Prometeo, tras sacrificar un hermoso buey preparó con sus restos dos lotes, uno para Zeus y el otro para los hombres.
En una vasija colocó los huesos y otros desperdicios del animal recubiertos por una fina capa de manteca de lo más apetitosa y en otra la carne y las entrañas tapadas con las tripas de la res; hecho lo cual dijo a Zeus que eligiera la que quisiese. Como es natural el jefe de los dioses eligió la primera con lo que quedó chasqueado al ver que los míseros mortales se quedaban con la mejor parte y a los que, en venganza, les retiró el uso del fuego.
Incapaces de producirlo por si mismos los hombres recurrieron a su benefactor y éste, sin pensárselo dos veces, robó unas cuantas semillas de las ruedas del carro del Sol y se las entregó.
Helios –el Sol– denunció al ladrón y Zeus que, como se ha dicho, se la tenía guardada, impuso a Prometeo un tremendo castigo: encadenado a una roca en el Cáucaso, una enorme águila le devoraba el hígado, víscera que, con puntualidad británica, se le regeneraba al momento y que volvía a ser devorada… Y así por toda la eternidad.
Y por si a alguien se le ocurría la insensata idea de ayudar al reo, Zeus juró por la laguna Estigia, que quien tal cosa intentara se las vería con sus rayos.
Muchos hígados iban devorados por el insaciable pajarraco cuando acertó a pasar por allí Heracles que venía de cumplir uno de los doce trabajos encargados por su primo Euristeo.
Heracles, no pudiendo ver sufrir a aquel grandullón, tras dejar K.O. al avechucho de un porrazo, gracias a su descomunal fuerza consiguió romper las cadenas y liberar al prisionero.
Con ello puso al mismísimo Zeus en un grave dilema:
Si cumplía su juramento tenía que achicharrar con sus rayos a Heracles, su hijo favorito.
Si, por el contrario, se saltaba a la torera lo jurado, perdería su poder durante un año.
El problema no era baladí pero Zeus, que por algo era quien era, encontró la solución:
Con un eslabón de la cadena fabricó un anillo al que engarzó un trozo de la peña ordenando a Prometeo que no se lo quitara ni para dormir.
Y así todos quedaron contentos:
Zeus sin incumplir su juramento, Heracles, marcándose de rositas, y Prometeo con un nuevo y flamante hígado a prueba de Gin-tonic.






QUELONE: UNA CHICA MUY CASERA.



(Dedicado a todos los que sufrimos arresto domiciliario por culpa del maldito Corona Virus)


Quelone era una chica mitológica a la que, a buen seguro no le hubieran importado lo más mínimo la reclusión domiciliaria que todos padecemos. He aquí su historia:

Quelone vivía en una linda casita y su lema, que más tarde le copiaría la Dorita del Mago de Oz, era éste:

- En casa se está mejor que en ninguna otra parte.

La hacendosa Quelone pasaba toda la mañana limpiando su casa y preparándose la comida tras la cual se sentaba junto a su ventana y era feliz contemplando el campo y a la gente que pasaba.

Así transcurría su tiempo sin necesidad de salir de casa para nada hasta que un suceso vino a alterar su apacible existencia: La boda de Zeus y Hera.

A tan importante enlace fueron invitados no solamente la totalidad de los dioses sino también semidioses, ninfas, sátiros, e incluso los mortales, siendo Hermes, el mensajero de Zeus, el encargado de distribuir las invitaciones.

Ni que decir tiene que todos recibían la invitación con grandes muestras de alegría; todos… menos Quelone que, tras darle las gracias al mensajero, le dijo que no pensaba asistir.

Hermes trató de convencerla pero como ella se mantuviera en sus trece, éste, enfadado le dijo:
- ¿Así, que no quieres salir de tu casa? Pues yo te aseguro que, a partir de ahora vayas donde vayas siempre irás con ella.

Y dicho esto convirtió a Quelone, casa incluida, en una tortuga.

Mucho después los zoólogos en recuerdo de Quelone llamaron al grupo de tortugas y galápagos con el nombre de Quelonios.


JUAN CUERDA


EL REY MIDAS




(Dedicado a Helena Maroto que, a sus cinco añitos, es una gran aficionada a la Mitología Griega)

Érase una vez, en un un país muy lejano, un rey llamado Midas que, a pesar de ser muy, pero que muy rico, nunca le parecían bastante sus riquezas.
Cierto día llegó a su palacio un pobre peregrino pidiendo asilo y Midas que, a pesar de todo era un buen tipo, lo trató con grandes muestras de cortesía.
El peregrino resultó ser Sileno, el ayo y maestro de Dioniso, el dios del vino y la alegría.
Cuando Dioniso supo lo bien que había tratado a su maestro se presentó ante Midas y le dijo que le pidiera lo que quisiera y él se lo concedería.
Midas, sin pensárselo dos veces, le pidió que todo lo que tocara se convirtiera en oro y aunque Dioniso trató de convencerlo de que había otras cosas como la sabiduría, la amistad o la bondad mucho más importantes, el rey insistió tanto en su petición que el dios no tuvo más remedio que concedérselo.
Apenas se hubo marchado Dioniso, Midas quiso comprobar si era cierto lo prometido y, al sentarse en su trono comprobó que éste se convertía en oro purísimo.
Loco de alegría empezó a tocar muebles, cortinas, paredes y todo, todo, se convertía al instante en oro.
Tantas emociones le abrieron el apetito y cogiendo una manzana de una fuente con frutas fue a morderla y… casi se saltó un diente, pues la manzana se había convertido también en oro.
Pensando que quizá se había pasado en su petición se sentó en su trono y entonces su hijita de cinco años vino corriendo a abrazarlo y...¡la niña quedó convertida en una estatua de oro!
Llorando a moco tendido Midas rogó a Dioniso que le quitara aquel maldito don y el dios, apiadado de él, le dijo que si se bañaba en el río Pactolo que pasaba cerca de su palacio todo volvería a la normalidad.
El rey así lo hizo y desde entonces este río es famoso por las muchas pepitas de oro que se encuentran en sus arenas.
Pero Dionisio quiso que Midas no olvidara nunca la lección convirtiendo sus orejas en unas monumentales orejas de asno que el rey trató de tapar con un turbante para que nadie lo supiera.
Al único que no se lo pudo ocultar fue a su peluquero al que hizo jurar que nunca, nunca, se lo diría a nadie.
Pasó el tiempo y el pobre peluquero se debatía entre cumplir su juramento o seguir guardando un secreto que cada vez le costaba más mantener hasta que creyó encontrar la solución a su problema:
Se acercó a la orilla del río y, al pie de una cañas que allí crecían hizo un hoyo en el suelo y en el dijo lo que no podía decir a nadie. Después tapó el hoyo y se fue a su casa tan contento.
Pero pronto todo el mundo conoció el secreto pues cuando el viento movía aquellas cañas se oía una voz que decía:
“!El rey Midas tiene orejas de buuuurroooo!”

