viernes, 14 de marzo de 2025

 

            EL ARTE DE LA RESURRECCION (2010)

              HERNAN RIVERA LETELIER (1950)

 

 BIOGRAFIA


El escritor chileno Hernán Rivera Letelier, nació en Talca, de la comarca de Antofagasta, en el norte de Chile, en las inmediaciones de la pampa y del desierto de Atacama (“el más cabrón de los desiertos”, según el propio autor). Nació en 1950. Su padre era minero en una salitrera de Algorta, en pleno desierto de Atacama.

Cuando tenía once años, su familia se trasladó a Antofagasta, en donde murió la madre, pocos meses después, a consecuencia de una picadura de araña. Su padre volvió a la salitrera, sus hermanos fueron a casa de unos parientes de su madre, y él permaneció en la ciudad hasta los 18 años, dedicado a vender periódicos y libros a domicilio, con lo que gana lo justo para comer y para ir al cine los miércoles (día especial, con una entrada podía ver tres películas varias veces, desde la una de la tarde a la una de la madrugada). Según el autor, el cine fue el primer elemento motivador para que pensara en dedicarse a escribir.

Con 18 años empezó a trabajar en las salitreras del desierto, y en ese escenario, situó la acción de varios de sus libros. De joven, era el único minero que utilizaba la biblioteca de su pueblo. De hecho, empezó a escribir cuando tenía 21 años. “De hambre”, ha dicho él, en numerosas ocasiones Con esa edad salió del desierto por vez primera, y realizó un viaje por los países sudamericanos próximos a Chile. A partir de entonces, decidió dedicarse a escribir. Comenta, como en una ocasión, tendido en una playa, y con las tripas vacías, escuchó en una radio robada por un amigo, que se convocaba un concurso de poesía, premiado con una cena para dos personas en un hotel de lujo. Le bajaron las musas de golpe, y escribió un poema de amor de cuatro páginas, con el que ganó el certamen. Posteriormente, Rivera Letelier ganaría en dos ocasiones (1994 y 1996) el Premio del Consejo Nacional del Libro, por sus novelas LA REINA ISABEL CANTABA RANCHERAS, e HIMNO DEL ANGEL PARADO EN UNA PATA, y el premio Alfaguara de Novela, en 2010 por EL ARTE DE LA RESURRECCION, además de ser nombrado en 2001 Caballero de la Orden de las Artes y las Letras, por el Ministerio de Cultura de Francia.

Poeta, cuentista y sobre todo novelista, Letelier es, actualmente, uno de los escritores de mayor éxito de su país. Sus novelas tratan siempre sobre la vida dura, laboriosa y solitaria de las personas que trabajaban en las oficinas salitreras, en el primer cuarto del siglo pasado, en viviendas sin agua potable y suelos de tierra, sin descanso dominical, sin asistencia médica y con un duro trato por parte de los guardas de seguridad armados. También retrata a las prostitutas de los burdeles, a las que coloca como heroínas en sus libros. “Son mujeres que amo –dice – porque si ser prostituta ya es fuerte, serlo en el desierto raya en lo heroico”!.

Sus héroes son siempre personas de pobre pasar, con mucha adicción al alcohol, el juego y la jarana. Los “pampinos” son hombres aguantadores y sufridos – nos dice - , de riñones poderosos y corazón como una casa de grande, que merecen disfrutar de esos momentos de placer que les provoca la ebriedad. El alcohol y la colonia inglesa (cuando no hay alcohol), les ayuda a soportar el tedio y la soledad de estos parajes infernales, y a hacer más llevadera la explotación sin misericordia a que eran sometidos por la rapiña insaciable de sus patrones extranjeros. Son seres condenados a la pobreza, a lo largo de toda su vida.

