sábado, 1 de febrero de 2014



TRANVÍA A LA MALVARROSA. Manuel Vicent

En esta ocasión dejamos constancia de dos comentarios al libro que nos ocupa,que se califican por si mismos y que, de algún modo, son complementarios. Gracias a Juan y a Pepa por su aportación.


En el  vetusto y ruidoso tranvía en el que suele viajar su inalcanzable Dulcinea, el autor nos invita a acompañarle en dos trayectos en apariencia diferentes pero muy relacionados entre sí.

El uno es un viaje iniciático por su adolescencia y primera juventud: su evolución en materia religiosa, sus primeras experiencias sexuales y su
paulatina concienciación política; vivencias éstas que si bien son totalmente personales e intransferibles no por ello dejan de tener, de una u otra forma, paralelismo con las de cualquier lector, sobre todo si éste pertenece a una generación próxima a la de aquel.

El otro trayecto es de carácter general y nos lleva a la Valencia –o a la España– de los años cincuenta cuando la dictadura franquista, a pesar de estar en pleno apogeo, empezaba a encontrar cierta contestación en ambientes estudiantiles y obreros.

En otro orden de cosas la novela es –al menos así la veo yo– una total
exaltación de los sentidos.

El de la vista se recrea en la incomparable luz del cielo valenciano y en la alusión a películas del momento de las que Vicent parece ser asiduo; el gusto está representado por las numerosas menciones que hace de comidas: carnes, mariscos y, sobre todo, a las paellas, desde las humildes de los chiringuitos hasta la que Franco come con sus aliados americanos; el sentido del olfato, lo recrea, por ejemplo, en los diferentes y profundos olores que encontraba en su ruta cotidiana hacía la universidad, cuando las ciudades olían a algo más que a gasolina o humo de los tubos de escape y de calefacciones; el tacto, lo relaciona con algunos curas “sobones” o con su iniciación sexual; pero es sobre todo el oído el que se ve desbordado por un aluvión de canciones y ritmos, canciones omnipresentes en toda fiesta popular y, sobre todo, en la radio; una radio que suplía la falta de libertad y de opinión a base de emitir horas y horas boleros, pasodobles, coplas y otros ritmos del momento.


La galería de personajes que Vicent nos muestra es de lo más pintoresca y que, a pesar de ser reales, parecen sacados de una película de su paisano Berlanga.

Sirvan como ejemplo éstos:

Vicentico el Bola; asiduo visitante de los prostíbulos de la zona e inveterado bromista capaz de jugarse el tipo frente a la dictadura,cesando y nombrando alcaldes pueblerinos por mero divertimento.

El Semo, violador y asesino confeso poseedor de un intelecto parejo a un australopiteco medio, que sólo se aviene a bien morir en el garrote cuando el cura de la prisión le jura que en el cielo podrá hartarse de paella todos los días.

El capitán general Ríos Capapé, tiranuelo representante regional de la
dictadura que utiliza el ejército para despejar a punta de fusil la playa para uso exclusivo de él y de su harén, o que ordena a la guardia rendir honores militares a su eventual amante, Celia Gámez, cada vez que ésta acude al palacio de Capitanía.

Todo esto y mucho más encierra la novela en poco más de doscientas
páginas,y ese "mucho más" lo han expresado mis compañeros del Club que, como siempre en los coloquios, saben exprimir hasta la última gota de zumo a esta, para mí, magnifica naranja valenciana.


Y ahora la aportación de Pepa:


Mi contacto con el autor, se remonta a los años ochenta y noventa, y a sus columnas en el diario El País.

Tranvía a la Malvarrosa es una larga “crónica” sobre sí mismo, su origen, su familia, sus estudios, su desarrollo personal, emocional y social, su pueblo con sus costumbres y tradiciones, la vida en Valencia, su inmersión en ella y sus descubrimientos, el lento devenir de su formación humana y de su evolución ideológica, así como de todos los elementos confluyentes en ellas, del descubrimiento del sexo y del amor, y todo ello situado y contextualizado en una época histórica en la que todos aquellos que ya hemos cumplido los sesenta años, conocemos y nos reconocemos…

Escrita en un lenguaje sencillo y comprensivo, rico en matices y colorista, la superior riqueza del texto radica en esa prosa poética con la que nos presenta las imágenes…porque sustancialmente, la novela es “un enorme fresco” abigarrado de personas y de espacios, pero en el que también se pueden ver y tocar elementos intangibles: el color, los sabores, los olores y los perfumes, los sonidos, las sensaciones y los temores…el placer y la duda, la muerte con todas sus experiencias…un cuerpo que vuela en caída libre desde el trampolín a la piscina, la resaca del mar, o el golpe seco del taconazo de un militar…Imágenes en las palabras o palabras que se transforman en imágenes…Y como complemento para el decorado o los efectos especiales, la música y sus representantes, los libros y sus autores, y el futbol y sus actores…

Tranvía a la Malvarrosa es una novela llena de pequeños tesoros…

Pepa Sirvent

Gloria, muy a propósito,nos aporta este artículo del autor cuya lectura invita a acompañarle en una profunda r eflexión:


                                          INMERSIÓN



No eres más que un poco de agua salada. En eso consiste tu esencia. La humanidad es otra forma de mar, y la sabiduría estriba en conocer o explorar precisamente el mar que cada uno lleva dentro. Si quieres ser libre, ponte cómodo. Siéntate en tu sillón preferido, y mientras las gaviotas se quedan gritando sobre tu cabeza en el cielo de la habitación, deja que la mente se sumerja con lentitud en las cavernas submarinas de tu carne. Relájate, hermano. Tienes el pecho lleno de peces rojos cuyas escamas iridiscentes te iluminan a ráfagas el ánfora del corazón recostado en un banco de arena. El alma es una suave deriva interior, una corriente de agua azul que te traspasa. La máxima profundidad que puedes alcanzar con el pensamiento nunca irá más allá de la planta de los pies, pero bajando con el pensamiento hasta ellos, convertida la altura de tu cuerpo en una sima acuática, tal vez descubrirás en el camino grutas y quebradas interiores donde algunos escualos oscuros se confundirán con tus deseos, y las algas en las vísceras condensarán la última luz de tu cerebro cuando esté a punto de posarse en el fondo.

Esta inmersión es un buen ejercicio para sacudirse de encima el yo, ese rey que suele elegir como trono la boca de tu estómago. Dilúyelo en agua salada y expúlsalo luego por la sentina. Saber que cualquiera es mar tiene también otra cualidad: uno navega a los demás seres cuando les ama. No pienses, no esperes nada, intenta experimentar el tiempo a modo de suave marea que te conduce hacia aquella bahía siempre prohibida que soñaste un día, y una vez allí espera a que las olas rompan contra tu memoria. Si quieres ser libre intenta refugiarte en el litoral de ti mismo. Para eso basta con que te sientes en tu sillón preferido, cierres los ojos y escuches el mar dentro de ti. Entonces deja que la memoria se vaya sumergiendo con suavidad en el agua de tu cuerpo hasta que alcance la profundidad de los talones. Allí están naufragadas desde tu infancia algunas monedas de oro.

MANUEL VICENT

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