Y, colorín colorado, el cuento del rey Midas se ha acabado.



APOLO Y DAFNE.

(A petición de Abelardo Rodríguez)


 Apolo y Dafne de Bernini


Cierto día Apolo, armado con un gran arco, se mofó de Eros que portaba su pequeño arquito, diciéndole algo parecido a esto:

- ¡Hola Chiquitín! Yo cazo ciervos y jabalíes con mi arco y mis flechas y tú ¿que cazas con ese arquito, moscas y mosquitos?

La burla sentó tan mal a Eros que, aprovechando que pasaba por allí la ninfa Dafne, hija del dios-río Peneo, con una rapidez que para sí quisiera Billy el Niño, disparó dos flechas:

Una de Amor que se clavó en el pecho del dios de los arqueros y otra de Desamor que atravesó el corazón de la ninfa.
El resultado de ambos dardos fue inmediato:

Apolo, enamorado como un colegial, corrió hacia Dafne que, a su vez, salió huyendo a toda velocidad de aquel al que ya aborrecía.
Dafne, viendo que su perseguidor estaba a punto de alcanzarla pidió ayuda a su padre y éste, al no poder enfrentarse a todo un dios Olímpico, convirtió a su hija en un laurel de modo que cuando Apolo la alcanzó ya la fina piel de la ninfa se estaba convirtiendo en rugosa corteza al tiempo que sus brazos se tornaban en ramas llenas de hojas y de sus pies surgían raíces que la sujetaban al suelo.
Apolo, sinceramente enamorado por efecto del flechazo, lloró abrazado al tronco del laurel al tiempo que juró que su amada sería eternamente recordada.

Para ello, sabedor de lo muy aficionados que eran los griegos a las competiciones deportivas, Apolo decretó que, en lo sucesivo, los atletas vencedores en cualquier prueba recibirían como premio una corona de laurel en lugar de la de olivo con la que, hasta entonces, eran galardonados.

   

ECO Y NARCISO.
 (A petición de Isabel García Fernán)



   
Si bien en la Mitología Griega abundan las historias de amor felices como la recientemente comentada de Psiquis y el Amor, tampoco escasean las que narran amores no correspondidos y de trágico final como es ésta de Eco y Narciso.
Cuando nació Narciso, sus padres, el dios-río Cefiso y la ninfa Liríope, a falta de un Oráculo a mano, le preguntaron al adivino Tiresias por el futuro que esperaba a su nene.
Tiresias les dijo, poco más o menos, lo siguiente:

“Este niño vivirá más que Matusalén siempre y cuando no se contemple a sí mismo.”

Los papás de Narciso no entendieron “ni papa” de tan oscuro y confuso augurio y lo achacaron a que Tiresias “chocheaba” debido a su avanzada edad por lo que no le dieron ninguna importancia.
Pasó el tiempo y Narciso se convirtió en un joven bellísimo al que “tiraban los tejos” todas las chicas de los alrededores sin que él hiciese el menor caso a ninguna de ellas.
Pero hubo una –la ninfa Eco– que lo amaba más que ninguna y no pudiendo soportar la indiferencia de su amado inició la primera huelga de hambre de la historia.
Y, así, fue adelgazando, adelgazando, hasta que desapareció por completo no quedando de ella más que una tenue vocecilla que, desde entonces, repite las últimas sílabas de las palabras que oye: el eco.
Las amigas de Eco imploraron a Némesis, –diosa de la venganza– y ésta castigó al despreciativo joven de la siguiente manera:
Cierto caluroso día y tras una cacería, Narciso se acercó a un estanque para calmar su sed y al agacharse contempló ¡Oh maravilla! el rostro más bello que jamás había visto en toda su vida.
Completamente enamorado de aquel ser que creía estaba dentro de las aguas, se arrojó al estanque y murió ahogado, cumpliéndose, así, el vaticinio de Tiresias.

Algún dios debió sentir pena por el desgraciado muchacho y, para que quedara memoria del mismo lo convirtió en una hermosa flor: el narciso.