Como escritor y como persona permanece fiel a sus raíces humildes. Letelier es de una sinceridad enorme. No oculta sus inicios, y no cree ser un escritor. Sencillo, afable y locuaz, utiliza continuamente términos y expresiones populares, muy comunes en la época que retrata en sus libros, pero que en la actualidad, igual que la explotación de las minas de salitre, ya no existen. Dice el autor que tanto la vida en las oficinas salitreras como el lenguaje de esa época forman parte de  la historia de Chile, y se perderían en el olvido si no se cuidan. Su conversación y sus diálogos son diáfanos y coloquiales, propios de alguien que ha tenido muchas experiencias en la vida, y que todo lo ha conseguido a base de esfuerzo y sacrificio. Nada le ha sido regalado, y aunque no cree en los milagros, si cree que su éxito literario y económico ha sido un milagro. Letelier es agnóstico. Al respecto dice: “Tuve una infancia muy religiosa. Mis padres eran evangélicos, y pasaban tiempo en la iglesia, leyendo, rezando y cantando. Llegó un momento en que dejé de creer en todo eso”. Y bromea, refiriéndose a lo de su éxito milagroso: “Yo no creo en Dios, pero creo que Dios si cree en mi”. Políticamente, se considera próximo al Partido Liberal, centrista, y más alejado del resto de partidos, Conservador, Nacionalista y Radical.

Está casado con María Soledad Pérez, y tienen cinco hijos. Se conocieron cuando él trabajaba en la mina de cobre de Mantos Blancos, y se casaron cuando él tenía 24 años y ella 17. Desde 1994, cuando ganó el primer premio de novela, se considera el hombre más feliz del mundo. “La vida me dio una vuelta de carnero. Hago lo que me gusta, pero no he cambiado ni de amigos ni de mi forma de vivir, y me siento más seguro de mí mismo, sabiendo que a mis hijos no les faltará el pan, el día de mañana.

Como escritor sueña con llegar a tener un estilo literario propio. Le gustaría tener alguna cualidad de cada uno de los cuatro escritores que más admira: lo mágico de Rulfo; lo maravilloso de García Márquez; lo lúdico de Cortázar y lo inteligente de Borges. “El pampino, no quiere nada más”.

EL ARTE DE LA RESURRECCION.


La novela de Rivera Letelier resultó ganadora del Premio Alfaguara de Novela en 2010, dotado de 175.000 dólares, en el que participaron más de 500 aspirantes. El jurado, presidido por el novelista Manuel Vicent, valoró “el aliento y la fuerza narrativa que contiene la novela, así como la creación de una geografía personal a través del humor, el surrealismo y la tragedia”.

La novela está ambientada en el desierto de Atacama, en el norte de Chile ( Letelier es casi el único escritor chileno que sitúa la acción de sus novelas en el norte del país ), y narra las andanzas de “EL CRISTO DE ELQUI” ( un iluminado y visionario, de los que a veces aparecen, en lugares de miseria y tiempos de crisis, para anunciar a las gentes del lugar la cercanía del Fin del Mundo y la necesidad de estar preparados para ello ), a lo largo de más de veinte años, en las primeras décadas del siglo XX. El tiempo real de la novela ( poco más del mes de Diciembre de 1942 ), es el que transcurre entre la resurrección burlesca del borracho Lázaro, y la búsqueda, encuentro, convivencia y separación entre Domingo Zárate Vega ( Cristo de Elqui ) y la prostituta Magdalena Mercado. Por su parte, el tiempo del narrador se amplía desde 1897 (año del nacimiento del Cristo de Elqui) hasta más allá de 1962, año en el que se pierden sus andanzas en la Tierra, tras abandonar sus predicas cuando sus seguidores comienzan a preferir otros personajes como Carlitos Chaplin ó Cantinflas.

Los dos personajes principales, el Cristo y la prostituta, son grotescos y entrañables. Domingo Zárate Vega nace en la provincia de Coquimbo, en el seno de una familia camesina, humilde, analfabeta y muy católica. Desde pequeño vestía ropa de niña, porque su madre deseaba que hubiera nacido así. De pequeño ya destacaba por ser callado, pensativo y tranquilo como un santo de yeso.. A los cinco años, la comadrona del pueblo ( que además curaba el mal de ojo), predijo que el niño sería “un salvador”. Con diez años daba pequeños sermones a sus amigos, veía en las nubes figuras de animales apocalípticos, y, con toda inocencia, contó haber visto los cielos abiertos y a Dios Padre dentro . También, una noche de luna llena logró ver la figura del Hijo, dentro de ella… A los 15 años abandona la casa familiar para ir a trabajar a las minas del desierto, en donde conocería la maldición bíblica de “ganar el pan con el sudor de la frente”.. De allí pasó voluntario al Ejército para cumplir el Servicio Militar Obligatorio. Allí aprendió a leer, a escribir y a firmar con los dos apellidos… A ls 29 años, recibió noticias de la muerte de su madre, y regresó a su ueblo. Fueron los días más tristes de su vida… Intentó quitarse la vida con matarratas, y, al no conseguirlo (debido a la intervención divina ), decidió repartir todos sus bienes entre los más necesitados, y marchó a peregrinar a un lugar apartado del Valle de Elqui… Allí permaneció durante cuatro años, dedicado a leer e interpretar la Biblia, orar, purificar el espíritu por el ayuno y el contacto con la naturaleza, asi como fortalecer el cuerpo, pues había escuchado decir a un devoto, que “ el cuerpo humano, tratándolo bien, puede llegar a durar toda la vida”.