JUAN CUERDA


PSIQUE Y AMOR
(A petición de Bautista Pérez)


Psique reanimada por el beso del amor, obra de Antonio Canova, expuesta en el Museo del Louvre, Paris
   

        El mito de Psique y el Amor nos ha llegado a través de las Metamorfosis de Apuleyo.
       Psique era la menor de tres hermanas hijas de un rey. Sus dos hermanas ya se habían casado pero era tal la belleza de Psique que los posibles pretendientes huían asustados de aquella hermosura sobrehumana.
     Deseando casarla, su padre consultó al oráculo y éste le ordenó que, vestida de novia, la abandonara en el campo y allí, un monstruo horrible se la llevaría consigo.
      El desolado padre, sin atreverse a contradecir al oráculo, así lo hizo y cuando la joven quedo sola un fuerte viento la llevó por los aires hasta un palacio de mármol y oro.
      Guiada por voces misteriosas Psique se introdujo en el palacio contemplando con sorpresa como las puertas se abrían a su paso. Una vez en el interior sintió una presencia a su lado. Era el esposo del que había hablado el oráculo que le dijo que nunca podría verlo pues, de hacerlo, lo perdería para siempre.
       Así fue pasando el tiempo para Psique: Durante el día sola en el palacio y por la noche junto a su invisible esposo del que sospechaba no era tan horrible como el oráculo lo había pintado.
       A pesar de ser muy feliz Psique comenzó a sentir añoranza por los suyos y un día pidió permiso a su marido para visitarlos cosa que este le concedió al momento.
        De nuevo un fuerte viento la llevó hasta el palacio de su padre donde contó a todos lo feliz que era con su invisible esposo. Pero las hermanas, que no debían serlo tanto, llenas de envidia le aconsejaron que, cuando su esposo durmiera, lo viera a la luz de una lámpara.
       A su regreso Psique siguió el consejo de su hermana y acercando una lámpara de aceite pudo contemplar no a un monstruo sino a un bellísimo joven. Debido a su turbación una gota de aceite hirviendo cayó sobre el durmiente que no era otro que el Amor y que despertó sobresaltado para, de inmediato y como ya había anunciado, desaparecer al instante.
     Sin la protección del Amor, Psique abandonó el palacio perseguida por Afrodita que la atormentó de mil maneras.
       Por su parte Amor, no pudiendo vivir sin su amada, suplicó a Zeus que le permitiera recuperarla cosa que el jefe del Olimpo, que de amores sabía como el que más, le concedió al instante.
           Y así, tras ser perdonada por Afrodita, Psique fue más feliz que antes pues ahora podía ver a su amado las veinticuatro horas del día.

JUAN CUERDA





EL NACIMIENTO DE DIONISO
(A Petición de Juanjo Jávea)

  



Si a lo largo y ancho de la Mitología griega abundan los nacimientos estrambóticos, rebuscados y sorprendentes no cabe duda que el de Dioniso –junto con el de su hermanastra Atenea– se lleva la palma.

Zeus, que a la sazón ya había tenido amores con casi todas las diosas del santoral mitológico, se fijó en una hermosa mortal llamada Sémele.

Sémele, hija de Cadmo y de Harmonía, era en realidad y por partida doble parienta de Zeus y aunque por parte de padre dicho parentesco quedaba bastante difuminado, no ocurría lo mismo por línea materna ya que su madre –Harmonía– era hija de Ares y de Afrodita y por tanto ella era nieta del jefe del Olimpo.

El caso es que para “tirarle los tejos” a Sémele, Zeus, en lugar de metamorfosearse en toro, cisne, águila, o incluso en lluvia de oro como había hecho en otras ocasiones, se presentó ante ella transformado en un apuesto y joven mortal pero diciéndole su verdadera identidad.

Cuando Sémele contó a sus hermanas que mantenía relaciones nada menos que con el mismísimo Zeus éstas –unos dicen que de buena fe y otros que por pura envidia– trataron de disuadirla asegurando que aquel jovenzuelo era un caradura que, con ese cuento, se estaba aprovechando de ella.

Como Sémele se mantuviera en sus trece las hermanas le dijeron que le pidiera a su amado que se presentara en su forma original y vería como él se negaba a hacerlo.

Cuando Sémele volvió a encontrarse con Zeus le dijo que estaba embarazada a lo que éste, radiante de alegría, le contestó:

“ – Después del notición que me has dado ya puedes pedirme lo que quieras.
      Así que, pide por esa boquita:
¿Quieres un palacio, joyas, vestidos…?
¡Todo lo que me pidas te concederé!
¡Te lo juro por el Estige!”

Entonces ella le dijo que lo que más quería era verlo como él era en realidad, con toda su majestad y poderío.

Zeus le dijo que eso sería fatal para ella pero como Sémele insistiera y él había jurado por el Estige no tuvo más remedio que cumplir su palabra aún a sabiendas de lo que iba a pasar.

Entre un gran fragor de truenos, relámpagos y centellas y despidiendo una cegadora luminosidad, apareció, en su prístina figura, el mandamás del Olimpo.
La pena fue que la pobre Sémele no pudo disfrutar del espectáculo pues al instante quedó convertida en un auténtico e irrecuperable tizón.

Sin tiempo para apiadarse de ella y recordando que estaba embarazada, sacó de sus entrañas el feto  para, acto seguido, realizar las siguientes operaciones:
1ª: Se hizo, con un cuchillo jamonero, un profundo corte en uno de sus divinos muslos.
2º: Introdujo el feto dentro del mismo.
3º: Zurció primorosamente la herida con aguja e hilo.
De esta forma tan original como poco ortodoxa, el feto continúo su desarrollo hasta que, pasado el tiempo reglamentario, Zeus volvió a abrirse el muslo y de él salió un orondo y mofletudo bebé al que llamó Dionisio y que con el tiempo llegaría a ser el dios del vino y de la alegría.



CENIS – CENEO

A petición de Isabel García Fernán





“No hay nada nuevo bajo el sol” decían los antiguos griegos que eran unos tipos listos como ellos solos.
En efecto, problemas que consideramos de rabiosa actualidad ya los habían resuelto ellos , al menos mitológicamente.
Sirva de ejemplo el de la transexualidad.
La polémica actual sobre si las operaciones de cambio de sexo deben ser, o no, financiadas por la Seguridad Social, ya la habían resuelto los helenos mitológicos:
El Olimpo corría con todos los gastos y las operaciones, unas veces a petición del paciente y otras al arbitrio del dios-cirujano de turno, eran instantáneas.
He aquí uno de estos cambios de sexo:
Cenis era una bellísima moza –¡que pocas feas aparecen en la mitología griega!– a la que, en cierta ocasión, violó Posidón.
A modo de compensación el acuático dios le juró por la mismísima laguna Estigia concederle cualquier cosa que ella le pidiera.
Cenis, sin dudarlo ni un momento, le pidió algo que dejó a Posidón patidifuso:
– Para que no me vuelva a pasar lo que me ha pasado quiero que me conviertas en un hombre.
Pero no en un “mindundi” cualquiera, sino en un guerrero invulnerable a todo tipo de armas.
Aunque los dioses solían mentir más que algunos políticos en campaña electoral se guardaban mucho de hacerlo si lo habían jurado por la laguna Estigia pues, en ese caso, perdían sus poderes durante un año. Y así, en menos que se tarda en contarlo, Posidón convirtió a la delicada Cenis en un musculoso “tiarrón” que se bautizó a sí mismo con el nombre de Ceneo.
Ceneo pronto se hizo famoso pues no hubo pendencia, trifulca o pelea en la que participara que no saliera vencedor y sin un solo rasguño.
En cierta ocasión se enfrentó a un numeroso grupo de centauros y éstos, al comprobar que no podían herirlo con sus armas comenzaron a golpearlo con gruesas porras en la cabeza hasta clavarlo en el suelo por completo de modo que Ceneo murió asfixiado.
Cuando los pocos centauros supervivientes lo desenterraron para poder presumir de su hazaña, se llevaron una tremenda sorpresa:
Al morir, el hercúleo Ceneo se había vuelto a convertir en la grácil y delicada Cenis



EL TITÁN CRONO


(A petición de Petri Batalla)








 Saturno devorando a un hijo                                                  Saturno devorando a un hijo
             (Francisco de Goya)                                                         (Pedro Pablo Rubens)


Según Hesíodo, que de Mitología Griega sabía como el que más, la primera generación de dioses surgida del Caos inicial la formaron Gea (la Tierra), Urano (el Cielo), el Tártaro, el Día y la Noche.

Gea se unió a Urano y dio a luz, primero a los Cíclopes y después a los Hecatonquiros (Centímanos) pero papá Urano considerando que eran demasiado feos los instaló, debidamente encadenados en lo más profundo del Tártaro.

Después de ello tuvieron más hijos: Los titanes, seis chavales fuertotes y las titánides, seis guapas mozas.

Gea aseguró al más bruto de sus hijos, Crono (Saturno para los romanos), que le ayudaría a derrotar a su tiránico padre si prometía liberar del Tártaro a sus hermanos, cosa que éste hizo pero que, tras derrotarlo por el expeditivo método de castrarlo, no cumplió en absoluto, lo que hizo que Gea lanzara a su hijo la siguiente maldición:

- Uno de tus hijos te quitará el trono como tú se lo has quitado a tu padre.

Crono, que se había casado con su hermana Rea, se tomó en serio la amenaza y para evitarla decidió tragarse a todos los hijos que iba teniendo con Rea.

Y así fueron pasando sucesivamente al buche de semejante gargantúa: Hestia, Deméter, Hera, Hades y Poseidón.

Embarazada del sexto y harta de que sus retoños sirvieran de almuerzo a su insaciable marido, decidió salvar al sexto –Zeus– dándole en su lugar un pedrusco envuelto en pañales, piedra que, con pañales incluidos y al momento, pasó al estómago de Urano lo que nos da una pista sobre lo delicado y fino de su paladar.

El augurio de Gea se cumplió pues, con su ayuda y cuando fue mayor, Zeus derrotó a su papá y le hizo vomitar a los cinco hijos que se había tragado y que salieron vivitos y coleando y ya mayores de edad.

¡Hay que ver que cosas pasaban, en la Mitología Griega!


LA MITOLOGIA EN LA  PINTURA DEL MUSEO DEL PRADO

La celebración del día del libro en las Bibliotecas de Albacete, tuvo como tema central el BICENTENARIO DEL MUSEO DEL PRADO. Juan dio una charla sobre “La Mitología en el Museo del Prado” Eligió diez cuadros de distintos autores que, proyectados sobre una pantalla, explicaba su significado; entre uno y otro, además de una semblanza del autor, leída por alumnos de la Universidad de la Experiencia, un músico local deleitó al público con varias piezas a la guitarra,  elegidas a propósito.Esta actividad es la excusa para comenzar a publicar, aquí, distintos trabajos d nuestro mitólogo.




Aquí tenéis el trabajo de Juan:

LA MITOLOGIA EN LA  PINTURA DEL MUSEO DEL PRADO

Es sobradamente conocida la influencia que, a todos los niveles, ha ejercido en la cultura occidental la Grecia Antigua.
Los antiguos griegos fueron los creadores, entre otras cosas, de la Filosofía, el Teatro, la Democracia, los Deportes…
Así mismo destacaron en ciencias y artes como las matemáticas, la medicina, la escultura, la arquitectura…
Pero fue en su religión –la Mitología Griega– donde mejor mostraron su gran imaginación y su desbordante fantasía.
Estas cualidades han hecho que la Mitología haya servido de inspiración a todo tipo de artistas:
Poetas, novelistas, dramaturgos, escultores, músicos, pintores…
Y es, sobre la influencia de la Mitología Griega en la pintura, el tema que vamos a tratar a continuación comentando varios cuadros de distintos pintores, sobre temas mitológicos expuestos en el Museo del Prado.  