En 1931, con 33 años, pobremente vestido, calzado y peinado, comienza su vida pública. A partir de ese momento, no se cansa de repetir a la multitud: “El final de los tiempos está a las puertas”…”Arrepentíos, ahora que estáis a tiempo”…”Cuidar la salud del cuerpo con prácticas naturales ( levantarse antes de la salida del sol, uso de plantas medicinales y curativas, desayuno liviano, rechazar el uso de sombreros y calcetines, siesta de 15 minutos y una copita de vino al dia)… Cuando alguien le preguntaba quien era él, respondía siempre : “Soy el que soy. Un Cristo pobre, y sin un cobre. Un Cristo perdonador, paciente y bueno. Un Cristo chileno”…Durante 22 años de su vida curó a multitud de enfermos de diversas dolencias, aplicando variadas técnicas y múltiples remedios caseros a base de yerbas medicinales, sin distingo de credo, religión   ó clase social, y sin pedir, nunca, nada a cambio.

El Cristo de Elqui no era consciente de la enorme emoción que provocaba en el ánimo de la multitud de seguidores que lo veneraban, al ver en él la capacidad bendita de hacer milagros, adivinar el futuro, hablar con Dios y con la Virgen, además de entender el lenguaje de las bestias y conocer el secreto mágico de las yerbas para curar cualquier tipo de enfermedad. A lo único que se negaba era a prestar asistencia a un muerto. Revivir a un muerte era un arte mayor. Cuando era requerido para ello, siempre respondía : “LO SIENTO MUCHO, HERMANO, PERO EL ARTE EXCELSO DE LA RESURRECCION ES EXCLUSIVO DEL DIVINO MAESTRO”. A lo largo de su vida de apostolado, a la única que logró resucitar fue a SINFOROSA, la gallina de Magalena, que cada día ponía un huevo con dos yemas, y que había sido atropellada por el camión de Manuel.

El Cristo de Elqui era poco seguidor del mandato eclesiástico de mantener el celibato, pero era entusiasta del mandato bíblico: “Id, y multiplicaos sobre la faz de la tierra”, por lo que trataba de no defraudar nunca a ninguna mujer, que lo hubiera mirado con ojos pecadores... Creyente firme de que la abstinencia sexual era una aberración ( y tal vez la más grave de todas ), él no la practicaba nunca, excepto en Semana Santa. De ahí, su búsqueda incesante de una discípula, ó apóstola, que además de acompañarlo en su Vía Crucis, además de su observancia de la fe cristiana, fornicara de corazón y sin remilgos.

Ahora, mediados del mes de Diciembre de 1942, a bordo del llamado Tren de los Pobres ( porque solo lleva asientos de tercera clase ), se dirige el Cristo de Elqui hacia la oficina de Providencia, en busca de Magalena, a quien tratará de convencer para unirse a él, como discípula. Como el recorrido es largo, aprovecha el viaje para impartir a los compañeros de viaje, prédicas y sermones, cargados ( como él dice ) de axiomas, máximas y pensamientos en bien de la Humanidad. Gentes que viajan a su lado, le preguntan cómo era que iba en busca        una prostituta, habiendo tantas mujeres viudas y solteras, que se sentirían felices y   por Dios, que aceptarían abandonarlo todo y seguirlo en su labor evangelizadora. El Cristo les contestaba: “Esas mujeres buscan siempre casarse y crear un hogar, con brasero, hijos y mascota. Además, a un Cristo casado no le creería nadie, y su esposa menos que nadie. En esto de predicar, no basta con ser creyente, también hay que ser creíble”.