  LAS HILANDERAS. DIEGO DE SILVA Y VELÁZQUEZ

En este cuadro, el genial pintor sevillano, representa libremente el mito de Aracne:




Aracne era una joven de Lidia, hija de un tintorero llamado Idmón, cuya habilidad tejiendo la había hecho famosa en su ciudad, fama que la llevó a presumir de ser mejor tejedora de toda Grecia, e incluso de superar a la mismísima Atenea, diosa de este arte.
Sus imprudentes palabras llegaron a oídos de Atenea y ésta, a pesar de su disgusto, decidió darle una oportunidad a la presumida joven, para lo cual, transformada en una anciana, aconsejó a Aracne que tuviese más respeto con la diosa.
Aracne, insultó a la que creía una simple vieja y le dijo que no se metiera en lo que no le importaba.
Tales muestras de soberbia eran más de lo que una diosa podía aguantar por lo que Atenea, tomando su forma original, desafió a la joven a tejer un tapiz cada una de ellas.
Una vez recuperada de la impresión que le produjo la aparición de Atenea, Aracne aceptó el reto y ambas comenzaron a confeccionar un tapiz.
Atenea hizo uno magnífico en el que mostraba a los dioses Olímpicos en todo su esplendor y magnificencia.
Por su parte Aracne realizó otro de igual calidad pero en el que figuraban momentos de la vida privada de los dioses que éstos no gustaban pregonar.
Ya fuera por la perfección del tapiz de Aracne capaz de igualarse con el suyo, ya por la falta de respeto que mostraba Aracne hacia los Olímpicos, el enfado de Atenea fue tremendo hasta el extremo que la pobre chica, apabullada por el aluvión de insultos y amenazas con que la diosa la “obsequió”, se ahorcó de una viga de la sala.
Pero Atenea, impidió que muriera convirtiéndola en una araña para que, ella y su descendencia, siguieran tejiendo por los siglos de los siglos.

      HIPÓMENES Y ATALANTA GUIDO DE RENI




En este lienzo, Reni, representa el mito de Atalanta e Hipomenes.
Atalanta, en la mayoría de las versiones, es hija de Esqueneo, el cual, cuando ésta nació, decepcionado pues deseaba tener un hijo varón, la abandonó en el monte y allí fue amamantada por una osa hasta que un cazador la encontró y la llevó consigo dándole una educación similar a la que recibían los muchachos de la época.
Así Atalanta se convirtió en una consumada atleta y una experta guerrera, destacando sobre todo en la carrera en la que superaba a todos sus compañeros varones.
De su valor y fortaleza podrían dar fe –de no estar muertos– Reco e Hileo, dos centauros que trataron de violarla y a los que ella cuando era apenas una adolescente y a los que ella se cargó a flechazo limpio.
Participó, como un guerrero más, en empresas tales como la expedición de los Argonautas en busca del Vellocino de Oro y en la cacería del jabalí de Calidón.
Como además erar sumamente bella pronto le salieron docenas de pretendientes pero ella los rechazaba a todos debido a que un oráculo le había augurado que si dejaba de ser virgen se convertiría en un animal.
Pero como sus pretendientes no dejaran de importunarla, Atalanta les propuso casarse con aquel que le ganase en una carrera.
Dicha carrera tendría las siguientes reglas:
Daría a su rival una considerable ventaja y ella, armada con una lanza lo perseguiría.
Si lo alcanzaba lo ensartaría con su lanza y si, por el contrario, llegaba vivo a la meta se casaría con él.
Ya habían muerto más de una docena de jóvenes cuando, de un lejano reino, llegó un joven llamado Hipomenes, a probar fortuna.
A todo esto, Afrodita, harta de que Atalanta prefiriera pertenecer al séquito de Artemis antes que al suyo, decidió ayudar a Hipomenes para que saliera vencedor. Para ello le entregó tres manzanas de Oro y le aconsejó que las fuera tirando, una tras otra, cada vez que sintiera que Atalanta se le acercaba.
El joven así lo hizo y de esta forma consiguió ganar la carrera y Atalanta, fiel a su palabra, se casó con él.
Ya casados y durante una cacería la pareja se vio sorprendida por una tormenta y ambos fueron a refugiarse en un templo de la diosa Cibeles, donde, después de quitarse las empapadas vestiduras, hicieron el amor sobre el altar de la diosa, por lo que ésta, indignada, los convirtió en dos leones a los que, posteriormente, unció a su carro.
Y así, y como no podía ser de otra forma, se cumplió el pronóstico del oráculo.
(Quien no se crea esta historia sólo tiene que darse una vuelta por el paseo del Prado de Madrid.)

 EL BANQUETE DE TEREO.PEDRO PABLO RUBENS




Rubens representa, en este cuadro un mito que, como los anteriores, describe Ovidio en su obra Las Metamorfosis.

Tereo, rey de Tracia, ayudó en cierta guerra a Pandión, rey de Atenas, y éste agradecido le ofreció la mano de una de sus hijas llamada Procne.
De vuelta a Tracia, la pareja tuvo un hijo al que llamaron Itis y todo marchaba a las mil maravillas hasta que un día Procne pidió a su marido que fuese a Atenas para invitar a su hermana Filomela a pasar una temporada con ellos.
Tereo así lo hizo y Filomela, muy contenta con volver a ver a su hermana, no dudó en acompañar a su cuñado.
Pero por el camino hacia Tracia, Tereo sintió una irrefrenable pasión por Filomela y así se lo declaró a ésta, pero como ella le afeara su conducta él la violó, tras lo cual y para que no pudiera acusarlo le cortó la lengua y, una vez en Tracia, la encerró en una mazmorra. Después explicó a su mujer que su hermana no había querido venir.
Pero Filomela era una joven con recursos y bordó en un lienzo todo lo que Tereo le había hecho y, con la colaboración de una esclava, hizo llegar dicho lienzo a manos de Procne.
Procne, horrorizada, tras liberar a su hermana, decidió vengarse de su marido donde más le doliera y para ello le preparó una esplendida comida cuyo principal ingrediente era la carne.
Y cuando el satisfecho Tereo quiso saber el origen de tan exquisito banquete las dos hermanas le mostraron la cabeza de su muy querido Itis.
Tereo, horrorizado y furioso, cogió un hacha y corrió en persecución de las dos infanticidas y cuando estaba a punto de alcanzarlas, ellas invocaron ayuda a los dioses y éstos intervinieron convirtiendo a todos en aves:
A Procne en Ruiseñor.
A Filomela en golondrina.
A Tereo en Abubilla.
En cuanto a Itis, en algunas versiones, los dioses, tras resucitarlo y recomponerlo como buenamente pudieron, lo convirtieron en un faisán.

(Mucho más tarde los poetas renacentistas intercambiaron las metamorfosis de las dos hermanas y así Procne pasó a ser la golondrina y Filomela el ruiseñor.)

MERCURIO Y ARGOS.PEDRO PABLO RUBENS.


En este lienzo, también de Rubens, el genial pintor flamenco recrea el romance que Zeus tuvo con Ío o, mejor dicho, una parte del mismo:
La muerte de Argos a manos de Hermes (Mercurio para los romanos)
El enamoradizo Zeus (Júpiter) estaba en un prado con su querida Ío cuando vio venir hacia ellos a su celosísima esposa Hera (Juno) y para evitar ser cogido infraganti transformó a su amante en una hermosa ternera.
Hera, recelosa y sospechado que allí había, si no gato sí amante encerrada, pidió a su marido que le regalara aquella vaca y Zeus no tuvo más remedio que complacerla con la intención de recuperarla al menor descuido.
Pero Hera no tenía un pelo de tonta y sospechando los planes de su marido encargó de la vigilancia de la vaca a Argos, personaje con un número indeterminado de ojos aunque algunos autores aseguran que estos era cien, de modo que siempre estaba despierto pues, mientras que cincuenta de sus ojos dormían los otros cincuenta se mantenían bien despiertos.
Zeus, no sabiendo que hacer recurrió a su hijo Hermes (Mercurio) y éste, disfrazado de pastor, se acercó a Argos y, con los sones de una flauta mágica, consiguió que cerrara todos sus ojos para, acto seguido, matarlo con su espada; escena plasmada en el cuadro.
El final de la historia es el siguiente:
Hera, al conocer lo sucedido, envió un enorme tábano contra la vaca.
Ésta, enloquecida por las picaduras del tremendo díptero, se lanzó al mar y cruzó de Europa a Asia por el Bósforo (paso de la vaca) y allí, una vez recobrada su verdadera figura tuvo un hijo al que llamó Épafo.
En cuanto a Argos, Hera, apenada por su muerte en acto de servicio, quiso inmortalizarlo de alguna manera y, para ello, colocó sus cien ojos en la cola de su animal favorito: el pavo real.



 EL RAPTO DE PROSERPINA. PIETER BRUEGHEL “EL JOVEN



Hades, (Plutón) en vista que su éxito con el género femenino era poco menos que nulo, pues al conocer su ocupación todas las chicas le daban calabazas decidió actuar por la tremenda y, pensado y hecho, subió a la superficie y secuestró a la primera moza de buen ver con la que se topó.
La moza en cuestión resultó ser Perséfone (Proserpina para los romanos), hija de sus hermanos Zeus y Deméter y, por tanto, su sobrina y cargando con ella en su carro se la llevó a los Infiernos.
Cuando Deméter echó de menos a su hija, a la que algunos autores llaman Coré (la Doncella), recorrió todo el mundo conocido en su búsqueda sin encontrarla hasta que Helios, el Sol, que había sido testigo del rapto, le dio el nombre del secuestrador.
Deméter exigió a Zeus que interviniera amenazando con hacer una huelga que dejaría los campos convertidos en desiertos pero cuando éste le exigió a su hermano que devolviera a Perséfone, Hades, ateniéndose a una ley infernal que decía que aquel visitante que comiera en los Infiernos nunca podría salir de ellos, aseguró que ella había comido unos granos de una granada y que, por lo tanto, estaba afectada por dicha ley.
Zeus, ante las presiones de Deméter, convocó un juicio en la que él, como juez, emitió una sentencia salomónica:
Perséfone debería vivir seis meses con su marido en los Infiernos y otros seis con su madre en la tierra.
Por ello, cuando llegaba la primavera y los campos florecían era señal, para los griegos, de que Perséfone regresaba con su madre.
Y, así mismo, la llegaba el otoño con la consiguiente pérdida de las hojas de los árboles y el verdor de los campos, era indicio de que ella volvía con su marido a los Infiernos.

 LAS BODAS DE TETIS Y PELEO.JACOBO JORDAENS


En este lienzo, Jordaens, representa un momento de la boda de la nereida Tetis y el rey Peleo.