El Cristo de Elqui tuvo una entrada triunfal en la salitrera de Providencia, conocida como La Piojo. Era la más pobre y menoscabada de todas las que había conocido en sus años de evangelización, y sus gentes los más sacrificados, solo comparables al pueblo judío, vagando por el desierto durante cuarenta años, en busca de la Tierra Prometida… Los obreros llevaban semanas de huelga, en demanda de mejoras económicas, laborales y sanitarias. El Cristo se solidarizó con ellos, erigiéndose en su defensor, lo que provocó su enemistad con las autoridades económicas, policiales y eclesiásticas de La Piojo.

Magalena Mercado, morena, de cabellera trigueña, de edad comprendida entre al más de 25 y algo menos de 35, cuerpo de curvas suaves y voz de dormitorio, además de creer en la Santísima Trinidad, era una devota consagrada de la Virgen del Carmen. Había llegado a La Piojo poco después de la llegada del cura párroco. Gozaba en el pueblo de una profunda admiración, respeto y hasta amor por parte de muchos hombres. Era considerada “la mas puta entre las santas y la más santa entre todas las putas”, llegando ella a considerar, que el ejercicio de su profesión, aquí en el desierto, era una especie de santidad.

Pronto empezaron las denuncias contra ambos. El Cristo fue acusado de incitar a los obreros para continuar la huelga, de traer, de forma engañosa, gentes del sur para trabajar en las minas del salitre, y de autorizar a una pareja de jóvenes a vivir juntos sin estar casados. Fue encarcelado y torturado, y obligado a abandonar la Providencia, bajo amenaza de muerte. Por su parte, Magdalena fue acusada de “no dejar vivir en paz al cura párroco”, y obligada, también, a abandonar La Piojo. Ambos, acompañados por don Anónimo y la gallina Sinforosa, y llevando consigo la imagen, en yeso, de la Virgen del Carmen ( de quién Magalena resulta absolutamente inseparable ), abandonaron La Piojo, instalándose en una pequeña colina en los límites del desierto. Allí vivieron una corta temporada, y , allí recibían, el Cristo a sus seguidores, y Magalena a su numerosa clientela. Don Anónimo era un viejo loco, silencioso y pacífico, seguramente escapado de alguna loquera. No se sabe como había llegado a Providencia, con una pala y una escoba como único equipaje. Era conocido como El Loco de la Escoba. Allí, en La Piojo no conocía a nadie. Fue recogido en su casa por Magalena, ocupando en ella un rinconcito, junto a Sinforosa. Dedicaba casi todo su tiempo a barrer el desierto.

Finalmente, la gente de La Piojo fue a recoger a Magalena para devolverla a su casa. Todos los vecinos, a quienes Magalena financiaba sus servicios, la querían, y deseaban tenerla cerca. También ella deseaba estar cerca del cura párroco, para seguirlo fustigando, en venganza por los abusos que, de forma permanente, había ejercido sobre ella desde los cinco años, y  con el propósito de tratar de arrancarle el reconocimiento de su paternidad, pues sabía que, al nacer, su madre la había abandonado en la puerta de la iglesia, como queriendo señalarle la casa del padre. Por su parte, los obreroa  habían finalizado la huelga y vuelto al trabajo, con la promesa de ver satisfechas sus demandas, incluído el descanso dominical. Don Anónimo, que había desaparecido, fue encontrado muerto, y fue enterrado en el desierto, que tantas veces había barrido. La gallina Sinforosa, que había sido atropellada, y muerta, por un camión, resucitó al rozar su cuerpo con las tapas de la Biblia que portaba el Cristo, y es posible que supiera regresar a La Piojo. Por su parte, El Cristo de Elqui continúo con su apostolado por las distintas salitreras del desierto de Atacama, impartiendo prédicas y sermones en bién de la Humanidad.

No aclara el narrador, si los últimos años de su vida, los dedicó el Cristo de Elqui a ofertar Consultas Sentimentales a bajo precio, ó, por el contrario, si se dedicó a fabricar guitarras y venderlas de casa en casa. Hay también, quien asegura   que se dedicó a escribir y venderlas después sus memorias de su pasado como predicador, y hasta quién opina que murió pobre, tal como había vivido, en una casita de madera, atendido por dos Magdalenas, que lo lavaban y cuidaban, como si del mismo Cristo Redentor se tratara.

 MANUEL JIMENEZ MEJIAS                              

 ALBACETE   - MARZO - 2025

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