Los antecedentes de este enlace fueron estos:

Zeus y Posidón se enamoraron a la vez de Tetis, una de las cincuenta hijas del dios Nereo y de la diosa Dóride, conocidas por el genérico nombre de las Nereidas.
A punto estaban los dos hermanos de llegar a las manos cuando Gea, abuela de ambos, les dijo que miraran bien lo que hacían asegurándoles que Tetis tendría un hijo muy superior en todo a su padre.
Tal revelación hizo no sólo que ambos dioses desistieran de su amorosos planes si no que se juramentasen para que Tetis no se uniera a ningún otro dios, para lo cual le buscaron un pretendiente entre los mortales.
El elegido fue Peleo, rey de Ptía, un personaje que si bien había participado en grandes empresas como la cacería de Calidón o la búsqueda del Vellocino de Oro, en todas su papel había sido de simple comparsa.
A la boda fueron invitados todos los dioses, todos excepto Éride (la Discordia) pues donde esta diosa acudía siempre surgían problemas.
Éride, despechada, decidió vengarse y para ello, tras hacerse invisible, se presentó en la fiesta y, una vez en ella, se acercó a un corrillo formado por Hera, Atenea y Afrodita, que charlaban amigablemente, y dejó caer una manzana de oro en la que previamente había grabado la frase:
PARA LA DIOSA MÁS HERMOSA.
Al contemplar lo escrito cada una de las tres consideró que la manzana debía ser para ella y, dado la falta de acuerdo, recurrieron a Zeus para que ejerciera de juez.
Éste le pasó la patata caliente a Hermes que, a su vez, buscó a un mortal lo suficiente presumido y estúpido para juzgar el caso: Paris, hijo de Príamo, rey de Troya.
Las tres diosas por separado quisieron comprar al juez a base de promesas:
Hera, de convertirlo en el rey más poderoso de la tierra.
Atenea, en un guerrero invencible.
Afrodita, asegurándole el amor de la mujer más bella de la tierra.
Paris dio la manzana a Afrodita y tal hecho sería el detonante de la guerra de Troya.
 
 SÍSIFO.TIZIANO



Los griegos al morir, tanto si en vida hubiesen sido unos benditos como unos verdaderos canallas, iban todos a parar, sin distinción, a Los Infiernos un lugar en que sus almas vagaban aburridas como ostras de un sitio para otro.
A esta norma general sólo había dos excepciones:
La de los “enchufados” que como Aquiles, Medea, Helena, Patroclo, Menelao y algunos pocos más, que, a su muerte, iban a un lugar paradisíaco conocido con diferentes nombres: Isla Blanca, Isla de Los Bienaventurados, o Campos Elíseos.
La otra excepción era el Tártaro, lugar más profundo y siniestro de Los Infiernos a donde iban aquellos que habían cometido gravísimas faltas contra los dioses o perpetrado crímenes causantes de gran alarma social.
A este último lugar fue a parar el protagonista de esta historia: Sísifo.
 Sísifo, rey y fundador de Corinto, estaba considerado como el más astuto de los mortales.
Sísifo, debió considerar que eso de morirse era de tontos y decidió burlar a la muerte para lo cual trazó un plan que le pareció perfecto:
En primer lugar aleccionó a su mujer para que, cuando muriera, ya de muerte natural ya por el garrotazo de alguno de sus muchos enemigos, no lo enterrara ni le dedicase ningún tipo de honras fúnebres.
Cuando murió su mujer así lo hizo y Sísifo fue a parar a un apestoso lugar de los Infiernos al que iban aquellos que, a su muerte, no habían tenido un entierro decente.
Sísifo, a grandes voces pidió ver a Hades y, ante la presencia del dios de los Infiernos le pidió permiso para ir a castigar a su esposa que, por tacañería, no había honrado debidamente sus restos mortales.
En principio Hades se negó en redondo pero, al fin, el astuto Sísifo logró convencerlo asegurándole en en un par de horas estaría de vuelta.
Pasado dicho plazo y como Sísifo no regresase, Hades envió a Tánato, dios de los muertos, para que lo trajera de inmediato.
Pero el astuto Sísifo, que esperaba su visita, lo invitó a sentarse y cuando Tánato lo hizo, Sísifo lo encadenó a la silla y se marchó.
Al día siguiente fue Hades en persona y se encontró a su subalterno atado a la silla y afónico de tanto gritar y maldecir.
Tánato, una vez libre, quiso ir en busca de Sísifo pero Hades se lo impidió con la seguridad de que pronto se volverían a ver.
Y así fue, pues aunque Sísifo creyó que por haber muerto una vez ya se había librado de las Moiras para siempre se equivocó, y cuando murió por segunda vez allí estaba Hades esperándolo para mandarlo al Tártaro con un castigo muy especial:
Tenía que subir empujándola ladera arriba una gran roca redonda a lo alto de una colina, roca que, al llegar a la cúspide rodaba por la ladera contraria.
Y así por toda la eternidad.


LA MUERTE DEL CENTAURO NESO. LUCA GIORDANO





Neso era, como casi todos los centauros, hijo de Ixión y Néfele, y se ganaba la vida pasando caminantes de una a otra orilla del río Eveno.
En cierta ocasión se presentó Heracles con su esposa Deyanira para que los pasara a la otra orilla pero éste, alegando  que el héroe era demasiado pesado, dijo que primero pasaría a su mujer y después regresaría a por él.
Pero cuando Neso hubo cruzado a Deyanira, en lugar de volver a por Heracles, salió al galope con intención de raptarla, pero éste, percatado de ello, mató al centauro con una de sus flechas emponzoñadas con la sangre de la Hidra de Lerna.
Moribundo el centauro quiso vengarse de su matador y dijo a Deyanira que cogiera en un pomo parte de la sangre que manaba de su herida asegurándole que, si alguna vez flaqueaba el amor de su esposo hacia ella, sólo tendría que impregnar alguna túnica de éste para que su amor hacia ella se renovara.
Ella así lo hizo sin decirle nada a su esposo y, ya en su casa, lo guardó cuidadosamente.
Tiempo después, y en uno de sus viajes, Heracles se enamoró locamente de  Yole, hija de Éurito, rey de Ecalia y como éste se negara a entregarle a su hija, Heracles, tras asaltar la ciudad tomó a Yole como concubina.
Para celebrar su triunfo Heracles quiso consagrar un altar en honor de Zeus para lo cual envió a uno de sus hombres, llamado Licas a Traquis a pedir a Deyanira la túnica que guardaba para las ocasiones más solemnes.
Algo debió sospechar Deyanira por lo que interrogó a Licas hasta que éste, acorralado y amenazado, contó toda la verdad.
Entonces Deyanira, recordando los consejos de Neso, impregnó la túnica con la sangre del centauro.
Cuando Heracles se vistió la túnica comenzó a sentir un gran calor y un intenso dolor y enloquecido y mientras trataba inútilmente de deshacerse de su vestido, pues éste estaba tan adherido a su piel que, al intentarlo sólo conseguía arrancarse trozos de la misma, ordenó construir una gran pira sobre la que se subió y desde allí dictó sus últimas disposiciones:
Confió a Yale a su hijo Hilo con el mandato de que, cuando fuera mayor, se casara con ella y ordenó a sus criados que prendiesen fuego a la pira cosa que ninguno de ellos se atrevía a hacer.
Por último sería Peante (según algunos su hijo Filoctetes) el que lo hizo y, como premio, Heracles le regaló su arco y flechas.
En ese momento, una nube cubrió la pira y, al tiempo que resonaba un tremendo trueno, Heracles fue arrebatado por Zeus y llevado al cielo donde, tras hacer las paces con Hera, se casó con Hebe, diosa de la Juventud.



DEUCALIÓN Y PIRRA.  JAN COSSIERS



Cuando Zeus decidió eliminar a los hombres de la edad del Bronce por sus muchos vicios, envió, durante nueve días y nueve noches, un diluvio.
De toda la humanidad sólo encontró dos mortales dignos de ser salvados: Deucalión, hijo de Prometeo y Clímene, y a su esposa, Pirra.
La pareja, aconsejada por Prometeo, construyó una arca gracias a la cual consiguieron sobrevivir hasta que la tierra se secó de nuevo.
Hermes, por mandato de Zeus, dijo a Deucalión y a Pirra que pidieran un deseo que, de inmediato les sería concedido.
Tras parlamentar entre ellos, la pareja dijo al divino mensajero que lo que más echaban de menos era la presencia de semejantes.
Hermes les dijo que lo conseguirían arrojando por encima del hombro, los huesos de su madre.
Ante tal extraña petición los esposos quedaron confusos hasta que a Deucalión “se le encendió la bombilla” y si no dijo Eureka fue porque Arquímedes no había nacido todavía, en otras palabras comprendió el mensaje de Hermes::
La madre de todos era la diosa Gea (La Tierra) y sus huesos no podían ser otra cosa que las piedras.
Llegados a esta conclusión, ambos esposos comenzaron a arrojar piedras hacia atrás de manera que de las tiradas por Deucalión surgían hombres y de las que arrojaba Pirra, mujeres. les envió a Hermes



AQUILES DESCUBIERTO POR ULISES

ANTOON VAN DYCK

Cuando la flota griega estaba a punto de partir rumbo a Troya, el adivino Calcante auguró que la expedición sería un fracaso si no participaba en ella un descendiente de Éaco, uno de los constructores, junto a Apolo y Posidón, de las murallas troyanas.
Dado que Peleo, hijo de Éaco, no estaba para trotes, todos consideraron que debía tratarse del hijo de éste: Aquiles.
A Aquiles los dioses le habían dado a elegir entre una vida larguísima pero oscura, o una existencia breve, pero sumamente gloriosa y éste, sin dudarlo un momento, había elegido la segunda opción.
Por ello su madre, la nereida Tetis, le había prohibido participar en la guerra de Troya, y lo había enviado  a Esciros con el rey Licomedes.
Allí, en el palacio de Licomedes, Aquiles, disfrazado de chica y camuflado entre las hijas del rey, rabiaba por no poder ir a la guerra y conseguir, así, la fama prometida por los dioses.
Los griegos conocían el paradero de Aquiles pero como no era cosa de ir levantando las faldas a las princesas y sus damas, decidieron enviar al más listo de ellos para encontrarlo: Ulises.
Ulises desembarcó en Esciros y, disfrazado de mercader, llegó a palacio y allí, desparramó por el suelo sus mercancías: perfumes, joyas, vestidos y...¡una espada!
En ese momento, sus hombres empezaron a gritar que el enemigo atacaba el palacio.
Las chicas, asustadas, corrieron a esconderse no sin antes haber cogido alguna joya, vestido o perfume.
Sólo una de ella, se quedó y, ésta, cogiendo la espada, la levantó descubriendo un antebrazo más propio de un estibador de puerto que de una grácil princesita, comenzó  a  gritar que donde estaba el enemigo.
Ulises, entonces, le dijo que lo necesitaban y Aquiles, que no deseaba otra cosa que luchar y alcanzar fama, rogó a su madre que le permitiera partir hacia Troya.
Tetis, aún a sabiendas que aquello sería el fin de su hijo, no tuvo más remedio que permitirle participar en la contienda.

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